Ya estamos en fase 1, aunque estamos tan cerca de entrar a la fase 2 como de volver a la 0. Los autovías ya se llenan de vehículos como antaño, la única diferencia es que las colas históricas del nudo de Espinardo no se producen, pero la nueva normalidad va tomando el pulso a la ciudadanía.
Este tiempo de desescalada, caminatas, bicicletas y visitar a familiares no está despejando la cabeza y, sin duda, el horizonte no se vislumbra soleado, sino todo lo contrario.
Vamos caminando por una cuerda floja, a un lado se encuentra febrero de 2020, cuando los restaurantes se llenaban, los campos de fútbol eran hervideros, las fábricas producían y exportaban, y los agricultores llenaban las carreteras de este país reclamando precios dignos para sus productos. Al otro lado de la cuerda, están los ERTES, el cierre de empresas emblemáticas, un sector turístico que espera, como todos, que Papá Estado venga al rescate, muchas familias siguen aumentando su preocupación ante un futuro incierto que vuelve a abrir las heridas producidas en la crisis de 2008.
Mientras esto ocurre, nos encontramos un Gobierno que aprovecha la mayor crisis que se recuerda y que estamos ‘maniatados’ para aprobar Decretos Leyes que afectan a la espina dorsal de nuestro procedimiento jurídico y administrativo, como modificar la Ley de Puertos, Medio Ambiente, Vivienda, todo ello con nocturnidad y alevosía, con caradura y desvergüenza, sin participación y sin consenso.
Dice el CEMOP y sus ‘imparciales autores’, que la gestión del Gobierno es aprobada por la mayoría de los murcianos y que, ante unas hipotéticas elecciones, la extrema derecha ‘seguiría’ gobernando esta Región. Nada nuevo en el horizonte, exactamente iguale que viene haciéndolo los últimos lustros. Pero ante esta aparente balsa de aceite que parece adornar San Esteban, se esconde el Gobierno regional más incompetente que jamás hemos conocido, y eso que el nivel estaba ya alto.
Jamás una Consejería de Educación mostró más claramente su incompetencia: su única política se basa en contrarrestar al Gobierno de España. Son incapaces de aportar una sola idea, como por ejemplo que a fecha de hoy, siga sin ejecutarse una salida para miles de familias que tienen que incorporarse al trabajo y no tienen con quién dejar a sus hijos e hijas, vergonzoso.
Una Consejería competente en materia laboral que en plena pandemia ha tenido que cesar a su Directora, y pedir por correo voluntarios para trabajar en la tramitación de los ERTES, y encima se vanaglorie de que es competente. Una Consejería de Turismo, con sus órganos duplicados que hace apología de que este sector es el florero, junto a Cultura del Gobierno. Una Consejería de Cultura que cuando uno escucha a sus dirigentes, sólo surge una pregunta: ¿Se han leído las normas que dicen quién tiene las competencias en esta materia?
Una Consejería de Agricultura y otra de Fomento que lo han vuelto a conseguir: Gobernar para los amigotes. Y una Vicepresidenta que, aparte de enviarle cartas a sus compañeros de gobierno y decirle al alcalde de Murcia cómo tiene que actuar, no se le conoce ninguna otra aportación.
Pero la cultura de pactos con que impregnó Valcárcel a San Esteban sigue vigente. Si Pedro Antonio Sánchez, en pleno proceso de desintegración personal, llamó a los sindicatos un sábado de diciembre de 2017 para firmar un Pacto por la Calidad en el Empleo y allí aparecieron todos puntuales y con chaqueta y del que nada se supo, ahora Fernando López Miras, ha seguido las pautas de sus antecesores y ha conseguido que los dos sindicatos mayoritarios, UGT y CC.OO., apadrinen las políticas públicas de un Gobierno a la deriva.
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