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Murcia y aparte es un blog de opinión y análisis sobre la Región de Murcia, un espacio de reflexión sobre Murcia y desde Murcia que se integra en la edición regional de eldiario.es.

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Habla un lector

José Miguel Vilar-Bou

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Cuando me propusieron escribir algo para el día del libro, pensé primero en hacer un reportaje sobre el tema, pues últimamente trato de huir de la opinión, el género más difícil y, paradójicamente, el que tiene más cultivadores por metro cuadrado. Pero, en cuanto empecé a buscar estadísticas, análisis y cifras del sector, sentí una mezcla de vértigo y confusión: En internet coexisten todas las opiniones y su contrario. Un griterío tan babilónico como estéril, sospecho.

No es la primera vez que esa perplejidad me paraliza a la hora tratar de comprender qué está pasando con el libro. Ya me sucedió hace años, cuando apareció el kindle y el subsiguiente debate que contraponía el libro de toda la vida contra el digital. En esa época leí decenas y decenas de artículos sobre el asunto. Cualquier cosa que saliese. Tardé demasiado en comprender que estaba perdiendo el tiempo: Aquel era un debate equivocado. El verdadero problema no residía en qué soporte utilizaba la gente para leer, sino, simplemente, en que estábamos dejando de leer. “El whatsapp hace más daño al libro que la piratería”, me dijo hace poco en una entrevista aún no publicada el escritor Javier Negrete.

Son muchas las ideas y hechos que circulan: Que la lectura de ficción se muere, que las ventas se desmoronan, que las ganancias de los escritores bajan a cifras miserables, que la piratería hace estragos, que los nuevos Capotes y Dostoyevskis están en las series. Hace poco Pérez-Reverte decía que él, si fuese joven, no sería novelista, sino guionista de series.

En fin, buscando un enfoque para este artículo, tras abrir el enésimo informe estadístico, he comprendido que lo único que puedo aportar hoy es mi propia experiencia con el libro, un objeto que, es obvio, puede contener lo más elevado, pero también las más execrables idioteces. Voy:

Tengo 37 años. Como toda persona de mi generación, mi educación fue audiovisual. A la lectura por mi propio pie llegué más tarde, y muy poco a poco. De hecho, los libros de Barco de Vapor que nos daban a leer en EGB los resumía, como casi todo el mundo, copiando la sinopsis de la contraportada. Y prefería mil veces los videojuegos a los libros.

El deslumbramiento me llegó de veras en la preadolescencia, a través de los cómics y los juegos de rol. Por supuesto hubo Dragonlance, Tolkien, Conan y todo eso. Es lo que había entonces. Tardé mucho en llegar a los autores juveniles clásicos de toda la vida, con los que generaciones y generaciones se han formado: Stevenson, Verne, Salgari, Dumas y todo este maravilloso panteón. De hecho, en lo que es la literatura propiamente, yo más bien empecé por Bécquer y Poe. En ellos hallé la puerta al vastísimo, infinito continente inexplorado de la literatura universal.

Me hace gracia cuando se dice que los chavales de ahora no leen: Cuando yo era crío, aparte de mí, en mi clase no había ni uno solo que leyese cómics o cualquier otra cosa. Y ya en la universidad, se podrían contar con los dedos de una mano los alumnos realmente interesados en la asignatura de literatura. Chocante, teniendo en cuenta que era la carrera de periodismo y que se suponía que nuestro oficio iba a ser el de contar historias. ¿Dónde podríamos aprender mejor esa artesanía que en las páginas de los grandes maestros? Pero bueno, esa es mi visión. Cada cual tiene la suya y sabrá qué necesita.

Puedo decir también que en las visitas a institutos que he hecho en los últimos años, entre los adolescentes, los he encontrado tanto interesados como desinteresados en los libros. Más de una vez se me han acercado chavales a decirme que escriben poesía, cuentos, tebeos e incluso novelas de ciencia ficción. Siempre son pocos. Como siempre lo han sido, como siempre lo serán: No va a ser todo el mundo escritor.

Por lo que a mí respecta, en los libros nunca busqué evasión. No leo para “soñar” ni “imaginar”, como suele decirse. Más bien, mi aspiración es siempre ver con mis propios ojos aquello que leo. Estoy con los romanos en eso de “primero vivir, luego filosofar”. Por eso cometí la temeridad de meterme a periodista. Por eso fui a parar a sucesos y tribunales. O me fui a los Balcanes, para conocer los centros de refugiados de guerra. O me estuve ganando la vida como músico callejero en Italia. O, este verano, me fui a hacer preguntas al campamento de refugiados iraquíes y sirios de Bruselas.

Cada cuál necesita unas cosas en la vida. Y estas son las que necesito yo. De cada viaje he vuelto más enriquecido, más yo. Y, lo sé bien, el impulso lo he encontrado en los libros. Ellos me han acompañado en estas travesías, me han guiado, porque los escribieron hombres lúcidos, de los que pude aprender.

En fin, los libros son instrumentos que ayudan a conocer el mundo, al ser humano, a uno mismo. Son maravillosas lupas sobre la realidad. Un manual de instrucciones para la vida. Napoleón fraguó su genio en la lectura de los clásicos. Si son parte de tu día a día, enriquecen tu tiempo. Es como vivir dos veces. Son un rato de introspección y soledad impagable.

En los libros he encontrado, en momentos clave, la inspiración que necesitaba para tomar o no una decisión. La idea que se me escapaba para comprender una situación. El consejo que requería para salir de un estancamiento, un engaño, un error.

Sin ellos, en definitiva, yo sería otra persona. Me han hecho crecer, me han abierto puertas que yo solo, por mí mismo, nunca hubiera descubierto.

Esto es lo que puedo decir de los libros. ¿Se muere la novela? ¿Vivimos en plena fractura entre una cultura escrita y otra audiovisual? ¿Escribir cuentos se ha convertido en algo así como adorar al dios Ra? No lo sé. Puede ser. Hoy mis certezas al respecto son pocas: Una es que la gente necesita y necesitará siempre historias. Y la otra que, si hay otro medio de encontrar todo aquello que encuentro en la lectura, bienvenido sea, pero, yo al menos, no lo conozco.

En todo caso, hablo por mí, desde mi experiencia. Es algo personal y cada cual construye su vida con lo que le parece y encuentra a mano.

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