Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.

Belluga, el cardenal que transformó la huerta de Murcia y alimentó el fervor por la Morenica

Plaza del Cardenal Belluga, en el corazón de la ciudad de Murcia

Gloria Piñero

1

En 2025 la ciudad de Murcia celebra los 1.200 años desde la fundación de Mursiya por Abderramán II el 25 de junio de 825. Una conmemoración que no es sólo una efeméride cívica. También se perfila como una ocasión inmejorable para repasar los procesos que configuraron la fisonomía urbana, social y espiritual de la ciudad a lo largo de los siglos.

Y entre los nodos decisivos del XVIII destaca la figura de Luis Antonio de Belluga y Moncada, más conocido en la memoria colectiva como el cardenal Belluga, que ocupó también el cargo de virrey de Murcia y Valencia, y cuya acción política, religiosa y de mecenazgo dejó una huella visible —y algunas controversias— en la Murcia moderna.

Una orfandad temprana que marcó el origen de su carrera eclesiástica

Nació en Motril (Reino de Granada) el 30 de noviembre de 1662. Cuando contaba apenas cuatro años, él y sus hermanas Ignacia Francisca e Isabel quedaron huérfanos de madre y padre. De su crianza se encargó uno de sus tíos, clérigo, y su abuela materna. Ambos le guiaron hacia la carrera eclesiástica, por lo que encomendaron su educación a los Religiosos Mínimos de San Francisco de Paula. Sin embargo, fueron sus frecuentes visitas a la Congregación de Sacerdotes de San Felipe Neri, cuya única regla es la Caridad, las que marcaron indudablemente la personalidad de un Belluga adolescente.

Estatua del Cardenal Belluga, obra de Juan González Moreno, en la Glorieta de España, Murcia

Gracias a su decidida vocación, a los catorce años fue ordenado sacerdote de primera tonsura, un símbolo de su consagración a Dios, la renuncia al mundo terrenal y la preparación para recibir el sacramento del orden sagrado.

Tras doctorarse en Teología en el Colegio de Santa María de Jesús de Sevilla en 1686, las autoridades eclesiásticas, que apreciaban en él unas dotes de eficaz administrador, le nombraron canónigo lector de la Catedral de Zamora. Allí se forjó una fama de hombre piadoso, justo, inteligente y disciplinado.

Poco tiempo después volvió a su Andalucía natal para ejercer el mismo cargo en Córdoba, hasta que, en 1705, recaló en la sede episcopal de Cartagena donde, el 29 de noviembre de 1719, terminó ascendiendo al cardenalato con la bendición del papa Clemente XI.

Pero su carrera no se limitó a la magistratura eclesiástica: combinó esa tarea con importantes responsabilidades en el gobierno civil. Y es que, durante las primeras décadas del siglo XVIII, Belluga también actuó como brazo del poder borbónico en ámbitos que rebasaban el estricto campo pastoral, así que su influencia se extendió a la economía, la demografía y el urbanismo.

La España borbónica y el tablero murciano en el siglo XVIII

La Guerra de Sucesión (1701–1714) y la consolidación en la corona del primer Borbón, Felipe V, alteraron las redes de poder en la península. Belluga se posicionó junto a Felipe de Anjouy en contra del archiduque Carlos de Austria, de la Casa de Habsburgo. Una apuesta que terminaría por abrirle vías de promoción y acceso a cargos cuya influencia iban más allá de lo diocesano.

Retrato del célebre obispo de Cartagena Luis Antonio de Belluga y Moncada, expuesto en la sala capitular de la Catedral de Málaga

En la práctica, el cardenal actuó como intermediario entre la Corona y la Iglesia, para la que defendió prerrogativas eclesiásticas y consiguió la creación de fundaciones, así como la concreción exenciones y repartos de tierras que tuvieron gran impacto social y económico en la región.

El Belluga mecenas y transformador urbano

Si hay una expresión que caracteriza la obra de Belluga es la de “pías fundaciones”. Un concepto que incluyó casas de acogida, hospitales y seminarios, pero también canalizaciones y proyectos de saneamiento que buscaban transformar tierras improductivas en huerta y, con ello, asegurar rentas y clientelas para las instituciones y para las fundaciones eclesiales que promovía.

Hospicio de Santa Florentina, declarado Bien de Interés Cultural en 1978

En Murcia capital su impronta se tradujo en intervenciones sobre edificios eclesiásticos y en la configuración de la plaza que hoy lleva su nombre, situada frente a la Catedral, el conocido como Edificio Moneo y el Palacio Episcopal, del que fue impulsor. Así, su memoria y su imagen —reflejada en una escultura en su honor obra de Juan González Moreno en 1963 y colocada en la glorieta de España— sigue viva en la toponimia y en el catálogo urbano de la ciudad.

Otras de las edificaciones históricas que deben su existencia al cardenal son el Hospicio de Santa Florentina —o inclusa—, situado en la calle Santa Teresa, esquina con la calle San Nicolás, y declarado Bien de Interés Cultural en 1978; o el Colegio de San Leandro —también conocido como colegio de los infantillos— que también pertenece al Siglo de Oro murciano y del que hoy solo se conserva como elemento original la antigua portada barroca.

