Annus horribilis
El discurso del Rey este año fue inevitablemente triste, sentado con una cacha sobre una mesa en actitud pretendidamente informal pero seguramente debida a sus limitaciones físicas, reflejaba tanto su estado de ánimo como el de la inmensa mayoria de las personas a quien se dirigía. Es un mal momento para su reinado, para la Monarquía, la mayor parte de la ciudadanía e incluso la existencia misma de España como nación unitaria.
Los reyes por el hecho de serlo tienen una perspectiva histórica que la mayor parte de las personas no tienen, ocupadas en buscarse la vida, ganársela y crear su propia historia personal. Si tuviésemos su visión de las cosas nos veríamos como debe de verse Juan Carlos de Borbón, confuso en su vejez. Para los reyes no hay jubilación verdadera, el pobre Rey Lear creyó que se podría retirar y fue entonces cuando afrontó desastres y su perdición absoluta. No sabemos lo que vive y siente ese ser humano que habita la armadura real, parece que desea desesperadamente quitarse el peso de una corona que le agobia pero que se ve atrapado por una situación de crisis total.
La crisis económica que está siendo aprovechada por la derecha para cambiar la estructura social aumentando sus privilegios y la separación entre clases. Y la crisis social en que se transformó la crisis económica debido a esa política antisocial, vemos como desaparece la sombra protectora de un estado que creíamos que estaría siempre ahí para protegernos. Hay una gran ansiedad en cada casa con calefacción cuando vemos a otras personas que han perdido el trabajo. Por si fuera poco este gobierno formado por ladrones de Lehman Brothers, fabricantes de armas, antiabortistas, ministras de sanidad invisibles, españolizadores de niños, ministras de empleo que no la rascan y demás ralea presididos por un político que se esconde del parlamento y de la ciudadanía lleva adelante un programa radical que incluye acabar con la separación de poderes y, además de someter a la población y condenarla al silencio con leyes que amedrenten la libertad de expresión, liquida el derecho a la justicia y, de paso, el poder judicial. Lo nunca visto, Juan Carlos, que no es manco, debe de estar alucinado con esa cuadrilla que es “el Gobierno de su Majestad” al cabo.
Y qué decir del desafío democrático que hace la mayor parte de la ciudadanía catalana al estado nacional español. La tan mentada este año constitución de Cádiz concebía una España que se extendía por varios continentes, una constitución para todos los españoles “de ambos hemisferios”; en mi escuela ya era un mapa de la Península y unas manchas de color rosa en el continente africano; hoy el mapa se ha reducido. En el año 1968 el Reino de España entregaba la soberanía a Guinea Ecuatorial, que era provincia española desde el año 1958. En 1975 se cedía a Marruecos el protectorado de “el Sahara español” y por esos años llegó a contemplarse como una posibilidad política la independencia de las Canarias. Si pensamos además en Gibraltar, Ceuta y Melilla, constataremos que España tiene históricamente una gran ansiedad territorial. El trauma de las pérdidas de Cuba y Filipinas enlazó luego con el africanismo que marcó los tres cuartos del siglo XX, pero la España recreada tras la muerte de Franco se basó en un nuevo límite territorial, el actual. Que ahora vuelve a estar en discusión.
Es un verdadero trance histórico. El Rey lo sabe, su referencia a sus treinta y siete años de reinado es significativa. Efectivamente, estamos hablando de la historia. Hace treinta y siete años Franco murió en su cama, dos meses antes había fusilado a sus cinco últimos rehenes para que el Régimen conservase el control de las reglas del juego del poder. Los arrimó a la pared para parar a una oposición democrática que se estaba organizando en la Junta Democrática, la Plataforma Democrática y otras alianzas en las nacionalidades. Todas aquellas organizaciones antifranquistas de diversos tamaños y procedencias se decían partidarias de una República, bien federal, confederal o que reconociese la autonomía de las nacionalidades que habían plebiscitado su estatuto durante la II República y buena parte de ellas defendían el derecho de autodeterminación de las nacionalidades. Por encima de todo aquello y por el medio pasó la historia, treinta y siete años son muchos años y como novedad el mensaje del Rey Juan Carlos este año se puede escuchar en Youtube en las cuatro lenguas reconocidas por la Constitución.
