Tengo yo que hablar un día con el cura Joaquín Sánchez, del que solo tengo magníficas referencias, y al que todavía no conozco, cosa que ya me parece rara. Medio lo critiqué ('Podemos, ¿por la gracia de Dios?', La Opinión, 9 de septiembre de 2015) cuando dijo que Jesús de Nazaret habría votado a Podemos, sin duda en un arrebato de apasionamiento por aquella novedad política en una región de espantosa vulgaridad; pero seguro que esto se le ha pasado, ya que la perspicacia política no es un rasgo que normalmente se adquiera en la formación sacerdotal, y él mismo reconocerá que su propio particularismo, de gran utilidad en el panorama social murciano, tiene límites, sobre todo, políticos.
Sí es de apreciar, desde luego, su abierta postura contra el integrismo reaccionario de quienes, desde la Iglesia y declarándose más creyentes que nadie, atacan al papa Francisco y llegan a tacharlo de anticristo. Estaba yo leyendo a Joaquín, que así se expresaba, mientras discutía con un viejo amigo ex cura en Cistierna, en la Montaña leonesa, que me sorprendía con esas mismas posiciones anti Francisco, a quien tachaba de marxista, así como a los jesuitas en general, a los que acusaba de entregar la Iglesia a manos del comunismo; y me pasmaba. Porque yo también aprecio el talante general de Jorge Bergoglio, tan distinto al de sus más directos antecesores, aunque sin salirme de mis posiciones de ecologista añoso, me permití criticar su encíclica (tan celebrada en su momento) sobre medio ambiente.
Aludo a ese comentario mío negativo, que yo titulaba 'Encíclica ecológica del papa Francisco: templando (divinas) gaitas' (cuartopoder.es, 30 de julio de 2015) porque me viene al pelo para ofrecerle al cura Joaquín la revisión, de fondo, que he de hacerle a su reciente artículo '¿Quiénes son los anticristos del siglo XXI?' (La Verdad, 18 de septiembre de 2021), con la más cordial de la intención y mi mayor aprecio. Dejaré dicho, antes de seguir, que me parecía que el papa 'templaba gaitas' en aquella encíclica Laudato si, debido a su patético oportunismo tras decenios de indiferencia de la iglesia, a que no aportaba nada nuevo y a que no aludía a quienes –los ecologistas– sí han combatido durante medio siglo la destrucción del planeta (sin necesidad de fundamentar su preocupación en valores cristológicos); o sea, porque era tardía, imperfecta e injusta.
Lo de apelar al término 'anticristo', como hace nuestro cura, es un préstamo delicado. Primero, porque los problemas a los que se refiere Joaquín son seculares y ordinarios, y para combatirlos no se necesitan interpretaciones de excepción o de trascendencia alguna, dada su materialidad abrumadora, lo bien que los conocemos y cómo los combatimos; y segundo, y sobre todo, porque el estudio de la figura de Jesús de Nazaret excluye cualquier naturaleza divina, que no puede encontrarse en los innumerables y sesudos estudios históricos de grandes científicos, ateos y protestantes (muy pocos católicos). Ni que él mismo pretendiera ser ni mesías ni hijo de Dios (ni crear una Iglesia, por cierto). Cuando Joaquín se deja llevar por el impulso activista de adalid de libertades y debelador de injusticias, debiera evocar a aquel Jesús que, como la ciencia demuestra (no la filosofía de chicle o la teología chusca que se estudia en los seminarios) era un líder político opuesto a la dominación romana, y por eso Roma lo ejecutó. Joaquín sabe que si se atreviera a interpretar así la figura de Jesús su obispo lo reconvendría, y si persistiera en anteponer razón a fe, el Vaticano lo fulminaría (se toparía con el dogma de la infalibilidad pontificia, aberración ética de categoría): siempre ha sido así, y no hay necesidad de retóricas esotéricas. Lea, sin prisa, sin temor y con la más recta actitud de buscador de la verdad, el gran trabajo La invención de Jesús de Nazaret. Historia, ficción, historiografía (2018), del filósofo especialista en religiones Fernando Bermejo Rubio.
