La Europa invertebrada
Desaparición y aceleración. Dos palabras que hablan por sí solas de los tiempos convulsos que vivimos. Desaparecen a un ritmo trepidante especies, profesiones, bloques de hielo, empleos. Desaparece la confianza en el aire que respiramos, en la democracia representativa y en el pilar humano que la sostenía, la columna vertebral de la UE: la clase media.
Massimo Gaggi y Eduardo Narduzzi ya conjeturaban en 2006 que la desaparición de la clase media, conllevaría su transformación en una potencial masa de seres vulnerables, una amalgama inerte y compacta, una nueva sociedad de bajo coste dirigida a una especie de hombre-masa, como lo definió Ortega y Gasset, pero con la revolución digital como telón de fondo en un laberinto globalizador. Cada década que pasa la clase media pierde un punto porcentual de representación sobre el total de la población en las economías avanzadas.
Varias son las causas de esta acelerada desintegración. El mercado se ha transformado y la inseguridad laboral es cada vez mayor. La formación ya no es una garantía de acceso a la clase social a la que tradicionalmente se había asociado, el precio de la vivienda sube tres veces más rápido que el ingreso medio de los hogares y uno de cada seis trabajos retribuidos según un nivel medio de vida está en riesgo de ser automatizado.
Consecuencia lógica de este fenómeno es el estancamiento de la movilidad social. El ascensor social de los países ricos parece ir hacia abajo, regresando a un modelo en el que la herencia resulta un factor determinante en la fijación definitiva de la posición social.
Sí, la regresión social se acelera en Europa, pero la toma de conciencia también se generaliza. El nombramiento de la nueva Comisión es un tibio reflejo de esta realidad. Hemos recuperado el pilar social como parte del cometido de la nueva Comisión de empleo y hemos introducido peticiones clave como un régimen europeo de reaseguro de las prestaciones por desempleo, un salario mínimo y una base imponible consolidada común del impuesto sobre sociedades.
Tenemos mucho trabajo por delante y quedan todavía márgenes para favorecer la movilidad social a partir de políticas públicas y gestión de fondos que contribuyan, a su vez, a mejorar y fortalecer nuestros sistemas sociales ante los acelerados cambios del ciclo económico. Las soluciones en realidad no son complejas: los países que en décadas anteriores gastaron más en educación pública, y promovieron la inclusión frente a la segregación educativa, son los que más consiguieron mitigar el efecto de la ventaja por origen familiar.
Hablar de origen familiar es hablar de los derechos del niño desde su nacimiento. Los niños de hoy serán los adultos de mañana y por lo tanto ponerlos en el centro es también poner la sociedad entera en el centro. La Garantía infantil es ya una realidad y un enorme paso en este sentido a nivel europeo. A partir del momento en que se ponga en marcha, una partida de 5,9 mil millones de euros aproximadamente será destinada para la reducción de la pobreza infantil como uno de los objetivos principales del futuro de la UE. Por primera vez, la inclusión social de los niños y niñas figura entre los objetivos específicos del Fondo Social Europeo. Los niños han sido por fin incluidos en la definición de personas más necesitadas.
Además, sabemos que para lograr una mejora en los niveles de bienestar de la población es necesario no solo generar más oportunidades de movilidad, sino también promover los cambios estructurales que garanticen la distribución equitativa de esas oportunidades. Tres son los ejes principales: acceso a la educación, a la sanidad universal y al empleo de calidad.
Respecto a este último, desde la Comisión del Empleo del Parlamento Europeo, tenemos varias líneas abiertas que tienen como objetivo la reducción del trabajo precario: el establecimiento de un salario mínimo interprofesional en cada país, la promoción del diálogo social, la mejora de las condiciones laborales de los trabajadores de plataformas digitales, el diseño de un seguro de desempleo europeo, el refuerzo de los sistemas de protección social en Europa y la implementación de la recientemente aprobada directiva sobre la conciliación de la vida familiar y profesional.
La economía social y la estrategia para una transición justa en el marco de la reconversión laboral, son otras líneas abiertas para la consecución de un mercado laboral que favorezca la convergencia europea al alza e incremente la movilidad social. Para ello tenemos que conseguir también que las grandes multinacionales paguen impuestos allí donde generan sus beneficios y de este modo, obtener los recursos necesarios para sostener la columna vertebral de la UE y su modelo de bienestar.
Tenemos el reto de conseguir que este mundo globalizado, complejo, e interdependiente, cohabite con una sociedad más igualitaria donde la redistribución de riqueza deje de ser una opción para convertirse en una obligación. No dejemos pues que la aceleración de los acontecimientos pueda más que la voluntad humana.
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