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Dentro de la opa hostil a Warner Bros: los fondos soberanos se reconfiguran en ‘bazucas’ financieros

Jared Kushner, yerno de Trump, este sábado durante una concentración en la 'Plaza de los Rehenes' de Tel Aviv

Ignacio J. Domingo

12 de diciembre de 2025 21:33 h

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Bienvenidos a la era del capital militarizado, en la que los otrora inmaculados fondos soberanos, con una imagen asociada a los capitales con sello ético y criterios inversores sostenibles, sociales y de buen gobierno corporativo se han transformado en armas diplomáticas de especial calibre con las que escalar en un orden mundial en estado de constante mutación. No hace mucho de ello. Después de la Gran Pandemia, las más poderosas gestoras se lanzaron a las inversiones ESG –sostenibles, sociales y de buen gobierno corporativo– con el combate contra el cambio climático por bandera. Pero apenas cuatro años después, a raíz de las escaladas de los precios energéticos en el otoño que precedió a la invasión rusa de Ucrania, todo empezó a virar, y los combustibles fósiles recuperaron su lugar (de privilegio) en los ciclos de negocios.

Desde entonces, el poder geopolítico está dejando de medirse únicamente en ejércitos, tratados o sanciones. Ahora, se articula también a través del capital: quién puede invertir, dónde, en qué sectores y con qué objetivos geoestratégicos. Y en este escenario es donde los fondos soberanos han encontrado su nuevo acomodo. Su reconvertido hábitat favorece la evolución de vehículos inversores asociados a capitales de empresas armamentísticas europeas, el viraje de la doctrina exterior americana y el paulatino abandono de los criterios ESG del continente. Hasta vislumbrar ya un nítido patrón de comportamiento: los recursos públicos se están militarizando y mutando en herramientas de influencia exterior, de autonomía industrial y de contención de adversarios.

El dinero, y no solo la fuerza, se ha reconvertido en instrumento de seguridad nacional.

La operación lanzada esta semana por Netflix para adquirir Warner Bros ha dejado ver la punta de este iceberg. Jared Kushner, el yernísimo de Donald Trump e involucrado durante el primer mandato en asuntos de negocios turbios --o, al menos, opacos-- con la Rusia de Vladimir Putin y la Arabia Saudí del príncipe heredero Mohamed bin Salman (MBS), ilustra este nuevo y presunto caso de tráfico de influencias. En apenas horas desde la oferta de compra de Netflix, durante las que el mandatario de la Casa Blanca, apodado el CEO de EEUU por sus apasionados empresarios tecnológicos, aireó su rotundo rechazo a la maniobra corporativa en ciernes, Paramount lanzó otra OPA. Fulgurante y, por supuesto, hostil. Detrás del consorcio que sustentó la vía empresarial que Trump considera más acorde a los intereses de seguridad nacional americanos, está Kushner y varios fondos soberanos procedentes de la Península Arábiga no precisamente transparentes.

El inquilino del despacho oval ha enfatizado que tendrá la última palabra sobre el futuro de la Warner. Pocos dudan de que Affinity Partners, marca empresarial de Kushner, saldrá victoriosa. Por si acaso, el CEO de Paramount Skydance, David Ellison, se apresuró a decir que su oferta de 30 dólares por acción era la mejor de las soluciones para el accionariado de Warner Bros.

Pese a que Ellison no esconde su intención de convertir a su compañía en la alternativa, dentro la industria audiovisual americana, de Netflix, Disney y Amazon, ambas propuestas de compra difieren substancialmente. La de Paramount es por la totalidad del negocio de Warner que, sin embargo, planea desprenderse de CNN, TNT y Discovery en el acuerdo con Netflix, lo que altera la valoración entre ambas ofertas. Pero a Trump no parece que una división corporativa previa a la absorción le provoque dudas sobre el principio mercantil de la libre competencia.

Los brazos inversores de Arabia Saudí y de MbS también están detrás de una de las adquisiciones más significativas del mercado español. Saudi Telecom Company (STC) se hizo en febrero pasado con el 9,97% del capital de Telefónica tras convertir en acciones el 5% que poseía en derivados, unos productos financieros de alto riesgo --desencadenantes junto a otros vehículos de inversión como swaps y los denominados estructurados del colapso crediticio de 2008-- sustentados, como la mayoría del capital de la operadora, por el fondo soberano saudí PIB, manejado por el príncipe heredero de la Casa Saud. La mano inversora de Riad ya no es tan invisible como en un pasado no tan lejano.  

