La paz es el único camino
Nadie en su sano juicio ni con un mínimo de humanidad puede dejar de condenar –sin matices– los ataques terroristas que las milicias Ezedim Al Qasam, brazo armado del movimiento islámico de resistencia Hamás, lanzaron desde Gaza el pasado sábado sobre territorio israelí, causando al menos 900 muertos, de los cuales cerca de 800 eran civiles. Una matanza como la del festival del kibutz Reim, donde fueron asesinadas 260 personas que se divertían pacíficamente, debe pasar por derecho propio a formar parte de la historia universal de la infamia. La toma de rehenes civiles, incluidas mujeres y niños, hace aún más repugnante la acción de la milicia palestina.
No obstante, sería poco riguroso, incluso cínico, detener aquí el análisis de lo sucedido, como si fuera un hecho aislado, fruto de una locura colectiva sobrevenida a sus autores. Este criminal incidente debe ser situado en su contexto, no para justificarlo sino para tratar de entenderlo. Y el contexto es un enfrentamiento continuo entre Israel y los palestinos de los territorios ocupados que dura desde que, en la Guerra de los Seis Días, en 1967, Israel conquistara Cisjordania, la Franja de Gaza y Jerusalén este, además de los altos del Golán y el Sinaí. La resolución 242 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas instó a Israel a retirarse de estas zonas, pero los sucesivos gobiernos israelíes han hecho caso omiso de esa obligación, reiterada varias veces por otras resoluciones similares, con la connivencia –entre otros– de los países europeos y, sobre todo, de Estados Unidos. Por el contrario, han sometido a la población palestina a una represión y control exhaustivos, se han anexado en la práctica Jerusalén este (al igual que los altos del Golán), y han trufado de colonias judías –ilegales– Cisjordania, sobre la que ejercen un férreo control militar a pesar de los acuerdos de Oslo. De Gaza se retiraron en 2005 ante la imposibilidad de garantizar la seguridad de los colonos. En 2006, Hamas ganó las elecciones en la franja y se hizo con el poder en 2007 sin reconocer la autoridad del gobierno de Ramala, en manos de la Organización de Liberación de Palestina.
Desde entonces, los dos territorios palestinos están separados no solo geográficamente, sino políticamente, con la diferencia fundamental de que la OLP reconoce al estado de Israel, y Hamas no, y pretende además su destrucción. También desde entonces, la franja de Gaza sufre un bloqueo por parte de Israel, que tiene el control de su espacio marítimo y aéreo y de sus fronteras, excepto el paso de Rafah que es controlado por Egipto. Israel se reserva el derecho de intervenir en la franja siempre que así lo decida, y lo ha hecho innumerables veces –la mayoría de ellas a través de bombardeos aéreos– para responder a ataques lanzados desde la franja –la mayoría de ellos mediante lanzamiento de cohetes–, o incluso con finalidad preventiva, destruyendo instalaciones de carácter militar o de carácter civil, como la única planta eléctrica existente, que han destruido total o parcialmente varias veces, y matando a numerosa población civil, incluidos varios centenares de niños.
Según la oficina de asuntos humanitarios de Naciones Unidas, desde 2008 hasta el inicio de este episodio violento habían muerto en los sucesivos enfrentamientos 6.407 palestinos y 308 israelíes. La política israelí ante los ataques de Hamas ha sido siempre esa: represalias masivas –20x1– con la esperanza, vana hasta ahora, de disuadirlos de volverlo a hacer. En esta ocasión, exactamente 50 años después del inicio de la guerra del Yom Kipur –la última vez que los árabes atacaron a Israel y le pusieron en apuros– el ataque ha sido cualitativa y cuantitativamente diferente: al menos 1.500 combatientes de Qasam han atravesado por tierra o con parapentes motorizados la frontera con Israel, teóricamente invulnerable, y han ocupado durante tres días algunas localidades del sur del país, Es decir, han protagonizado una pequeña invasión del territorio israelí que no se había producido nunca.
El ataque pone de manifiesto una inesperada vulnerabilidad de Israel. Ha tenido que prepararse durante meses y es sorprendente que el Shabak, servicio de inteligencia interior israelí, no haya sido capaz de detectarlo. ¿Por qué ahora? Seguramente la razón principal es que ahora podían hacerlo. Pero se pueden encontrar muchas otras, desde el incremento de la tensión y la violencia en el último año, con algunas muertes de palestinos por colonos judíos en Cisjordania, hasta el ataque israelí a la mezquita sagrada de Al Aqsa en abril (de hecho, la operación de Hamas se llama 'Tormenta de Al Aqsa'). También quizá porque era el momento de elevar la tensión para evitar el acercamiento de países árabes a Israel, que podría dejar a los palestinos huérfanos de valedores y sin perspectivas de hacer prosperar su deseo de tener un estado propio. De hecho, Arabia Saudí estaba cerca de llegar a un acuerdo para el reconocimiento de Israel, con la mediación de EEUU, y probablemente otros países árabes o musulmanes habrían seguido la decisión de Riad. Sin duda esta batalla va a impedir, o al menos retrasar, ese entendimiento.
