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Volver a la escuela en pandemia: los niños sufren las consecuencias del desborde emocional de la COVID-19

Sillas y mesas de un aula en el interior de un colegio

Elena Couceiro

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Estos seis largos meses sin clases, las familias hemos estado subidas en una montaña rusa emocional que jamás podríamos haber imaginado. La alegría de los niños el 12 de marzo por pensar que estaban de vacaciones, la rabia por no poder airearse en la calle, el agobio de los mayores por teletrabajar a tope mientras los niños reclamaban ayuda para su telecole, el miedo a contagiar a nuestros seres queridos vulnerables, la claustrofobia, la felicidad por poder salir a la calle el 26 de abril, el pánico a quedarse sin trabajo... Ahora se nos presenta un nuevo reto: la vuelta a las aulas.

A dos semanas de la fecha tradicional del inicio de curso, empieza a vislumbrarse, tras muchos rumores, cómo van nuestros hijos e hijas a volver a sus centros escolares. ¿Cómo se encuentra la infancia después de este confinamiento? Marina Criado, psicóloga especializada en el ámbito educativo y social y experta en planes de convivencia escolar, cuenta que “hemos vivido una experiencia colectiva de gran impacto emocional y los niños no son ajenos a ella. Han vivido un abanico emocional variado desde la inseguridad, el desconcierto o miedo, hasta el agrado que para muchos ha sido permanecer en sus hogares con sus familias de un modo continuado”.

Rafa Guerrero, psicólogo y profesor de Magisterio, cuenta que “nos hemos encontrado con niños que se han vuelto mucho más miedosos y obsesivos, con situaciones de mucha frustración, niños que han vivido situaciones de mucha tristeza y duelo porque de repente el día que tenían montado de ir al colegio, de salir al parque y de jugar se ha venido abajo y nos hemos visto todos encerrados en casa”.

Marisa Moya, directora de la Escuela Infantil Gran Vía y coautora de una Guía de acogida emocional en espacios educativos, considera que “los efectos se podrán ver a largo plazo” y lamenta que “tanto hacia las personas mayores como hacia la infancia ha habido una desconsideración que ha sido abrumadora”. Los niños y las niñas “se han encontrado desasistidos, ignorados y ninguneados. Habrá progenitores que hayan podido atender adecuadamente y habrá otros muchísimos que no lo hayan podido hacer sin ninguna otra alternativa”, lamenta. “Los niños necesitan de iguales y necesitan calle para poder desarrollarse de una manera adecuada”, apunta Moya. Ha habido “mucha información que incluso los adultos no somos capaces de procesar y que no sabemos cómo van a integrar los niños”.

La mochila de meses de preocupación y estrés

Heike Freire, pedagoga y autora de una carta abierta para reclamar una vuelta al cole cálida, cree que “lo que esos niños han vivido tendrá mucho que ver con lo que nosotros hemos vivido, porque son seres emocionalmente abiertos al otro y especialmente a las personas a las que quieren y con las que conviven”. Evidentemente, las diferentes circunstancias de las familias han hecho que el confinamiento impacte más o menos en la infancia. “No es lo mismo una familia que vive en un piso de 60 metros que una familia que vive en una casa con jardín”, resume Moya.

Según el estudio Infancia Confinada, de Enclave, un 36% de los niños y niñas participantes han experimentado durante el confinamiento con frecuencia preocupación, un 28% tristeza y un 16,2% miedo. Una de las participantes, de 13 años, confiesa: “Yo personalmente no sé por qué he estado un poco triste por las noches”. Otra chica, de 14, cuenta: “Apenas duermo por las noches por la falta de moverme y me estreso mucho con los deberes”. Otra niña de 10 años responde: “A veces me siento estresada y estoy preocupada porque mi abuelo está solo”.

Los expertos coinciden en que lo vivido puede ser traumático para la infancia y es con esta mochila con la que niños y niñas llegarán al colegio en las próximas semanas, una vivencia que, resaltan, puede ser retraumatizante. ¿Qué se puede hacer para que este inicio de curso sea lo más cálido posible para la infancia? Rafa Guerrero lamenta no encontrar sustituto a la necesidad de contacto físico. “Hacer una acogida cálida ahora es imposible. Es como si en determinado planeta no hay oxígeno y nos planteamos cómo hacer para respirar oxígeno. Un niño de 3 años que llega nuevo al cole lo que necesita es que alguien con tranquilidad le abrace, que entienda su emoción y mediante el contacto físico se irá relajando. Si eso no lo podemos hacer estamos dejando al niño metafóricamente sin oxígeno”, lamenta, “y no encuentro parches, aunque admiro la creatividad e implicación de maestros y maestras”. Eso sí, Guerrero se muestra rotundo: “La parte académica tiene que quedar en un segundo o tercer plano, ahora es más importante el cubrir la parte emocional”.

