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ENTREVISTA MAESTRO Y ESCRITOR DE LITERATURA INFANTIL

El Hematocrítico: “Es muy fácil que las cuentas de Instagram sobre crianza te hagan sentir mal”

Miguel López, El Hematocrito.

Elena Couceiro

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Con el nombre artístico de El Hematocrítico (elegido al azar porque New Kid On The Block ya estaba pillado), Miguel López es un tuitero muy reconocido, maestro de infantil y autor de literatura infantil y de artículos en diversos medios, entre ellos elDiario.es. Ahora publica Escúchalos. Por una crianza con empatía (Paidós) en el que pide a padres, madres y educadores, en un tono relajado, haciéndonos preguntas e invitándonos a recordar nuestra infancia, que pensemos “cómo te habrías sentido de niño con esta presión que tenemos ahora”. Que nadie se asuste: El Hematocrítico no se ha convertido en un sesudo experto abrumador ni ha abandonado su habitual tono de humor. En esta entrevista habla de las agendas apretadas de los niños, de los peligros de tener como modelo de crianza a las cuentas de familias perfectas en Instagram, de lo divertido que es jugar con los amigos al Fornite, de los peligros de obligar a nuestros hijos a compartir sus juguetes o dar besos y de que, si has soltado esto de “la música ya no es como antes” o “ya no hacen dibujos como David el Gnomo” quizá, solo quizá, te estás convirtiendo en una persona rancia.

En la contraportada del libro se puede leer que es un manifiesto en defensa de los peques. ¿En defensa de qué, de qué los quiere defender?

De un excesivo control sobre ellos, sobre todo de su tiempo libre. Yo observo que, aunque ellos viven felices, tienen esta falta de tiempo libre, esta falta de capacidad de decidir sobre su propia agenda. Yo lo noto, por ejemplo, cuando un niño tiene toda la casa llena de posibilidades y te está diciendo “me aburro, me aburro” y necesita que le pongas una actividad delante. Creo que les hemos quitado la capacidad de gestionar su aburrimiento, su tiempo libre, y eso es una habilidad importante. Ahora que hablamos tanto de dar clases de emprendimiento a los niños para enseñarles a crear, no les enseñamos a inventar qué hacer con su tiempo.

Da la impresión de que hay que rellenar cada momento, aprovechar cada hueco. Que tus hijos tengan libre los lunes de 6 a 8 es desperdiciar el tiempo, te parece que esas dos horas podrían estar haciendo ajedrez, estudiando chino....

Dice en su libro que vamos como el Coyote tras el Correcaminos hasta que nos quedamos sin suelo sin darnos cuenta y nos caemos. ¿Qué cree que nos hace correr así y educar sin hacernos preguntas?

Somos herederos de una cultura de crianza y la aplicamos como podemos: en algunas cosas imitamos lo que hacían con nosotros, en otras cosas reaccionamos contra lo que nos hacían a nosotros, pero actuamos muchas veces sin pensar. Para mí el ejemplo más claro es el concepto famoso de “hay que compartir”, que es una cosa que repetimos una y mil veces a los niños y le quitamos su juguete para dárselo a otro niño, le hacemos llorar… Muchas veces me venían padres a mis tutorías comentando que su hijo no quería compartir. Y hablamos un poco y enseguida todos decíamos: “¿Por qué lo hacemos?”.

También da la impresión de que hay que rellenar cada momento, aprovechar cada hueco. Yo creo que eso es un poco culpa del capitalismo, que nos obliga a hacer algo. Todo el rato tenemos que consumir o producir. No podemos estar dos horas tirados en un parque o dando un paseo por la playa, simplemente. Que tus hijos tengan libre los lunes de 6 a 8 es desperdiciar el tiempo, te parece que esas dos horas podrían estar haciendo ajedrez, estudiando chino.... Si nos paráramos a pensar, diríamos: “Hombre, pues no estaría mal tener dos horas para estar en casa jugando”.