Por otro lado, este ataque le ha dado un balón de oxígeno al primer ministro Netanyahu, que estaba sometido a una enorme presión por la contestación ciudadana a su iniciativa de reforma para quitar competencias al tribunal constitucional, y también por su propio procesamiento por aceptar sobornos. Se ha apresurado a declarar el estado de guerra, lo que impide que los reservistas que se enfrentan a la reforma judicial se nieguen a ser movilizados, como pretendían, y debe acallar cualquier oposición porque en guerra todos tienen que unirse tras el líder. De hecho, su actual gobierno, de clara tendencia ultraderechista, será probablemente sustituido por otro de gran coalición, despejando en buena medida su futuro político. Rápidamente ha lanzado su represalia masiva, como en ocasiones anteriores, sobre la franja de Gaza, destruyendo indiscriminadamente tanto puestos de mando o instalaciones de Hamas como infraestructuras civiles (el hospital ha sido alcanzado), viviendas particulares, ambulancias...
En los tres primeros días de operaciones los bombardeos habían causado al menos 687 muertos, de entre ellos 140 niños y 105 mujeres, además de 3.726 heridos. Después ha decretado el bloqueo total, incluido el corte de electricidad, combustible, comida, e incluso agua. En un territorio como Gaza, en el que se apiñan, en una superficie como la Gomera, más de dos millones de personas (en la Gomera viven 22.000), de los cuales casi un millón son menores de 14 años, y el 80% de la población depende de la ayuda exterior para sobrevivir. Todo vale ante el mayoritario apoyo que recibe de la población israelí, horrorizada por la brutalidad de los ataques de Hamás.
Condenar los atentados de Hamás no es incompatible con condenar también la violencia permanente de la ocupación israelí de los territorios palestinos, la represión constante de su población, el bloqueo de Gaza, así como aquellas de sus acciones militares que vulneran las leyes de la guerra para convertirse en represalias sobre la población civil. No se trata de ser equidistantes, es que ambas violencias son absolutamente rechazables, y no tiene ningún sentido señalar cuál de ellas es peor, o quién empezó qué, para lo que podríamos remontarnos a la Nakba, en 1948. Es más, los que condenan solamente a uno de los dos bandos, están apoyando indirectamente la violencia, porque es evidente que la violencia de unos provoca la de los otros, en una espiral sin sentido ni fin. Se puede comprender la desesperación de los palestinos, se puede comprender el miedo y la ira de los israelíes, pero las acciones de ambos –en particular las que afectan a la población civil, mujeres, niños–siguen siendo inaceptables. La única bandera decente y defendible es una paz justa, que ofrezca seguridad y libertad a todos, y bajo ella no quieren cobijarse ni Hamas –porque no acepta la existencia del estado israelí– ni el gobierno de Israel -–porque no acepta la existencia del estado palestino–.
Es muy posible que en los próximos días las Fuerzas de Defensa de Israel invadan la franja de Gaza por tierra, como hicieron en 2014 en su último enfrentamiento grave con Hamas, que duró 50 días con el resultado de 71 israelíes muertos (5 de ellos civiles) y 2.310 palestinos muertos (el 70% civiles). En aquella ocasión la Alta Comisionada de Naciones Unidas para los derechos humanos, Navanethem Pillay, denunció que los ataques realizados por las FDI en Gaza podrían constituir crímenes de guerra. Ahora, Netanyahu –el mismo que lanzó aquella operación– quiere que ésta sea más dura como consecuencia de la mayor dureza del ataque que la desencadena. Pero tendrá las mismas dificultades. Gaza está superpoblada, los combates implican la destrucción de casas y es imposible evitar bajas en la población civil. Una ocupación permanente es inviable por sus costes militares, económicos y políticos. No es fácil controlar a dos millones de personas hostiles. Podrán destruir capacidades e infraestructuras de Hamas, y muchos de sus militantes, pero cuando las FDI se retiren se recuperarán como han hecho sucedido desde 2014 hasta ahora. Por muy decisiva que quiera ser la operación, cuando acabe, la situación volverá al punto de partida, a esperar el episodio siguiente.
El ex primer ministro israelí Isaac Rabin –asesinado después por sus intentos de lograr la paz– expresó en una ocasión su deseo de que Gaza se hundiera en el mar. No veía otra solución para este territorio. Pero eso no va a pasar, Gaza va a seguir existiendo y cada vez habrá más gazatíes, porque su tasa de crecimiento es una de las más altas del mundo. No parece que las duras represalias israelíes estén consiguiendo disuadirlos de volver a atacar a Israel cada vez que tienen suficiente capacidad para hacerlo, ni tampoco parece que los ataques y atentados de Hamas vayan a convencer a Israel de reconocer un estado palestino, así que el binomio ataque-represalia amenaza con repetirse una y otra vez aumentando el sufrimiento y la angustia de ambas partes.
Una conocida frase – falsamente atribuida a Einstein– es aplicable en este caso: locura es hacer lo mismo una y otra vez esperando obtener resultados diferentes. Vale para las dos partes. Si los palestinos siguen atacando a Israel estarán desencadenando la respuesta israelí y con ella la muerte de su gente y la destrucción de su tierra. Si Israel no cambia su política hacia los palestinos, vivirá siempre en tensión, con miedo, bajo la amenaza de ser agredida en cualquier momento, nunca podrá relajarse y disfrutar de una vida tranquila como un país normal. La paz es el único camino.
27