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Voto por una Plaza de los Pactos

Antonio Martínez Cerezo

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En el callejero murciano, tan pródigo en nombres prescindibles, es inútil buscar Alcaraz. No hay avenida, calle, placeta, 'picoesquina' o cornijal que lleve tal nombre. Que, por eso mismo, no forma parte del imaginario murciano.

A los ediles locales no se les ha ocurrido dedicar un espacio urbano a la villa (hoy, albaceteña), donde el infante Alonso, en representación de Fernando III el Santo, rey de Castilla, firmó con Ahmed, en representación del emir murciano Abenhudiel, el histórico Pacto de Alcaraz (1243). Por el cual la Murcia musulmana aceptaba volun­tariamente someterse al protectorado de la corona de Castilla.

A más imperdonable olvido, tampoco figura Almizra. Localidad de la actual provincia de Alicante donde pocos meses después de precitada capitulación se firmó el Pacto de Almizra (1244). Por el cual se establecían los límites de conquista de Aragón y Castilla. Por aquélla, signó Jaime I; y por ésta, su ya yerno el infante Alonso.

Del Pacto de Alcaraz no hay documento. De éste, sí. Del alcance de ambos, resumida cuenta queda hecha. Castilla, a poniente. Y Aragón, a levante. Y ojito con traspasar las fronteras prefijadas, que lo que los tiempos reclamaban entonces no era batir de espadas entre iguales, sino culminar la Reconquista.

Hay una estampa impagable, que hoy me cumple recordar aquí, los veinte azule­jos que conforman el mural cerámico que en Campo de Mirra (ayer, Almizra) conme­mora en plaza pública tan memorable efeméride. Todo un ejemplo a seguir, que en la adocenada Murcia no ha encontrado emuladores.

En precitado mural, figuran cinco personas y un perro. Doña Violante de Hun­gría y doña Violante de Aragón, madre e hija. A la sazón, la princesa-niña contaba siete años de edad y ya era esposa, desposada desde los cuatro añitos. Qué barbaridad. Y Jaime I, rey de Aragón, y el infante Alfonso, futuro rey de Castilla. La quinta figura la encarna un obispo o arzobispo, con tiara y báculo, en calidad de testigo. Iglesia y Estado. Poder celestial y terrenal. Y el chucho, tendido a los pies de la mesa, llanamente simboliza la amistad, el alma limpia y la paz de conciencia.

¿Por qué con tan luminar idea no se intenta hacer algo de fuste en Murcia? Imaginemos una plaza céntrica; a ser posible, con una fuente de siete caños en medio, dos palmeras, media docena de moreras y un abercoquero. En mitad de esa plaza hay una estatua de mármol o bronce. Donde se representa el sagrado valor de los pactos, que debe anteponerse siempre al entrecruce de aceros.

A punto de ser repudiada por no dar hijos a la corona, doña Violante al fin con­cibió de don Alfonso, en Pla del Bon Repós (entonces, reino de Murcia; y, hoy, barrio de Alicante). Meses después, nació Berenguela (1253). A cuya primogénita siguieron nueve criaturas más, de ambos sexos, cuando la reina le tomó el gusto a parir.

De tan numerosa prole, es de suponer que éste o aquél hijo o hija fuera con­cebido o parido en el heredado palacio de recreo de Ibn Mardanish, en Monteagudo. Donde aquellos egregios mengajos, recriados en el murciano jardín, aprendieron a co­mer higos de pala, a subirse a las higueras y a bañarse en las acequias.

En su cielo, Berenguela, Beatriz, Fernando, Sancho, Constanza, Pedro, Juan, Isabel, Violante y Jaime no me dejarán por trolero. Por la huerta de Murcia, entre los cauces de riego, dorados como los limones, iban y venían los infantes, a pie, a caballo o en carroza, según edades, aprendiendo a diferenciar los membrillos de las membrillas, los nísperos de las níspolas y las gafarrillas de las merlas.

¿Y de tanta gloria pasada que se hizo, en que lugar de la memoria colectiva quedó todo eso relegado al olvido? ¿Se enseñan estas páginas de historia viva a las nuevas generaciones en la cátedra de Murcialogía que la incompetente autoridad com­petente no ha sido capaz de poner en marcha? ¿Recuerda Murcia, en algún modo, que aquí se celebró el matrimonio de la infanta Beatriz con el marqués Guillermo VII de Montferrato (vicario de Alfoso X en el Imperio), en el año de gracia de 1271?

Y lo que más duele: ¿Recuerda la olvidadiza Murcia que en estos malfamados pagos nacieron los pactos? ¿Saben sus autoridades que Bib Oriola (Puerta de Orihuela) llevaba tal nombre por ser antesala de la vecina ciudad hermana? ¿Conocen los sebáceos y calvorotas adelantados o los regidores sometidos a curas aceleradas de adelgazamiento que a un paso de aquí, en Orihuela, Abdelaziz, hijo de Muza, y Teodomiro, hijo de Gabdus, firmaron el pacto hispanomusulmán más antiguo del que en España se conserva copia, el Pacto de Todmir (713)?

Qué pena que los dichos pactos no consten transcritos en placa pública, para edificación ciudadana y provechosa lectura. En la Plaza de los Pactos. Por la que abogo.

Antonio Martínez Cerezo es escritor, historiador y académico

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