Del 2% al 5%: una carrera absurda y loca
“España va a necesitar un 2,1% de su PIB para adquirir y para mantener todo el personal, todo el equipamiento, todas las infraestructuras solicitadas por la Alianza para hacer frente con nuestras capacidades a esas amenazas. Por tanto, el 2,1%, ni más, ni menos”.
Presionado por la OTAN y Estados Unidos, consciente de las dificultades que tendría en el Gobierno y el Congreso para aprobar un incremento del 5% e impulsado por sus problemas internos, Pedro Sánchez sacó pecho este domingo de haber conseguido que la OTAN no forzara a España a llegar al 5%. Aunque, después, tanto el presidente norteamericano, Donald Trump, como el secretario general de la OTAN, Mark Rutte y los líderes de otros países miembros le hayan afeado el gesto. En cualquier caso, si alguien pensó que Sánchez generaría algún tipo de movimiento crítico en el seno de la OTAN, ha quedado claro que no. Como mucho, y ya se verá, Sánchez habría conseguido una pequeña excepción para España, pero en ningún caso una enmienda al modelo militarista y armamentista de seguridad impulsado por la OTAN. El cierre de filas ha sido absoluto y la Declaración de La Haya ha confirmado el incremento del 5%.
Pero, más allá de esto, no sé si somos conscientes de la enorme velocidad y la brutal intensidad con la que las cosas han cambiado en relación con el gasto militar.
Hay una frase que nos puede ayudar a comprender la dimensión del cambio producido: “El presidente del Gobierno anunció que íbamos a llegar al 1,22. Ustedes saben que yo siempre he sido muy leal y muy honesta en el sentido de que nunca llegaremos al 2% en España, como la inmensa mayoría de los países.” ¿Es una cita de una analista independiente, de un economista preocupado o de una pacifista crítica? No, es una frase de la ministra de Defensa, Margarita Robles. ¿De cuando estaba discutiéndose el famoso 2% en la OTAN? No, de marzo de 2022, cuando ya hacía ocho años que estaba aprobado y, pese a ello, la ministra no tenía ningún problema en admitir públicamente que eso era una declaración de intenciones que, para nada, debía marcar inevitablemente el esfuerzo presupuestario del Gobierno y de otros países.
¿Cómo hemos pasado, en tan poco tiempo, de tener claro que el 2% era inalcanzable para la mayoría de miembros de la OTAN a ver cómo se impone el 5% y vivir como una polémica excepción que un miembro se quede en el 2,1%?
La propuesta de alcanzar el 2% del PIB en gasto militar apareció en la OTAN durante la primera década del siglo XXI. En la cumbre de 2006, en Riga, se sugirió y recomendó ese porcentaje como una forma de incentivar el gasto militar de los estados miembros. Pero no será hasta la cumbre de 2014 en Gales que la OTAN formalizará el compromiso del 2%. Ahora bien, se menciona a menudo esa cumbre pero con poca precisión. En la Declaración oficial de la Cumbre de Gales se afirma que los países que no cumplen el 2% “tendrán que parar cualquier descenso en defensa” y “proponerse avanzar hacia la directriz del 2% en el plazo de una década”. Parar cualquier descenso y proponerse avanzar hacia esa cifra tienen poco que ver con una supuesta obligación estricta e ineludible de alcanzarlo.
De hecho, hay que recordar que en 2014 solo tres países cumplían dicha directriz. Y, en 2022, ¡hace 3 años!, solo siete. Es decir, la mayoría de los países miembros de la OTAN, más del 75%, estaban lejos de alcanzarlo.
Luego, con la agresión rusa en Ucrania en febrero de 2022, todo se aceleró. Muchos países pasaron a alcanzar el 2% o a comprometerse, seriamente, a llegar a él. Pero no todo se explica por Rusia y la guerra en Ucrania.
En febrero de 2023, el entonces secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, plantea abiertamente que “deberíamos ver el 2% no como un techo sino como un punto de partida, como un mínimo”. Un cambio sustancial que pasa a recogerse en la Declaración de la cumbre de Vilnius (2023), “invertir al menos el 2% del PIB anualmente en defensa”, compromiso que fue refrendado en la siguiente cumbre, la de Washington en 2024.
Y a partir de ahí una loca carrera alcista. Loca y absurda, porque no está fundamentada en un ningún análisis técnico sobre amenazas, riesgos, capacidades, etc. sino simplemente como objetivos lanzados en declaraciones que, rápidamente, son asumidas como metas obligatorias.
En febrero de 2024, Donald Trump, en uno de sus mítines para la carrera presidencial, dijo que los miembros de la OTAN debían gastar el 3% o, en caso contrario, no les defendería. Rápidamente, Stoltenberg, recogió el guante y afirmó que el 2% no era suficiente y que habría que ir hacia el 3%. A principios de 2025, Trump, ya como presidente, habló de que los países de la OTAN debían invertir el 5%. El nuevo secretario general de la OTAN, Mark Rutte, también en enero y en el Parlamento Europeo, ya oficializó el 3% como algo seguro. Y, ahora, en el documento final de la cumbre de la Haya se ha aprobado el 5%.
Impresiona cómo, sin un debate serio sobre seguridad y defensa, sin un análisis técnico y riguroso sobre amenazas y riesgos y sin una planificación sobre capacidades y vías para afrontar esas amenazas y riesgos, se ha pasado, con una velocidad de vértigo, del 2% –como un simple objetivo– a la obligación –bajo amenaza– del 5%.
Impresiona porque, seamos honestos, parece evidente que si Trump hubiera hablado del 3,9% en vez del 5,5%, 8⁹ese hubiera sido el porcentaje aprobado en la Declaración de La Haya. Para una institución como la OTAN, que se quiere formal y profesional, no parece que la imagen dada, más allá del absoluto servilismo de Rutte, sea muy seria.
Pero aún impresiona más que un presidente como Trump, que se negó a aceptar el resultado de las elecciones democráticas por las que perdió su presidencia, que detiene y expulsa ciudadanos norteamericanos de forma arbitraria, persigue la libertad de expresión en las universidades, insulta a Europa, permite todo tipo de barbaridades a Netanyahu, se ríe de Zelenski mientras se considera amigo de Putin, menosprecia las Naciones Unidas, los Derechos Humanos y el Derecho Internacional Humanitario y en vez de colaborar con el Tribunal Penal Internacional (TPI) para perseguir los crímenes de guerra amenaza con sancionar a los funcionarios del TPI que persiguen y documentan dichos crímenes, sea el que deba marcar la las prioridades, la agenda y el ritmo de las inversiones en seguridad y defensa de la OTAN y de Europa.
Quizá hay que recordar que en la carta fundacional de la OTAN se afirma que los estados miembros “reafirman su fe en los propósitos y principios de la Carta de las Naciones Unidas y su deseo de vivir en paz con todos los pueblos y todos los Gobiernos. Decididos a salvaguardar la libertad, la herencia común y la civilización de sus pueblos, basados en los principios de la democracia, las libertades individuales y el imperio de la ley.”
Sabemos, por experiencia, que se trata de palabras vacías. Pero, aun así, hay que resaltar el enorme contraste alcanzado. Porque Trump puede ser muchas cosas, pero está claro que no es un presidente que respete el imperio de la ley, se comprometa con las Naciones Unidas o, en fin, promueva un mundo más justo, pacífico, seguro y estable.
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