El artículo que cito de Joaquín, en el que fulmina a nueve estirpes de anticristos, padece del tic ese de no hablar claro, de no señalar, de eludir el texto conflictivo: del abuso de 'Los que…', que viene a recordar la estructura del sermón de la Montaña y sus bienaventuranzas, una proclama escasamente útil, por vaga, antipolítica y desconcertante; con lo que pierde mucho del vigor y el eco que seguro que él perseguiría. Así, cuando condena a “los que abusan de los menores”, debiera añadir, “como esos miles de religiosos, jesuitas y maristas en cabeza, pederastas que son piedra de escándalo de la Iglesia, que los encubre”, o una redacción así de comprometida, elegante y, desde luego, evangélica… O encontrar el momento y lugar, redaccional, para, ya que se quiere destacar el papel vivificador de Francisco en la Iglesia actual, dejar en su sitio a Ratzinger (enemigo implacable de la libertad de pensamiento y no digamos de expresión) o Wojtyla (parcialmente responsable de las guerras yugoslavas cuando se apresuró a reconocer las independencias de las repúblicas federadas católicas, seguramente por enfrentarlas a la ortodoxa Serbia); por ejemplo. O señalar a ambos, también a Francisco, por misóginos y montaraces enemigos del reconocimiento de la mujer en la Iglesia (otro punto de disonancia con la vida del nazareno, al que se le sigue manipulando a este respecto).
Con esta escasa garra y recursos literarios tan indirectos, no habrá pretendido nuestro Joaquín convencer, ni mucho menos conmover, a ningún ecologista, aunque no creo que pensara en ellos (que son más bien agnósticos y no lo consideran próximo), porque condenar a “los que destruyen el planeta” (séptimo punto del texto que quisiera ser flamígero) sin mentar, ya que estamos donde estamos, a significados agentes de esa destrucción en versión murciana (López Miras, Luengo, Jiménez, Urrea…, o las grandes empresas agrarias o del petróleo), ni dice ni supone ni vale nada. En mi experiencia de encuentros por toda España con curas luchadores y conflictivos (que es lo que hay que ser y resultar) mi principal referencia siempre es la de mi amigo mosén Redorat, cura de Ascó, a quien tanto aprecié y admiré (y con el que tantos hechos antinucleares compartimos en la tierra tarraconense) que, frente a una Iglesia que nunca condenó la energía nuclear, supo elaborar toda una 'teología antinuclear', propia y ad hoc que, yendo dirigida a su pueblo, resultaba de muy amplia validez. Naturalmente, el obispo le advirtió claramente de su 'desvarío' y, como no cejara, lo reprimió arrebatándolo a su pueblo y su grey; aquel tipo era Ricard Carles, obispo de Tortosa y luego cardenal arzobispo de Barcelona del que, vaya por Dios, han quedado más sombras que luces.
Remata Joaquín Sánchez su elaborada maldición contra anticristos con la consecuente y amable definición de los “cristos que quieren construir una humanidad desde la fraternidad, la ternura y el respeto profundo a cualquier ser humano”… con aire, en efecto, de bienaventuranza, pero que también puede calificarse de 'buenismo' inane: la realidad es que ni el adjetivo ni su contrario, que aquí revisamos como vanos e infundados, describen nada especial, ya que el mal y el bien los practica, con los mismos efectos, la gente ordinaria, sea cual sea la religión que profese y la justificación en que los engarce.
Total, y como decía al principio, tenemos que vernos, Joaquín y yo un día de estos y platicar de lo humano y, seguidamente, lo divino, con pureza de conciencia y lealtad intelectual. Mientras tanto, lléguele mi sincero y fraternal abrazo.
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