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ENTREVISTA

Las autoras del libro 'Madres y padres influencers': “No es que los adolescentes sean insoportables, es que no soportamos lo que nos obligan a revisar de nosotros”

Eva Bach y Montse Jiménez, autoras de 'Madres y padres influencers'.

Elena Couceiro

Eva Bach, pedagoga, y Montse Jiménez, profesora de Secundaria, buscan con Madres y padres influencers subrayar que las familias no pueden tirar la toalla con los adolescentes y que su influencia en esta etapa es enorme. Con una mirada positiva hacia esta edad tan temida en una época llena de cambios y tras entrevistar a 1.500 chicos y chicas, las autoras invitan a las familias a crecer y actualizarse para vivir la adolescencia “como una bocanada de aire fresco”.

¿Padres 'influencers'? ¿En serio? 

Montse J.: El propósito del libro es empoderar para hacernos ver a padres, madres y educadores y educadoras que todavía podemos ser buenas influencias para nuestros hijos y jóvenes. Como están muy enganchados a las pantallas nos parece que hemos perdido autoridad. Y uno de nuestros objetivos es demostrar que no, que seguimos siendo sus principales influencers

Eva B.: Aunque un 75% siga a estos nuevos ídolos, resulta que el 80% cuando les preguntas a quién admiran, mencionan a alguien de su familia. La familia tiene una fuerza impresionante. Nos lo tenemos que creer y tenemos que prepararnos para poder ejercer la mejor de las influencias.

Los influencers les hablan con un tono cercano, con naturalidad, de temas que son tabú, grandes temas de la vida… ¿Nosotros somos capaces de hacer todo esto? ¿Les saludamos como Dulceida, que les dice “¡Hola, preciosos!”? ¿Entramos en casa o en el aula así, con esta alegría de vivir, de que sean nuestros hijos o nuestros alumnos?

En vuestro libro apostáis por conectar con los adolescentes respetando y apoyando lo que les interesa, sus emociones, sus necesidades y, también, su nueva forma de vivir con las nuevas tecnologías. ¿Creéis que las madres y padres estamos más desconectados ahora de nuestros hijos?

Eva B.: Si nos referimos a conexión emocional entre padres e hijos, yo creo que era muy poco habitual en nuestra adolescencia o en la de nuestros padres y abuelos. Las emociones eran tabú, no se sabía lo que sabemos ahora sobre su importancia para el equilibrio y la salud. Aunque es cierto que muchas veces esa conexión sigue sin darse y seguimos actuando como si no supiéramos lo que sabemos sobre las emociones.

¿Ha complicado la tecnología esa conexión?

Eva B.: Puede ser un elemento que disminuya la conexión con nuestros hijos, pero a través de la tecnología también podemos aprender juntos, jugar, ver alguna película o serie e incluso a veces decirnos cosas positivas que quizá nos cuesta decirnos a la cara. Cuando la tecnología nos complica, lo que falla es normalmente la conexión con uno mismo, con los otros, con la vida, con las nuevas realidades emergentes que tenemos y que están planteando los adolescentes… Entonces nos refugiamos en la tecnología y vamos a buscar en ella lo que nos falta o a evadirnos del vacío que eso nos deja.

Al fin y al cabo las personas buscamos en la realidad virtual lo mismo que en la presencial: comunicación y reconocimiento. Lo que pone difícil la conexión es vivir con la mentalidad del siglo pasado, con el corazón cerrado, medio amargados, estresados y por tanto no disponibles, sobrepasados emocionalmente, con lo que nuestros vaivenes emocionales superan los de los adolescentes cuando no debería ser así…

Montse J.: Educamos cada día, con nuestras actitudes. Y es muy difícil educar en un buen uso de la tecnología si nos ven hiperconectados. Es importante preguntarnos: ¿Valoramos el tiempo de desconexión, tiempos al aire libre, tiempos de ejercicio, de sueño?

Y también es importante educar en el saber escoger, porque si no educamos en el pensamiento crítico y la capacidad de escoger, los algoritmos y la inteligencia artificial van a escoger por nosotros. Es muy difícil hacer educación sexual si damos la espalda a todo lo que pasa ahora con las nuevas tecnologías; con ellas acceden a la pornografía mucho antes de recibir educación afectiva.

Decís que vivimos en otro siglo y que padres y madres debemos actualizarnos. 

Eva B.: Nuestros adolescentes están poniéndonos sobre la mesa otro tipo de formas de vivir las relaciones amorosas. Están apareciendo conceptos nuevos que ellos llevan con mucha naturalidad, como el poliamor. Chicos y chicas nos han dicho que no les gusta un hombre o una mujer por el hecho de ser hombre o mujer, sino que les atraen personas. Imagínate cómo se nos desdibujan todas las categorías que tenemos respecto a la orientación sexual. Están mucho más sensibilizados que nosotros por el tema del cambio climático, se molestan por cuestiones de género que nosotros soltamos a veces sin ser conscientes...

Y luego está la tecnología...

