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Qué pasa en Harvard

Claudine Gay, rectora de la Universidad de Harvard, y Liz Magill, rectora de la Universidad de Pensilvania, durante el testimonio en el Congreso el 5 de diciembre.

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Una tarde de finales de octubre, en el campus de la Universidad de Harvard, me topé con un grupo de estudiantes que rodeaban el teatro Sanders, un edificio dedicado a conciertos, ceremonias y clases multitudinarias. Sujetaban pancartas, coreaban “free Palestine” y gritaban con la ayuda de un megáfono contra la rectora de la Universidad, Claudine Gay, que estaba dentro del teatro. La acusaban de no haber “protegido” a la treintena de estudiantes que habían firmado una declaración culpando a Israel de los atentados de Hamás del 7 de octubre. Los nombres de los firmantes circulaban en redes y en una pancarta en un camioncito que daba vueltas por el campus con el título de “Los principales antisemitas de Harvard”. Hay más de 25.000 estudiantes en Harvard, pero esos 30 se convirtieron en el centro de la atención y de los quebraderos de cabeza de Gay. 

Unos días antes yo también había visto la tensión en el campus de Columbia, en Nueva York, con grupos de estudiantes que protestaban a favor de los palestinos y, en algunos casos, en contra de sus propios compañeros y profesores de origen judío, incluyendo acoso y ataques físicos. Había una poco edificante batalla por arrancar carteles con la imagen de rehenes de Hamás. Un profesor me contaba la presión para que cualquiera opinara en términos rotundos sobre Oriente Próximo aunque su asignatura no tuviera ni remotamente relación.

En este contexto, Gay, la rectora de Harvard que había empezado su mandato el 1 de julio, testificó ante el Congreso. La rectora, la primera mujer negra en el puesto, hija de inmigrantes haitianos y con un extensa trayectoria en universidades de élite, había sido elegida entre otras cosas por su experiencia como decana de la principal facultad de Harvard para los más jóvenes y su capacidad para gestionar crisis, como la pandemia y acusaciones de abusos sexuales en el campus, pero este era un asunto todavía más espinoso con una comunidad de estudiantes, profesores, exalumnos y donantes tan dividida como movilizada. Recibió asesoramiento legal antes de testificar y lo hizo con mucho cuidado, pero su cautela acabó en un intercambio con una congresista republicana que abrió la crisis que, en parte, la ha empujado a dimitir esta semana

En un interrogatorio donde Elise Stefanik le pedía que contestara con un “sí” o un “no” a la pregunta de si llamar al genocidio de los judíos violaba la política de acoso de Harvard, Gay dijo: “Puede ser, depende del contexto”. Stefanik le pidió una respuesta más rotunda y la rectora dijo que “cuando el discurso antisemita se convierte en conducta que equivale a bullying, acoso e intimidación se trata de una conducta contra la que actuamos”. Ante la insistencia de la congresista, Gay volvió a decir que “el contexto” importaba. Stefanik clamó contra el supuesto antisemitismo de la rectora, pese a que la congresista republicana había defendido la llamada teoría del gran reemplazo sobre una inventada conspiración para reemplazar a población blanca protestante con personas de origen o religión judía. 

La rectora de la Universidad de Pensilvania, que también testificó y fue acusada de ser poco contundente en la condena de ataques antisemitas en su campus, dimitió pocos días después de la audiencia.

La rectora de Harvard pidió después perdón y dijo que “las palabras importan” y había causado “dolor” por su manera de expresarse. El consejo de administración de Harvard la apoyó, pero Gay se convirtió en el centro de atención de una campaña de varios activistas de extrema derecha obsesionados con la raza y el género de la rectora y las políticas de instituciones como Harvard que intentan favorecer a minorías históricamente infrarrepresentadas. Algunos de esos activistas publicaron acusaciones de plagio contra Gay tras el análisis de sus investigaciones académicas con herramientas de texto que permiten localizar repeticiones. Tras una revisión de Harvard, Gay se vio obligada a incluir correcciones en varias de sus investigaciones pasadas para añadir comillas o citas en algunas expresiones, aunque tanto la Universidad como ella y varios profesores de esta y otras instituciones insisten en que no se trata de casos de plagio y que las ideas de sus investigaciones eran originales. Ahora Gay cuenta que ha recibido e-mails y llamadas con insultos racistas sin parar desde entonces. Y acusa a los que la han perseguido de una campaña más amplia contra las instituciones educativas para socavar su confianza pública. El ataque o la defensa de la dimitida rectora se ha convertido en un asunto partidista más.

Este es un caso que, sin duda, refleja muchas de las tensiones del país y contiene algunas pistas para entender el peligro en que se encuentra su democracia en un año electoral donde, mientras crece la desconfianza social, el favorito republicano coquetea con la idea de convertirse en un dictador que encarcela a sus rivales y justifica la violencia. Pero el caso de la crisis en Harvard que ha llevado a la dimisión de su rectora es también un ejemplo de cómo se instrumentaliza el sufrimiento ajeno, sobre todo el percibido como lejano, para batallas y obsesiones propias, a menudo minúsculas en comparación con lo que pasa en la otra parte del mundo.

Las protestas de ambos lados acaban sobre todo en disputas propias e infinitamente pequeñas en comparación con el sufrimiento en Gaza y en Israel.

Es cierto que en Estados Unidos ha habido también ataques físicos, algunos muy graves, de antisemitas e islamófobos. Y que las grandes universidades tienen un papel central en la vida y la política de Estados Unidos que no es comparable al de las universidades en España u otros países -de ahí que sus rectoras testifiquen en el Congreso pese a representar a instituciones privadas y del control especial al que están sometidas. 

Pero sigue siendo descorazonador ver que la atención se la llevan estudiantes que se miran al ombligo y activistas que aprovechan el revuelo para cargar contra la promoción de liderazgos más variados que reflejen la diversidad de un país multiétnico, multiracial y multicultural como ningún otro. Cuesta imaginar que los estudiantes que protestaban aquella tarde de octubre en Harvard o los activistas interesados en denunciar la política de inclusión de minorías vayan a aportar algo más fuera de su pequeño y privilegiado mundo. 

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