Fachada original del Colegio de San Leandro, ejemplo del Siglo de Oro murciano

No vivió para ver terminado el edificio que albergaría el Colegio de Teólogos de San Isidoro, fundado oficialmente por Belluga en 1724. Las obras concluyeron en 1767, con el obispo Diego de Rojas, durante cuyo episcopado también terminaron las del Seminario de San Fulgencio, que hoy albergan la Escuela Superior de Arte Dramático y el Conservatorio Superior de Danza.

Promotor de la colonización de la huerta murciana

A nivel comarcal, el cardenal promovió la colonización de terrenos pantanosos en la Vega Baja del Segura, fundando e impulsando la creación de núcleos como villas —San Felipe, Dolores o San Fulgencio— asociadas a sus pías fundaciones. Belluga obtuvo la administración y el derecho sobre decenas de miles de tahúllas, saneó terrenos y favoreció el establecimiento de colonos con privilegios reales (escrituras, cédulas y concesiones), lo que configuró una nueva realidad local que aún pervive en la estructura de la Vega Baja.

Estas actuaciones, de alcance tanto económico como demográfico, forman parte de su legado más perdurable pero también de la controversia historiográfica respecto a su intención, que se sigue debatiendo entre la filantropía y la acumulación de rentas e influencia.

Imagen panorámica de la ciudad de Murcia, donde sobreviven algunas estructuras típicamente huertanas

Porque la figura de Belluga oscila entre la admiración por su capacidad de gestión y la crítica por la concentración de poder. Autores contemporáneos y modernos insisten en que sus fundaciones y obras de saneamiento transformaron realidades agrarias y urbanas, y crearon un vasto tejido institucional que le sobrevivió tras su muerte, en 1743. Pero, al tiempo, señalan que su ambición por consolidar recursos (rentas, tierras, potestades jurisdiccionales) reflejan cómo el mecenazgo en la época borbónica fue también un instrumento de poder personal y corporativo.

Dimensión política: entre la Corona y la Iglesia

En múltiples ocasiones, la actuación del cardenal se situó también en los intrincados límites entre la defensa del patrimonio eclesiástico y la colaboración con el poder real. La historiografía reciente, que ha trabajado con fondos conservados en el Archivo General de Simancas y en otros depósitos, subraya esa doble lealtad: defensor del clero y, al mismo tiempo, agente del absolutismo ilustrado de la Casa de Borbón.

Por ejemplo, varios episodios documentados de conflicto con el Consejo y con ministros reales, ayudan a explicar su capacidad de iniciativa, pero también la desconfianza que, en ocasiones, despertó en la Corona.

Santuario de Nuestra Señora de la Fuensanta, en el corazón del parque regional de El Valle y Carrascoy

Por otra parte, como obispo de la diócesis y administrador del patrimonio diocesano, Belluga intervino en pleitos y negociaciones con el cabildo que afectaron a santuarios, cofradías y festividades. Algunas investigaciones y repertorios locales registran litigios y disputas en los que Belluga comparece frente al cabildo y otras instancias por bienes, rentas o jurisdicciones vinculadas a lugares de devoción, por ejemplo, el Santuario de la Fuensanta.

Figura clave en la institucionalización de la “bajada” de la Fuensanta

El Santuario de Nuestra Señora de la Fuensanta, situado sobre la vega murciana, en un cerro en las estribaciones del parque regional de El Valle y Carrascoy, en la pedanía de Algezares, es el hogar de la que, desde 1927, ostenta el título de patrona de Murcia —la Morenica para la devoción local—. El templo de estilo barroco murciano que comenzó a levantarse en 1694, se asienta sobre una antigua ermita medieval envuelta en leyendas de apariciones y sobre un nacimiento de agua (“Fuente Santa”) a la que se le atribuían propiedades curativas.

El cardenal Belluga no fue, pues, el fundador del santuario ni el promotor originario de su planta barroca (el edificio tiene antecedentes y actores constructivos anteriores). Pero sí fue bajo su obispado cuando las prácticas populares alrededor de la Fuensanta —la tradicional “bajada” y la romería de subida al santuario asociada a las Fiestas de Septiembre— consiguieron su consolidación.

Romería de la Virgen de la Fuensanta, apodada la Morenica por los murcianos

La integración y auge de estos actos en los circuitos cívico-religiosos se produce, principalmente, por la política de Belluga a favor de la visibilidad y la centralidad de determinadas devociones, que contribuyó a que ritos como la bajada pervivieran y se institucionalizaran.

Así, hoy, en 2025, como quizá él ni siquiera alcanzase a soñar, la Fuensanta sigue siendo un eje de identidad murciana, y su culto sigue ligado, igual que entonces, a actos multitudinarios que enlazan la memoria histórica con el presente.

Etiquetas
stats