Puede que sea ya un poco tarde para un gesto tan nimio y puede además que la Monarquía ya no tenga la capacidad de integrar. La Monarquía constitucional hoy se basa en un suelo arenoso, a medio camino entre el rechazo y la indiferencia. Y en el caso del País Vasco y Cataluña la distancia entre monarquía y población es enorme y parece difícil de superar, se puede decir que esas comunidades ya no reconocen a la monarquía. La televisión vasca emite este año su discurso subtitulado pero el año próximo ya no lo hará y el mismo día del discurso el parlamento catalán ha decidido autodeterminarse, a pesar de que el Rey les leyese hace unos meses una cartilla a los catalanes. Naturalmente la identificación entre monarquía y nación española es absoluta y eso explica la actitud de los nacionalismos vasco y catalán, posiciones que cuentan con el apoyo de la mayor parte de las poblaciones. Los reyes encarnaban el reino y hoy el Rey encarna a la nación.
Así el “himno nacional” es en verdad la Marcha Real, un himno de la casa de Borbón. Como la bandera nacional. El rey Juan Carlos es jefe del Estado y Comandante en jefe de los Ejércitos Reales. El rey es el estado y el cuestionamiento del estado cuestiona inevitablemente la monarquía.
La II República llegó porque falló la monarquía para resolver los problemas, traía consigo la energía de la ilusión y la esperanza. Ahora no hay nada de eso, sin entrar a discutir ahora lo razonable o no que es la misma institución monárquica, no nacen de la monarquía. La Casa Real está muy debilitada. No hizo falta una conspiración republicana. La corrupción, los escándalos y la división de la familia real son su imagen actual. Seguramente seguiría estando ahí pasando un poco inadvertida y protegida por los medios convencionales si no fuese que le ocurrió lo que a tantos en España, años de borrachera e inflación. El verdadero problema que tiene la casa real es el problema de España, el choque de nacionalismos. Para que no se diese la situación actual España tendría que haberse refundado hace treinta y siete años de otro modo, reconociendo en su arquitectura política a Cataluña y Euskadi particularmente como naciones, pero eso no fue así y probablemente es imposible. Eso no lo habrían consentido ni los sectores del estado mismo, empezando por los militares de entonces, ni la mayor parte de la población española ni muy particularmente los intereses radicados en la capital. Y treinta y siete años después estamos así. “Ahora sí que estamos buenos, tú preñada y yo en la cárcel”, decía mi padre.
El Rey seguramente comprende que es necesario reconstruir un diálogo y puentes con Cataluña pero se sabe representante de una nación que choca con esa otra nación que quieren ser la mayoría de los catalanes. Y por otro lado el nacionalismo español no se lo permitiría, ya hemos llegado a extremos en que sectores del estado maniobran contra la Generalitat, dentro de la policía actúan por su cuenta para impedir el proceso político catalán, sectores del ejército vuelven a soñar con los tanques en la calle y aviones de combate han sobrevolado barrios de ciudades catalanas. La historia de España es muy dramática, la misma Transición lo fue, y hemos visto en los últimos años a periódicos de la capital incitando a lo que mejor se nos da, los enfrentamientos civiles, y a lo que desean, los golpes de estado. Esta política de la derecha europea ante crisis económica está destruyendo la sociedad pero a la derecha española no le basta, hay en ella una pulsión guerracivilista que existe desde siempre y que se ha ido alimentando desde hace años. La apuesta por la autodeterminación de gran parte de la sociedad catalana es sin duda un desafío al estado existente, pero es una opción democrática que acabará encontrando su forma jurídico política para realizarse. Lo único que democráticamente cabe es diálogo y negociación. No es cierta la España de los reyes godos, el Cid e Isabel la Católica, los Austrias y los Borbones, España no es “un destino en lo universal” sino un estado nación que habitamos y que puede ser reformado como ya lo fue anteriormente. Porque, digámoslo claro, se trata de que podamos vivir y no de matarnos unos a otros.