Una vuelta al cole “anti-infancia”

Marisa Moya se muestra muy crítica: “Las medidas que se están tomando para la vuelta al cole son anti infancia. Los niños se desarrollan de manera adecuada en conexión y jugando”. Por eso, propone, “tenemos que buscar un equilibrio”, para evitar los contagios y cuidar la salud global de los niños y niñas: “Somos seres holísticos. Si los niños sienten estrés, amenaza, tensión y temor esto va a influir en su sistema inmune”. Propone, entre otras medidas, “más docentes y ratios más bajas, porque los grupos son excesivamente grandes para la situación que tenemos. Necesitamos también equipos de atención psicológica para los adultos y para los niños en los centros escolares. Todo esto es indispensable este año”.

Marina Criado subraya que “en estos momentos al volver a la escuela, no debería ponerse el foco solo en la adquisición de contenidos, sino en atender a los aspectos emocionales. No se puede aprender si las necesidades emocionales no están cubiertas”. Criado y Moya animan a docentes y familias a estar muy pendientes de las necesidades y emociones de niños y niñas, “porque no sabemos cómo lo vivido puede influir en los patrones o en las plantillas de vida que están conformando, en la creación de su autoconcepto y autoestima”, dice Moya. Por eso, Marina Criado apuesta por “priorizar las necesidades de expresión emocional, mostrar una actitud tranquila, hacer elaboraciones colectivas sobre lo que hemos vivido, realizar asambleas, reorganizar el aula para que el grupo pueda verse las caras e interactuar, aunque sea a distancia...”.

Heike Freire manifiesta que “la educación online no es educación” y que “los protocolos que se están vislumbrando se cargan los proyectos educativos y esto es nefasto para los niños y las niñas. Cuando ya se habían juntado las mesas para desarrollar el trabajo cooperativo se vuelve a las hileras, cuando se habían desarrollado todo tipo de metodologías innovadoras se vuelve a la clase magistral”. Freire propone que “los epidemiólogos o personas especialistas en salud trabajen conjuntamente con los docentes y también con las familias para revisar los procesos educativos y ver qué tipo de medidas se pueden incluir para educar a la salud y cuidar la salud entendida como dice la OMS en su Constitución como bienestar físico, mental, social y espiritual”.

Moya también cree importante “crear pautas, pero no como imposiciones a los niños sino como cocreación. Los niños van aportando en lluvia de ideas aquellas propuestas de pautas, porque tienen que tener este año la sensación de que tenemos recursos, de que no estamos solos y sin nada para salir de esta situación”. Es muy importante, subraya, que la escuela sea más que nunca una comunidad. “En comunidad siempre se trabaja mejor”, apunta.

¿Qué pueden hacer las familias?

Y en este tiempo de incertidumbre, de escenarios diferentes y de decisiones que vamos conociendo a cuentagotas pocos días antes de volver al cole, ¿qué podemos hacer las familias? Rafa Guerrero opina que “lo principal es la comunicación. Los niños son pequeños, pero no son tontos. Hay que explicarles las cosas como son, los escenarios que se van vislumbrando y las decisiones que se comuniquen independientemente de que las circunstancias que les vayamos a explicar les generen emociones desagradables. Es muy importante que hablemos con ellos, que les animemos a que expresen cómo se sienten”.

Marisa Moya considera que “para que las familias acompañen mejor, el foco tiene que estar siempre en uno mismo. Hay muchos progenitores que piensan que para mejorar la situación hay que hacerles muchas cosas a los niños, pero considero que es el adulto el que tiene que revisar cómo se ha acoplado todo lo que hemos vivido, revisar sus emociones para abordarlas e integrarlas de una manera que no nos haga daño”. Además, propone poner la lupa en nuestras fortalezas: “En esa situación tan compleja lo que necesitamos no es ponernos el foco que nos merma, necesitamos ponernos el foco que nos hace crecer y superarnos, acompañando nuestro miedo, nuestra rabia y nuestra tristeza. Es muy importante tomar las riendas de la parcela personal y tomar decisiones que nos hagan responsables de nuestra vida. Y es el momento de la cooperación”.

Marina Criado recomienda a las familias “transmitir a niños y niñas un mensaje de calma y seguridad, invitándoles a colaborar en esta misión que todos tenemos y haciéndoles sentir importantes en esa tarea. Nos interesa que estén bien y eso va a depender mucho de nuestro apoyo en positivo”.

Heike Freire reclama que no perdamos de vista que el centro educativo “debería ser la casa de los niños y las niñas, porque necesitan un espacio aparte de la familia y compartirlo con los iguales”. Por eso, concluye, “no se lo podemos robar”.

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