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La justicia no quiere a Pascual, el vecino de Elgeta que murió en un campo de concentración nazi

Gudaris de Elgeta, en 1936. El segundo por la derecha podría ser Pascual Askasibar. Foto: Revista Antzina

Eduardo Azumendi

Cuando a Jesús Mari Txurruka le llamó una historiadora para decirle que podía reclamar un reloj que perteneció a su tío-abuelo Pascual Askasibar que estaba en Alemania no podía salir de su asombro. “Fue una sorpresa absoluta”. A través de ese reloj, detenido a las tres menos diez, Txurruka ha podido conocer la desgraciada historia de su antepasado, que murió en el campo de concentración nazi de Neungammee, a dónde fue deportado desde Francia. Y a Francia llegó tras la caída de Euskadi en manos de los franquistas. Hoy, el caso de Pascual Aaskasibar forma parte de la querella presentada por el Ayuntamiento de Elgeta (Gipuzkoa) en los juzgados de Bergara contra los crímenes franquistas cometidos contra vecinos del pueblo.

En un principio, esa querella basaba en 14 testimonios recogidos por la oficina que abrió el consistorio de Elgeta para las víctimas del franquismo dentro del periodo que abarca los años 1936 y 1977 fue admitida a trámite e incluso se inició una investigación de oficio por entender que los crímenes denunciados en las querellas presentadas podrían ser catalogados como genocidio. Eso fue en diciembre de 2017. En enero de este año el  mismo juzgado ha decidido sobreseer el caso. ¿Qué ha pasado para esa cambio de opinión? Pues que en diciembre las diligencias fueron incoadas por una jueza sustituta al considerar que los hechos descritos podrían constituir “delitos de lesa humanidad”, por lo que se emitieron citaciones a declarar, a partir de enero de 2018, a 14 familiares de víctimas cuyos testimonios se recogían en el texto registrado por el Ayuntamiento de Elgeta. Pero el nuevo juez ha dictado el sobreseimiento de la querella apelando a la “Ley de Amnistía de 1977”, cuyos delitos además habrían “prescrito”, una decisión que ya ha sido recurrida por los querellantes.

Txurruka era uno de los testigos citados para el 17 de enero, fecha marcada por la magistrada sustituta para recoger las primeras declaraciones. Pero, de momento ningún juez español va a escuchar lo que sufrió su tío-abuelo. Gracias la investigación realizada por la historiadora Ana García Santamaría, Txurruka ha conocido las peripecias vitales  de su tío-abuelo, quien falleció apenas 15 días antes de que el campo de concentración fuera liberado por los aliados. “Apenas quedaban 15 días para su liberación, pero no pudo aguantar”. Ahora, un reloj de cadena olvidado en algún archivo alemán ha devuelto el recuerdo de Pascual.

“Mi abuela nunca habló de lo que le ocurrió a mi tío abuelo e incluso a su madre, mi bisabuela Andresa Iriondo a la que mataron los franquistas en el pueblo. En realidad, ¿qué nos iba a contar mi abuela? ¿Solo desgracias, que a su madre la mataron, que a su hermano lo esclavizaron…. Actuó como cortafuegos y no se habló del tema”, indica Txurruka.

De Francia a Alemania

La investigación de Ana García Santamaría establece que tras la caída de Euskadi en manos de los franquistas, Askasibar se fue a Francia, “donde habría ido a parar algún campo de internamiento”. Su destino había sido Royallieu-Compiègne, un centro de internamiento bajo jurisdicción alemana que fue utilizado “como uno de los principales campos de tránsito en Francia hacia campos de concentración situados en Alemania”, señala García, quien destaca que “la duración media de estadía era de un mes”, tras lo cual eran deportados.  A partir de ese momento, el rastro de Pascual Askasibar se ubica en Neungammee.

El campo Neuengamme se abrió el 13 de diciembre de 1938 en las cercanías de Hamburgo y en su inició albergó prisioneros para ser utilizados como esclavos para reconstruir y actualizar una fábrica de ladrillos, pero posteriormente fueron destinados para obras hidráulicas en el río Elba y canalizaciones del norte de Alemania. Con el paso de los años fue aumentando el número de prisioneros que albergaba. Enfermedades como el tifus acababan con la vida de prisioneros a diario debido a la ausencia de higiene y el hacinamiento. Los historiadores estiman en miles los muertos solamente por el tifus.

Una vez que la familia conoció cómo murió la bisabuela y el tío-abuelo se avivaron los deseos de justicia. “Mi bisabuela Andresa Iriondo salió una noche del caserío y para ver llevaba un candil. Los nacionales le dispararon. La dejaron malherida y al día siguiente los vecinos la llevaron a un hospital de campaña donde murió. Esa muerte ha motivado la querella”.

“Se trata”, añade, “de dejar claro qué es lo que pasó y que hubo muertos civiles que no tenían que ver con nada. Cuando me preguntan si tengo esperanzas de conseguir algo de la justicia me siento como aquellos cazadores con lanzas atacando un mamut. Tenían ilusión, esperanza…Si en lugar de cuatro somos 40 a lo mejor alguien nos hace caso y sale adelante. Con toda la magistratura española diciendo que se ha hecho borrón y cuenta nueva sé que resulta muy complicado, pero tal vez cada uno con su pequeña lanza conseguimos que alguien recapacite”.

Txurruka tiene claro que prefiere denunciar antes que dejarlo pasar una vez conocida la historia de sus antepasados. “Se trata de exigir la verdad, ni más ni menos. Y reclamar justicia. Hemos visto multitud de documentales sobre Franco y los campos de concentración nazis, pero desde que hemos sabido que dos de nuestros antepasados perdieron la vida en ellos, las imágenes que aparecen en esos documentales provocan en nosotros emociones como no lo hacían antes”.

“El abuelo nos enseñó a no olvidar”

Entre las querellas impulsadas por el Ayuntamiento de Elgeta también figura la de la familia de Ane Miren Alberdi. Un par de tías suyas sufrieron la represión franquista, su padre estuvo internado en un campo de trabajos forzados en Teruel. En total, la familia ha presentado tres querellas: una por las dos tías, a quienes les quemaron la casa y les robaron sus bienes; otra, por su padre, y otra querella más por dos primos de su madre, uno de los cuales fue ejecutado.

“Nunca hemos olvidado lo que supuso la guerra en Elgeta y lo que sufrió la familia. Viendo la oportunidad que nos dio el Ayuntamiento hemos aprovechado la ocasión de buscar justicia. Ni más ni menos”, explica Ane Miren.

“A mis tías les hizo mucha ilusión cuando en un principio se admitió a trámite la querella, fue un respiro de alivio, pero después llegó el jarro de agua fría. ¿Justicia? No creo en la justicia española”.

A pesar del revés, el Ayuntamiento de Elgeta sigue adelante con la querella y agotará el recorrido en España antes de recurrir a Europa. “Ya veremos hasta dónde llegamos. Necesitamos seguir adelante por el sufrimiento injusto que le causaron a mi familia. Mi abuelo se quedó con 11 hijos y el cielo como techo. Él nos enseñó a no olvidar”.

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