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El invierno en el campo

Campo de refugiados de Ritsona/ Paloma Comuñas

Paco Guillermo

Los cambios de tiempo siempre son duros. Todos somos susceptibles al paso de las estaciones y a la llegada de las condiciones adversas. Afecta a nuestra vida diaria que un día llueva; se nos cae el mundo encima. Nos cuesta más trabajo salir de la cama pensando que está mojado, que va a hacer más frío. A veces no podemos concebir que ese día podamos hacer cosas si no tenemos un coche. Es un fastidio, nos cambia el humor, las personas circulan violentamente, se producen atascos, accidentes. Los nervios se disparan. La comodidad del día a día se ha visto afectada por una condición adversa que nos es molesta. Nos quejamos, perdemos los nervios, maldecimos porque nuestra vida ha cambiado por un día, como si no pudiera ocurrir nada peor.

¿Que ocurre cuando eres un refugiado? El día 29 de diciembre ha nevado en Ritsona. Las temperaturas han bajado de golpe y se ha producido una situación muy fría e inusual en estas latitudes. El campo de refugiados de Ritsona se encuentra en el perímetro que ocupaba una antigua base aérea, en medio de una zona expuesta a todos los vientos. Al nivel del mar la nieve se derrite. Aquí se han acumulado casi 15 cm durante la noche, que se ha derretido con la lluvia al amanecer. El agua que rebosa la tierra corre por todas partes y la que ha absorbido la tierra ha convertido el campo en un lodazal. Al dar diez pasos el barro se va acumulando en las suelas hasta formar una  plataforma. La ropa se empapa, nos mojamos y el viento hace que la sensación fría sea aún mayor. Un barrizal ocupado por 700 personas.

En este campo he conocido a muchas personas, todas viviendo una cruenta guerra que ya dura demasiado. Familias que han perdido todo lo que tenían en los bombardeos, que han visto morir a seres allegados, que se han visto obligados a huir del horror. Que han caminado durante días soportando todo tipo de adversidades, que han tratado con mafias ha las que han pagado todo lo que tienen por una travesía marítima en la que podrían haber perdido la vida para llegar a un país extranjero en el que no son bienvenidos. Los hacinan en un campo a la espera de que una serie de trámites burocráticos decidan si son personas que proceden de un conflicto y pueden acogerse al derecho internacional para los refugiados de guerra. Gente que ha pasado de llevar una vida normal en su país a depender de la ayuda humanitaria gestionada por ONG´s de marca que compiten por cual queda mejor a ojos del mundo.

En otras condiciones la respuesta de este cambio meteorológico es de serenidad. Hacen una gestión muy eficiente de lo poco que tienen. Se ayudan los unos a los otros. Son muy metódicos a la hora de repartirse la tareas para mantener las cabinas en las que viven limpias y secas . Adultos y niños son conscientes de lo importante que es el trabajo en común. Todos saben la suerte que tienen de haber escapado de la muerte y de que hace tres meses vivían en tiendas que no habían podido aguantar las lluvias ni protegidos del frío.

Estas personas, agradecidas a la ayuda que les prestamos los voluntarios independientes, nos acogen en sus hogares, nos hacen sentir miembros de su familia. Vivimos con ellos la templanza con la que afrentan el día a día. Hemos venido a ayudarles y nos han enseñado la forma en la que viven una situación que en nuestra vida diaria es algo extremadamente molesto. Nosotros, los voluntarios, nos sentimos en este campo como refugiados de una sociedad acomodada acogidos por personas que han recuperado, muy a su pesar, la dignidad de vivir como nómadas.

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