Su libro tiene un tono reconfortante y relajado frente a otros libros sobre maternidad y paternidad. Escribe que no hace falta leer todos los cuentos de gestión de emociones, que las rabietas son normales, que no hay que demonizar las pantallas…

Es que este tipo de literatura te hace sentir fatal por dejarles ver la tele mientras cocinas o por llevarlos un día al McDonalds. Es muy fácil que las cuentas de Instagram enfocadas a este tipo de cultura de crianza te hagan sentir mal. Y no intento eso, intento decir: “Vamos a tranquilizarnos. Vamos a quitar un poco el pie del acelerador, utilizar un poco el sentido común”. Esto no es una competición a la mejor crianza, un torneo del mejor niño. Simplemente hay que hacer que se sientan felices. Las cuentas de Instagram de súper familias que están de moda viven bajo el yugo de exhibirse y falta naturalidad, relax, tranquilidad. Para mí es muy importante: para que haya felicidad un niño tiene que tener tranquilidad y sosiego.

En el libro anima al lector a recordar su infancia, pero huye de la nostalgia que está tan en boga. Habla de que, igual que antes se reunían en los bares nuestros hermanos mayores y nosotros nos encontrábamos en los parques, ahora quedan en el Fornite...

Creo que tenemos que ir con los tiempos. No es bueno cerrar los ojos y decir que lo que está pasando es malo sin pararte a pensar. En realidad, están quedando con sus amigos, están jugando, están haciendo algo súper divertido. Yo cuando era adolescente llegaba a casa y cogía el teléfono y llamaba a mis amigos con los que acababa de estar y mis padres me reñían porque ocupaba la línea horas y horas hablando. Me imagino tener la posibilidad de estar conectado con los amigos sin parar y me parece una fantasía. No me parece que podamos decir: “Es que estos chavales no saben lo que se pierden”.

Es muy fácil convertirte en un rancio cuando tienes esta idea de que ahora el reguetón no es música o esto de “antes sí que había series de dibujos buenas”. Esto es un símbolo de hacerte viejo: crees que tú viviste la edad de oro de la cultura. Pero en realidad las posibilidades que tienen los niños a nivel cultural ahora son increíbles.

Tus hijos tienen que sentir siempre que tú estás en su equipo. Tenemos tendencia por cultura a repetir lo que nos hacían a nosotros, que nos obligaban a dar besos a nuestra tía abuela y a la vecina. Y tú te pones en el bando del desconocido

Habla en algunos momentos sobre cómo tratamos de reprimir los propios criterios de nuestros hijos, como en el tema de “hay que compartir” o el tema de dar besos. ¿Qué consecuencias puede tener esto y cómo podemos dejar de hacerlo?

Yo creo que tus hijos tienen que sentir siempre que tú estás en su equipo. Tenemos tendencia por cultura a repetir lo que nos hacían a nosotros, que nos obligaban a dar besos a nuestra tía abuela y a la vecina. Y tú te pones en el bando del desconocido. Y ahí se producen muchas cosas: primero, le estás enseñando que todas las banderas rojas que le salen porque no le apetece hacer eso tiene que ignorarlas y tirar para adelante. Luego le estás diciendo que cuando va a tener un problema no eres una persona que el 100% de las veces le va a apoyar, que es lo que yo creo que todos los hijos necesitan de su padre o su madre. A lo mejor luego cuando son mayores tienen un problema en el colegio porque se ríen de ellos y no lo van a compartir contigo, porque tú cuando se rieron de ellos le quitaste importancia. O alguien le pide un beso y está preocupado por eso y no te lo dice porque tú le has dicho que tenía que dar esos esos besos.

Aborda algunas tendencias sociales, como el bilingüismo, prepararlos todo el rato para el futuro, los cumpleaños cada vez más parecidos a una boda, los estereotipos de género… ¿Cómo cree que podemos avanzar hacia una sociedad que respete más la infancia relajada?