Montse J.: Vivimos una situación de complejidad y mayor incertidumbre que en periodos anteriores. Tenemos que estar abiertos a estas nuevas maneras de entender las relaciones, el trabajo, los estudios, el futuro. Antes el conocimiento era unidireccional , pero ahora nuestros hijos acceden a este conocimiento con la tecnología. Además, los tiempos ya no son lineales. Antes, cuando obteníamos un título universitario y conseguíamos un trabajo, esto era la culminación. Estamos en un periodo ahora de no dejar de aprender.

Eva B.: Estamos viendo que a raíz del libro muchos padres y madres están por primera vez viendo junto a sus hijos algunos de los influencers que siguen.

¿Cuáles son los mensajes principales que los adolescentes a los que entrevistasteis os transmitieron sobre la familia?

Eva B.: Una de las preguntas que les hicimos fue a quién admiran de su familia. Mencionaban a su madre (un 35%), padre (un 25%), abuelas (10,2%) y abuelos (9,5%). Cuando les preguntamos por qué, nos decían cosas con mucho calado: por su coraje, porque les han enseñado a no tirar la toalla, porque son personas luchadoras, positivas, que dan ánimos… No los admiran por logros profesionales sino por valores personales. Esto es precioso y quiere decir que los adolescentes perciben y valoran mucho más de lo que parece.

Montse J.: Sobre la pregunta de lo que menos les gustaba de los adultos, casi un 37% hablaba de la falta de empatía, su desconsideración, y que no les escuchamos. En segundo lugar, nos ven intransigentes, estrictos y poco tolerantes (en un 29%). En tercera posición, con un 21%, nos ven aburridos, agobiados y estresados, poco capaces de disfrutar de la vida. Esto nos tiene que hacer reflexionar sobre el mensaje que estamos dando a nuestros jóvenes acerca de la vida adulta.

¿Por qué tiene tan mala fama la adolescencia?

Eva B.: Yo creo que la mala fama se la ponen las personas que se han desenamorado de la vida y el alarde de pasión y vitalidad adolescente les sacude e incomoda. “No es que los adolescentes sean insoportables, sino que no soportamos lo que nos obligan a revisar de nosotros”. Las personas de mentalidad rígida viven el vendaval renovador de la adolescencia como una amenaza para sus certezas. Este inmovilismo adulto crea abismos y levanta muros entre adolescentes y adultos. Nosotras abogamos por dejarnos enseñar por ellos. 

Eva B.: La imagen de la adolescencia es bastante injusta e incluso un poco deshumanizada. Nosotras hemos preguntado a los adolescentes por sus miedos y sus preocupaciones y no son tonterías adolescentes, sino propias de personas que están despertando a la vida: el miedo a mostrar el mundo interior por si eres rechazado, por mostrarte como te sientes por dentro, el miedo a no ser lo suficientemente capaz, de ser poco valorado.

Si lo que late en el interior de los adolescentes son los grandes temas humanos, si sus miedos y sus sueños son los nuestros también y no sabemos verlo así, quizá lo que ocurre es que nosotros estamos desconectados de lo pura y esencialmente humano. Si es así, lo terrible no es la adolescencia, lo terrible sería la adultez. Hay que mantener el niño y el adolescente interiores vivos. Es ahí donde está la pasión, la ternura, la curiosidad, la inocencia, el vivir primeras veces. Se trata de adoptar la posición de un adulto que mira a la adolescencia con una mirada dignificante, respetuosa y amorosa.

¿Qué claves sería positivo que tuviéramos padres y madres en cuenta para entender esta etapa?

Eva B.: Lo primero que digo siempre es que no es una enfermedad, sino un pleno despertar a la vida. No es una enajenación mental transitoria sino que los cambios cerebrales son vitales para que puedan madurar y tomar las riendas de su vida. Si los adolescentes fueran más prudentes y menos insensatos, igual no saldrían de casa ante la que se les avecina, que es salir al mundo adulto y hacer su aportación a la sociedad. Hay quien dice que sin esa insensatez nos habríamos extinguido.

Montse J.: Tenemos feedback de jóvenes que han comprado el libro para regalárselo a sus padres. El mensaje que damos en el libro de que lo más importante de tu vida es tu vida y no tus hijos. Hay jóvenes que lo han recibido muy bien, que quizá lo entienden más que los adultos. Esta inconsciencia que a veces tenemos los padres para proyectar en nuestros hijos miedos y esa sobreprotección no les hace ningún bien, porque tenemos jóvenes muy poco resilientes y muy poco tolerantes al fracaso.

Eva B.:  Hay que saber ver las maravillas de la adolescencia: pasión, creatividad, coraje, sueños, vitalidad, nobleza, agudeza perceptiva, sentido del humor, capacidad crítica, transgresión. No se pasan por el forro lo que les decimos, pero tienen que comprobar por sí mismos la solidez y utilidad de todo lo que les hemos dicho, porque tienen que hacérselo suyo. No demos tanta importancia a las caras que nos ponen los adolescentes, preocupémonos más de cómo estamos nosotros y de cómo vibramos nosotros con la vida y con ellos y ellas.

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