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Periodismo y lenguaje: el bajón en la palabra

Pedro Serrano Solana

Imaginad un taller mecánico en el que emplearan el destornillador para apretar tuercas o el martillo para soltar tornillos. ¿Os despertaría confianza? Ahora imaginad que ese uso indebido de las herramientas se debiera a que no se han leído ni un solo libro de mecánica en su vida, o quizá peor, a que pensaran que tan extravagante manejo resulta atractivo para los clientes y les distingue de la competencia.

Las herramientas del periodista son las palabras. El uso que hacemos de ellas dice todo de nuestro interés por contar lo que sucede de la manera más fiel y correcta posible, y además, transmite el concepto que tenemos del periodismo y de nosotros mismos ante nuestra profesión y ante la noticia; ante el hecho informativo, que debiera ser lo más importante.

Evidentemente no somos infalibles ni en lo que transmitimos ni en cómo lo transmitimos, pero la intención, el interés y el esfuerzo que ponemos -o dejamos de poner- en esta tarea rezuman y llegan a quien nos ve, nos lee o nos escucha. Si algo he aprendido de este oficio es que nunca paras de aprender; es un proceso de aprendizaje continuo del fondo y de la forma, de uno mismo y de los demás. En lo que respecta a la lengua, desde luego, nuestra obligación es no dejar de mejorar.

Como periodista, pero también como 'consumidor' de información, creo sinceramente que no damos la talla. La responsabilidad es enorme e incluso puede ser paralizante, pero no queda otra. Junto con políticos, escritores, deportistas, publicistas o artistas -por poner algunos ejemplos de figuras públicas cuyas declaraciones tienen amplio alcance y máxima repercusión-, debemos situar el correcto uso de la lengua como una de nuestras principales preocupaciones. Detenernos a reflexionar lo que queremos decir y las palabras apropiadas para hacerlo con corrección es lo mínimo que se nos debe exigir, y sin embargo, si nos asomamos a cualquier medio comprobamos que el déficit es enorme.

Es una pena que sea así, y al mismo tiempo parece mentira. Parece mentira que muchos de los periodistas que hoy apalean la lengua española sin piedad, hace poco tiempo estuvieran estudiando una asignatura que les alertaba de los errores más comunes, les proponía lecturas sobre el particular, les trataba de motivar para buscar la excelencia en el uso de nuestro idioma -o al menos el respeto por el español- y, sobre todo, les hacía ver eso tan sencillo que ya he dicho: que las herramientas del periodista son las palabras.

Por fortuna existen muchas personas que se han preocupado y se preocupan por este asunto, personas que llevan a cabo una labor divulgativa digna de aplauso: por ejemplo Álex Grijelmo, o la llamada 'Unidad de Vigilancia' de la Cadena SER con Isaías Lafuente. Pero en mi opinión, por encima de todos está Fernando Lázaro Carreter, autor de los artículos que con el nombre de 'El dardo en la palabra' se fueron publicando en la prensa durante años, y que fueron recopilados en el libro del mismo título.

Considero que El dardo en la palabra es imprescindible para el periodista, incluso aunque algunos de sus 'dardos', de sus comentarios agudos y de sus explicaciones irónicas pero cargadas de mensaje sobre los errores en el uso de nuestra lengua, hayan quedado desfasados por obra y gracia de la Real Academia Española, experta últimamente en transigir con las idioteces y neologismos más insospechados. No cargaré más contra esta institución; sé que su tarea es compleja y la respeto, pero debo mostrar mi enfado ante algunas de sus claudicaciones.

Fernando Lázaro Carreter, que murió en 2004, no sólo hablaba de los errores y no sólo entretenía con su lucidez, sino que también transmitía la carga de profundidad que se encierra en el uso de la palabra, la ideología que lleva consigo lo queramos o no -embistió con todo su arsenal contra los términos introducidos por el capitalismo y la tecnocracia, por ejemplo, términos que hoy usan sin saberlo los que se dicen de izquierdas-. Además, Lázaro Carreter desmotó la absurda teoría de que las 'clases altas' son las dueñas del español culto mientras que las clases populares deben transgredirlo para crear su propia identidad. Una chorrada muy extendida.

Últimamente hay muchos errores en circulación -como los ha habido siempre-. Por ejemplo, yo me remuevo en la silla con el uso (o con el desuso, más bien) del artículo 'la'. No sé qué culpa tendrá la unión de estas dos humildes letras, que parecen vestir de dignidad al que no las pronuncia cuando toca: Moncloa, Zarzuela, Casa del Rey, Fiscalía... Si han de expresarse así, evitando el 'la', ¿por qué no evitan también el artículo 'el'? Que digan “esta mañana, presidente de Gobierno en funciones ha decidido repliegue de tropas...”. Además, esta moda resulta aún más sorpredente si tenemos en cuenta que son los compañeros periodistas de la Villa y Corte los que con mayor ímpetu se han abonado a la negación del artículo 'la' -cuando luego, a la mínima, suelen colarlo en forma de laísmo-.

Pero hay más, mucho más. Si todavía estuviera vivo, Lázaro Carreter se tiraría de los pelos al ver campando a sus anchas engendros como 'drama humanitario' (en lugar de 'humano'), 'valorar positiva/negativamente' (cuando valorar siempre es positivo), 'pactos puntuales' (¿relativos al punto? ¿Que llegan siempre a su hora? ¿No querrán decir 'concretos'?), 'cesar' a alguien (en lugar de 'destituir'), 'por toda la geografía española' (en lugar de 'por toda España'), 'sorpasso' (en lugar de 'adelantamiento' o 'superación')... Por no hablar de los 'selfies', los 'photocall', el 'cash', los 'hastag', las 'app', las 'startup' y los otros millones de zancos a los que se suben con agilidad los expertos del 'postureo' lingüístico (por cierto, la RAE no ha admitido aún 'postureo').

Sí, sé que algunas de estas perlas ya han sido admitidas, e imagino que otras que no sé quizá también hayan sido aprobadas, pero yo no me bajo del burro zamorano-leonés, de ese animal (casi) en peligro de extinción. Como nuestra lengua.

Posdata: Para todo hay palabras excepto para lo que se está viviendo en las fronteras de Europa. Para eso, sobran palabras y faltan acciones, humanidad y dignidad.

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