España siempre fue un misterio. Así lo vimos mucha gente: nuestro país como misterio a descubrir. Luego está la otra percepción, la de la inmutabilidad de las tierras y pueblos que lo componen, la de “sin el PP, España no sería lo que ha sido cinco siglos”. No sabemos lo que ha sido España en los últimos cinco siglos, tal vez lo sepa Pablo Casado, tal vez.... aunque sus declaraciones nos hace pensar lo contrario, que la España de la que habla no es de este mundo: es la de Torquemada, la de la Vulgata, los caminos intransitables y las yeguas en el Macizo Galaico. Una tierra unida únicamente por la religión, por el sermón del cura de la aldea, por la espada y por las fronteras cerradas a la diversidad.
España se nos presenta como un misterio plural y desconocido. Hay que estudiar todos sus rostros, que son muchos y a veces indescifrables, como debe ser, como esperamos que sea lo que desconocemos pero amamos porque forma parte de nosotros. Y así debe ser: tierras lejanas o al otro lado de las montañas. Llanuras, trigales, viñedos en otoño, hayedos, sol y lluvia, viento, sal, arena y susurro. Y sobre todo, gente que ama y es amada, que observa el horizonte, la línea oscura que separa las montañas y el cielo.
España no es uniformidad, no es cultura (sic) taurina, folclore del sur, El Escorial, la imaginería, dolor y penitencia. No es Menéndez Pelayo, no es ortodoxia, terratenencia, espadañas en el horizonte y seriedad roqueña. No lo es solamente. Hace muchos años que el señorío es fracaso, que la misa del domingo es opción y no obligación, que el idioma no identifica a los estados. Hace muchos años que concluimos que los discursos de Pablo Casado, Teodoro García o Albert Rivera formaban parte del pasado, de un pasado dictatorial, intolerante, excluyente. La España que surgió de los restos del franquismo buscaba otros horizontes, más amplios y abiertos, más cercanos a La pell de brau, a los versos de ese hombre bueno de Arenys, de Salvador Espriu. Acaso nos equivocamos con la democracia del Setenta y Ocho, tal vez todo fue una farsa, la lampedusiana “si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie”, que ese perfecto caciquismo perfeccionado por La Restauración sigue impregnando nuestras vidas y nuestros sueños.
Incluso es posible que la tosquedad de nuestra derecha ya no necesite un discurso medianamente elaborado. Un país en el que se puedan decir insensateces como “que tengáis suerte con vuestro poblema” dirigido al personal del IMIDA por López Miras, “que las administraciones públicas son conscientes de que el aborto es un fracaso en el proceso natural de la maternidad” o “¿qué otro país puede decir que un nuevo mundo fue descubierto por ellos?” y no reaccione airadamente, reúne bastantes elementos para la preocupación, sobre todo después de cuarenta años de democracia aunque sea, para alguna gente, de baja calidad.
Por nuestra parte, seguimos indagando en los misterios de nuestra tierra. Queremos dialogar y reconocernos en los otros. Vivir un patriotismo cívico que nos hace amar y dudar a la vez. No somos gente de certezas, creemos que las razones de los demás pueden ser en algún momento las nuestras, y que las nuestras fueron o serán alguna vez las suyas. Porque no somos unidimensionales, porque amamos el mar, la montaña, los edificios y el arte urbano que los dignifica, porque un t'estimo es hermoso, porque podemos amar y ser amados en todas las lenguas y filosofías del Universo. Todo lo demás pertenece al mundo de la frialdad, de la intolerancia, del lacerante filo de la patria única e incomprensible. Pensamos que este lenguaje había sido enterrado en el mar y que en los campos de España brotaban flores de todos los colores y olores. Oyendo a ciertos políticos constatamos nuestro error. El espíritu de la Inquisición sigue viviendo en los corazones de muchos de ellos. Y esto no deja de ser terrible.
0