Banderas que educan

19 de septiembre de 2025 23:02 h

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Si para una gobernante como Isabel Díaz Ayuso la solidaridad es adoctrinamiento, quizá lo peligroso para las infancias y las adolescencias no sea una bandera de apoyo al pueblo palestino, sino la ideología de quien quiere reprimir cualquier gesto de humanidad. La Presidenta de la Comunidad de Madrid, al prohibir la bandera palestina en los centros educativos, no está defendiendo la neutralidad; está, sin disimulo, practicando una censura política que distorsiona la realidad de forma intencionada.

Las banderas palestinas y otras formas de simbología de apoyo a Gaza no son “política” en los términos que Ayuso pretende hacer creer, como si su presencia en los colegios equivaliera a un cartel de apoyo a Pedro Sánchez. La presidenta, al teñir de sospecha toda actividad educativa que busque empatizar con la terrible situación de los palestinos, es quien realmente politiza de forma peyorativa gestos y acciones pacifistas. Nuevamente, observamos como hay víctimas de primera y de segunda a los ojos de las y los dirigentes de la derecha, y las comparaciones son inevitables entre cómo se abordó la invasión de Rusia sobre Ucrania y cómo se quiere dar a entender el genocidio de Israel sobre Gaza. La derecha y la ultraderecha politizan, en un sentido destructivo, al teñir de sospecha cualquier muestra de apoyo a un pueblo que sufre.

Los centros educativos, pese a lo que se quiera hacer ver, no son espacios apolíticos. La política, bien entendida, no es solo lo que se escucha en el Congreso o en los mítines; es la manera de ordenar la convivencia y las respuestas a los problemas desde unos valores democráticos. Los mismos materiales de estudio y programa son decisiones políticas, la elección de un centro u otro es política, la inversión en el mismo también, la dotación de medios y recursos son, en esencia, decisiones políticas.

Educar también implica permitir que comunidad educativa exprese sus opiniones, que las y los alumnos desarrollen un pensamiento crítico y debatan temas de actualidad, incluso sobre temas controvertidos. El aula no debe ser un espacio de pensamiento único, sino un lugar donde se fomente la diversidad de opiniones. Coartar la libertad de expresión con medidas que no se atreven a imponer por escrito -sabiendo que serían anuladas judicialmente- es una clara muestra de que la Consejería de Educación y Ayuso son conscientes de que su postura no se sostiene. Pretender que la escuela es un espacio “apolítico” ante un genocidio es una ficción que solo sirve para silenciar lo que incomoda a quienes desde el poder apoyan a Israel, el Estado genocida.

La bandera palestina, al igual que la bandera LGTBI, no representa a un partido político ni a una ideología partidista; simboliza la defensa de los derechos humanos. Y a quienes no les gustan estas banderas es precisamente porque representan eso: derechos que son vulnerados, personas que son violentadas y acciones que son reprobables. La política bien entendida reside en defender los derechos universales, mientras que la mala política se afana en silenciar a quienes los reclaman.

En este sentido, la reciente anulación por parte del Tribunal Supremo, en diciembre de 2024, de una sentencia previa que impedía la colocación de la bandera LGTBI en edificios públicos, refuerza la idea de que estos símbolos no son partidistas, sino que están vinculados a valores constitucionales como la igualdad, la dignidad y la no discriminación y ondear las es especialmente importante en determinados momentos y contextos. La bandera palestina, para representar la defensa de esos mismos valores constitucionales que son violentados en un contexto de guerra. Defender su presencia en los colegios no es adoctrinar: es afirmar, con la Constitución y con los derechos humanos en la mano, que la educación debe formar a ciudadanos libres, críticos y solidarios.

El problema para la convivencia en los centros no son las banderas, sino quienes rechazan y desprecian los valores y a las personas que representan. Prohibir un símbolo de solidaridad es silenciar una voz legítima y censurar pensamientos democráticos. En lugar de fomentar la comprensión y la empatía, la posición que defiende Ayuso fomenta la ignorancia y la represión ideológica, lo cual es, en sí mismo, un acto de profunda irresponsabilidad política. Como dijo el pedagogo Paulo Freire, “la educación no cambia el mundo, cambia a las personas que van a cambiar el mundo”.