Este libro es mi pequeña contribución a esto. Yo creo que tenemos que apelar, no sé si a tu niño interior porque mucha gente ya no lo escucha, pero sí a la sensatez, a recordar cuando tú eras niño, qué es lo que a ti te gustaba, cómo era tu vida y cómo te habrías sentido de niño con esta presión que tenemos ahora. No tenemos que estar siempre en un proceso de formación constante. Hay que disfrutar de cada etapa. Tu hijo es como un río, no para de cambiar y hay que tener tiempo libre y pasear y jugar y divertirte. El tiempo libre es la manera en la que tú fomentas tus aficiones. Yo de pequeño veía muchísimo cine, leía muchos cómics, pero porque no me tenían frito a extraescolares ni llegaba a casa justo para meterme en cama. Tenía intereses culturales gracias a que tenía tiempo.

No tenemos que estar siempre en formación constante. Hay que disfrutar de cada etapa. Tu hijo es como un río, no para de cambiar y hay que tener tiempo libre y pasear y jugar y divertirte. El tiempo libre es la manera en la que fomentas tus aficiones

Un hilo conductor de su libro es recordar nuestra propia infancia y hacernos preguntas. ¿Por qué quiso que esto fuera una constante en su libro?

Al final de cada capítulo hay una serie de preguntas con las que poder hacer tertulia, para charlar con tu pareja, con tus amigos e incluso con tus hijos. Porque tú vas leyendo los libros sobre crianza y tiras, pero no hay este acto de pararte a pensar por qué estamos haciéndolo. Y eso se saca a través de la conversación, a través del debate. Eso me parece importante. Me parece interesante que te pares a decirle a tus hijos cómo era tu vida de pequeño y si te parece que eso era mejor o peor. Yo podría decirle que estaba en la calle hasta las 21:00 de la noche, yo solo sin padres, y nos íbamos a otra calle y cruzamos la carretera… No era tan idílico. Podría preguntarle qué le parece. Lo comentas y aprendes de eso.

En una parte del libro habla de que los cuidados están poco valorados y defiende que hay que repartirlos y valorarlos.

Muchas veces se dice que igualdad es que la mujer vaya al puesto de trabajo y no se piensa también en la otra parte, que es que el hombre vaya hacia los cuidados. Si realmente queremos una sociedad igualitaria, tanto el trabajo como los cuidados deben repartirse. Los cuidados son complejísimos: está la carga mental, el saber cómo hay que organizar la despensa, el saber que hay que visitar a no sé quién, que es el cumpleaños de alguien y que va a ser la excursión y hay que tener preparada la ropa... Eso debería estar compartido al 50%.

Usted es maestro y está en contacto con muchos niños. ¿Cómo ha visto su situación con la pandemia y cómo los ve ahora después de todo lo que hemos vivido?

Cuando eres niño dos años son muchísimo tiempo, es como el 10% de su vida. Estos dos años pasaron como una apisonadora, los niños que tienen siete años no recuerdan la vida como era antes. Ahora realmente están aprendiendo lo que es ir al cine o al teatro o a un espectáculo con tranquilidad. Yo creo que todos salimos con secuelas emocionales de esto y los niños también. Sin duda los peores años de mi experiencia educativa han sido verlos en el recreo, cada grupo metido en sus metros cuadrados, escenas realmente locas, en clase lavándonos las manos cada 40 minutos… Fue una disrupción muy grande para el proceso educativo y para su crianza. Pero los niños, que es una cosa que digo también el libro, se adaptan a todo.

Acaba su libro con la frase “los niños tienen que sentirse queridos y exigidos”. ¿Por qué?

Esto es una cosa que me dijo una profe de mi colegio. Cuando entré en el colegio a trabajar hace 20 años había un grupo de maestras que me acogieron, se dedicaban a enseñarme un montón de cosas. Una de ellas me dijo que para que un niño se sienta feliz tiene que sentirse querido, pero también exigido. Si un niño siente que no le exigen nada, le falta este punto de autoestima, de tranquilidad y de orgullo de que es alguien útil, que tiene una función en esta familia. Si un niño está todo el día tirado, cuando quiere algo se lo das y no le exiges nada (ni ternura, ni que te acompañe, ni que te escuche), nunca va a tener esa satisfacción. 

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