El dinero del Golfo mueve a la Paramount

Ellison admite que la financiación de la OPA hostil a la Warner incluye 24.000 millones de dólares de tres fondos soberanos de Oriente Medio, además de otros 11.800 millones de su familia y de aportaciones de RedBird Capital y Affinity Partners. Aunque no es la única seña de identidad de esta reacción contra Netflix: también resulta elocuente la retirada de última hora de la tecnológica china Tencent, a instancias de Pekín, que rehusó batallar en un combate geopolítico en campo contrario, con múltiples tentáculos movidos desde la Casa Blanca y que analistas como Ross Benes, de Emarketer, pronostican que será “prolongada” y resaltan que la “disponibilidad de capital y su procedencia será un factor decisivo”.

La participación del fondo saudí PIF y de la Autoridad de Inversiones de Catar (QIA), con el que se conoce a su versión catarí en la compra Warner, no solo confirma la emergente influencia de los capitales arábigos en la industria del entretenimiento global, sino su interés en actuar de ariete inversor de sus diplomacias nacionales. Pero aún más revelador resulta el tercer colchón financiero que admite poseer Kushner: un complejo entramado de carteras bajo gestión que usa el emirato de Abu Dabi, que ha pasado de manejar tres grandes fondos (ADIA, Mubadala y ADQ) a una galaxia de vehículos especializados --MGX (IA), XRG (energía) y Lunate (alternativos)-- con los que controla cientos de miles de millones de dólares.

En todos los supuestos, sin la más mínima exigencia de revelación de sus intenciones y objetivos a sus accionistas, a los que hacen desaparecer sus derechos de voto, y con un claro propósito de eludir límites regulatorios.

Estos gigantes soberanos se expanden como actores de inversión. Sobre todo, en sus estrategias empresariales en el exterior. En este caso, con un destino nítido --la cuna del cine-- y un desafío mayúsculo: interceder en la narrativa de Hollywood. Las señales de alarma de este órdago a la opacidad se emitieron con la entrada de L’imad Holding, firma estatal de Abu Dabi desconocida incluso dentro del propio Golfo, en la puja hostil de Paramount. Según informa Bloomberg, con un historial internacional que brilla por su ausencia y “sin que hayan mediado declaraciones” de portavoces oficiales de un grupo que nunca había registrado tanta agresividad por una compra fuera del emirato.  

Por si fuera poco, esta especie de chaebol coreano --conglomerados manejados por clanes que dirigen múltiples y variados negocios y empresas-- en tierra arábiga está gobernado por Sheikh Tahnoon bin Zayed Al Nahyan, presidente de ADIA, ADQ y MGX, que supervisa cerca de las tres cuartas partes de la riqueza soberana del emirato y que no tiene reparos en revelar su estructura de mando, altamente personalizada. No hay declaraciones suyas, pero la narrativa lo sitúa como el eje articulador del poder inversor emiratí.

Aun así, el fondo Mubadala, con más de 300 pactos en el último lustro, es el gran brazo ejecutor en este ecosistema emiratí, tanto en crédito privado como en IA. Tanto, que la investigadora de la Universidad de Oxford Ana Nacvalovaite, confiesa a la agencia de noticias americana que “es, en realidad, el actor principal de cada ciclo de capital” cuando las autoridades de Abu Dabi se deciden a ir de compras internacionales.

Sin menospreciar a MGX, vehículo de capital cofundado por Mubadala y G42. También símbolo de la ambición de este emirato, ya que ha participado en operaciones la adquisición de Aligned Data Centers, que ha movilizado más de 40.000 millones de dólares. David Petraeus, presidente de KKR MENA, firma de capital presente en la región, dice que “los inversores han evolucionado y se interesan por fondos con especificidades”, lo que revela una “sofisticación emergente”.

