Las derechas LGTBI
En la década de los 80 del siglo pasado, conocí a un chico homosexual cuya familia, que pertenecía al Opus Dei, vigilaba obsesivamente sus inclinaciones eróticas para alejarle del infierno. Se llamaba Alfonso y tenía poco más de veinte años. Era inteligente y culto. Ya no creía en Dios, pero no se atrevía a apartarse de su familia y de su mundo. Por eso intentaba apartarse de su homosexualidad, aunque nunca lo conseguía. Dejé de verle, y al cabo de un tiempo me enteré por un amigo común de que se había suicidado.
Cuando se habla de la libertad para participar en terapias de reconversión sexual se está hablando realmente de esto: de personas que no son en absoluto libres para hacerlo, que se ven forzadas por los afectos y por la presión social a tratar de cambiar su propia identidad. Personas que creen que sólo siendo distintos a quienes son podrán conservar el amor y el respeto de los suyos. Personas torturadas.
Las cuestiones que afectan a la identidad y a la libertad individual no son cuestiones de política ideológica, sino de derechos humanos. La igualdad que reclama el feminismo, la transexualidad o la prohibición de las terapias de reconversión no tienen el mismo rango que la financiación autonómica, las subvenciones a la industria del automóvil o los convenios sindicales.
Por eso la extrema derecha es extrema: porque no respeta los derechos humanos. Por eso también la comparación de la extrema derecha de Vox con la supuesta “extrema izquierda” de Podemos es demagógica y ridícula. Y por eso Ciudadanos está adentrándose en un territorio pantanoso del que le costará muchos años salir: el de la complacencia y el compadreo con la infamia.
Estos errores tardan en curarse. El PP, por ejemplo, pretende que la boda de Javier Maroto y un puñado de declaraciones gay friendly hagan olvidar de la noche a la mañana su denigrante recurso ante el Tribunal Constitucional del matrimonio igualitario y su recurrente voto en contra de todas las leyes LGTBI que se promueven en los parlamentos españoles. Pretende que sus dirigentes sean aceptados en la Marcha del Orgullo con todos los honores y que sean aplaudidos.
Todo el mundo tiene derecho a rectificar, por supuesto, y la rectificación —si es sincera— honra a quien la hace. Pero existen algunos pecados originales que necesitan una o dos generaciones para ser olvidados o para ser, al menos, perdonados. En la memoria del corazón no hay atajos. Esas ofensas siguen doliendo. Sin que la comparación pretenda igualar la gravedad de los asuntos —o sí, porque hay muchas formas invisibles de matar, como la que mató a Alfonso—, es lo que está ocurriendo con Bildu: aunque hagan política institucional, aunque renieguen de la violencia, hay muchas personas que tienen todavía abiertas las heridas que causaron.
En los tiempos recientes —sin remontarnos a los orígenes de Albert Rivera y sus declaraciones sobre el matrimonio—, Ciudadanos ha cometido dos errores penosos con el colectivo LGTBI. El primero, en la plaza de Colón, usando las banderas arcoíris para blanquear su conservadurismo nacionalista. En una plaza abarrotada de banderas españolas, se colocaron cuatro banderas arcoíris flanqueando a Rivera durante su discurso y ondeando sobre su cabeza de líder “progresista”. Fue uno de los actos más bochornosos de pinkwashing que puedan recordarse en España.
El segundo error es más bien una aberración contra natura: pactar con la extrema derecha, que defiende las terapias de reconversión, amenaza con prohibir la celebración del Orgullo, rechaza de plano el matrimonio igualitario y la adopción, y considera las leyes de transexualidad un ataque a nuestras libertades. Todo ello, ¿para qué? ¿Para poder suprimir los impuestos de Patrimonio y de Sucesiones? ¿Para poder ocupar una vicepresidencia en el Gobierno de algunas Comunidades? Derechos humanos a cambio de poder y de liberalismo fiscal: es un trueque indigno que manchará muy de negro al partido y a su líder empecinado, durante mucho tiempo.
La bandera arcoíris tiene el color azul y el color naranja, pero no tiene el negro. Por eso es perfectamente coherente que COGAM excluya de la cabeza de la Marcha del 6 de julio a aquellos partidos que están pactando con la ultraderecha. Porque estos pactos, insólitos en Francia o en Alemania, son de una gravedad extraordinaria. Fernando Arrabal dijo que “los fanatismos que más debemos temer son aquellos que pueden confundirse con la tolerancia”. Es la descripción exacta del Ciudadanos de 2019.