Un modelo que seduce a Trump…y a Europa

Donald Trump manifestó hace meses su deseo de crear un fondo soberano made in USA. Para el cual ha dado órdenes expresas a su cúpula económica, diplomática y de seguridad. No es usual entre las potencias industrializadas, aunque el mayor fondo soberano sea el noruego, sino más propio de mercados emergentes. Pero la Casa Blanca opera desde primavera sin una estrategia de desarrollo tras el tijeretazo dado por Elon Musk en su periplo en la Administración Trump. Y ha puesto fecha --un año vista, desde febrero pasado-- para su puesta en marcha.

Desde entonces, algo se ha movido en el núcleo duro del trumpismo. Y no ha sido precisamente un giro baladí. El plan republicano apunta a la configuración de un vehículo soberano capaz de canalizar capital --propio y de aliados “fiables”-- hacia tecnologías estratégicas como IA, los chips, la biotecnología o los sistemas de robotización y automatización autónomos. Todo ello incluido en la doctrina America First Investment Policy. Este fondo actuaría como brazo financiero federal para asegurar que los “tecnologías del futuro se construyan en EEUU en vez de en China”, afirma el general retirado Robert H. Caldwell, ex responsable del US Cyber Command; es decir, un fondo soberano “reconvertido en arma geopolítica para blindar la supremacía tecnológica americana”.

A su juicio, “su poder no residirá solo en los recursos movilizados, sino en su habilidad para fijar estándares, vetar socios, condicionar cadenas de suministro y alinear a países aliados bajo reglas financieras estadounidenses y pertrechar un cerrojo comercial hacia China”. Para Caldwell, esta iniciativa de Trump no es un fondo soberano, sino una arquitectura de seguridad“ ideada a partir de la premisa de que ”quien controle la inversión en IA, los semiconductores y la computación avanzada controlará la batalla de la competitividad“ y con la intención de construir una muralla tecnológica con incentivos para aliados y exclusiones quirúrgicas para adversarios”.

En paralelo, Europa también está siendo otro laboratorio visible de esta mutación. La guerra de Ucrania y la erosión de las certezas geoestratégicas en un orden global en mutación han llevado a gobiernos tradicionalmente prudentes a reconsiderar el papel de sus vehículos de inversión. Estonia, Francia, Alemania y el Reino Unido han desplegado fondos soberanos o para-soberanos orientados a tecnologías militares y de doble uso: desde el SmartCap Defence Fund estonio al Definvest en Francia o el nuevo mandato ampliado de KfW Capital germano o el NSSIF británico. De igual modo, la UE ha levantado instrumentos plurinacionales --el European Defence Fund y el NATO Innovation Fund-- que, sin ser fondos soberanos en sentido clásico, actúan como palancas de reindustrialización estratégica.

El Instituto Bruegel, de perfil paneuropeo, lo explica con nitidez. “La urgencia en reconstruir una base industrial de defensa capaz de sostener un rearme que no puede depender de EEUU está detrás de una iniciativa que trata de restablecer las capacidades militares actuales, que han sido catalogadas de fragmentadas, con niveles productivos insuficientes y bajo ciclos de desarrollo demasiado largos”. Instrumentos como SAFE, el ReArm Europe Plan o el giro del Banco Europeo de Inversiones (BEI) hacia la concesión de avales de Defensa indican que la UE ha comprendido que sin capital no hay autonomía estratégica posible, matiza su experto, Guntram B. Wolff.

La nueva relación transatlántica está generando un ecosistema en el que los flujos financieros dejan de ser neutrales. El capital ya no solo busca retornos, sino aliados, capacidades industriales y resiliencia estratégica. Y este entorno produce un efecto arrastre. Incluso en actores reacios a militarizar sus decisiones de inversión como el fondo soberano de Noruega, con 2,1 billones de dólares -más que el PIB español-- que durante 21 años ha mantenido una estricta prohibición de invertir en firmas que negocien con componentes nucleares y que, según Reuters, sopesa invertir ahora en catorce grandes conglomerados de defensa, desde Lockheed Martin hasta BAE Systems, siguiendo la revisión parlamentaria de sus directrices éticas.

La justificación política no deja lugar a dudas: el mundo ha cambiado y la seguridad requiere de herramientas nuevas. Así lo advierte Knut Kjaer, primer CEO del fondo: “La libertad es mucho más importante que las inversiones ESG”.

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