Brasil hiperbólico
Me acabo de enterar de que el domingo hay elecciones en Brasil, del poco caso que le estamos haciendo. Normal, bastante tenemos nosotros con lo nuestro, y Brasil es un país que nos pilla lejos. Además hablan un idioma que debe de ser tan incomprensible como el de los portugueses, que los tenemos más cerca y tampoco le echamos cuentas, como para estar pendientes de los lejanos brasileños.
Pero estas elecciones deberían importarnos, pues van con nosotros más de lo que creemos. No ya porque sea uno de los países más poblados del mundo, y su suerte crucial para todo el continente americano: es que además Brasil es el mayor representante, diría que el ejemplo máximo y más avanzado, de casi todo lo que hoy nos preocupa.
Para desgracia de los brasileños, el gran país sudamericano se ha convertido en los últimos tiempos en un concentrado de todo aquello que convulsiona la política global y que llena nuestras agendas, análisis, columnas y tertulias. Un concentrado tan reconcentrado, que hasta resulta exagerado, hiperbólico, cuando lo miras de cerca. Hagan la prueba, piensen en cualquier calamidad de los últimos años, y ya verán cómo Brasil está a la cabeza:
¿Ascenso de la ultraderecha? En Brasil no es que crezca, es que está en el gobierno, y además con su representante más demencial. Tanto, que ni los periodistas conservadores se atreven a llamarlo “derecha radical”, “derecha alternativa” y otros eufemismos que se aplican por aquí a las Meloni y compañía. Bolsonaro es fascista sin disimulos, sin medias tintas, sin careta. Es tan fascista que hasta parece una caricatura, de tan bestias que son sus pronunciamientos, su nostalgia confesa de la dictadura, su apología de la violencia, su querencia militarista y sobre todo sus políticas.
¿Polarización, aumento del enfrentamiento político? En pocos países como en Brasil, donde bajo el gobierno de Bolsonaro la polarización ya es violencia, incluyendo amenazas, palizas y asesinatos, mientras crece la posesión de armas de fuego y el todavía presidente acelera la creación de milicias a su servicio.
¿Manipulación informativa, fake news, bulos, uso de las redes sociales? Tal cual la política de comunicación de Bolsonaro. Así llegó al poder, así se ha mantenido, y así ha conducido su campaña electoral.
¿Candidatos que cuestionan y rechazan los resultados de las elecciones? En el caso de Bolsonaro no espera a la noche electoral: lleva meses poniendo en duda el sistema de voto, y avisando de que no piensa aceptar los resultados si no le favorecen.
¿Lawfare, acabar con el adversario político mediante la “guerra jurídica”? En Brasil fueron los pioneros, cepillándose primero a la presidenta Dilma Rousseff, y a continuación al hoy candidato Lula da Silva, injustamente encarcelado e inhabilitado. Un golpe de estado judicial que sirvió de modelo para otros procesos similares en Latinoamérica.
¿Amenazas a la democracia? Ahí está Brasil, donde las elecciones se plantean en modo de emergencia nacional para salvar la democracia tras los destrozos de Bolsonaro. Lula ha conseguido reunir junto a él a todo lo que en Brasil no es Bolsonaro, de izquierda a derecha, incluidos viejos rivales políticos.
Si no tienen bastante, seguimos, que hay más. ¿Negacionismo? Da igual de qué negacionismo hablemos, Bolsonaro los reúne todos en su persona: negacionista de la pandemia, las vacunas, el cambio climático, la violencia contra las mujeres, la ciencia… Todo lo cual no solo se ha traducido en exabruptos, sino sobre todo en políticas despiadadas.
Y por supuesto la propia pandemia, puestos a listar calamidades recientes: en pocos países ha golpeado como en Brasil, donde la resistencia del presidente negacionista a aceptar las evidencias médicas, tomar medidas de control y vacunar a la población, ha provocado cerca de 700.000 muertos.
Podemos seguir, si se les ocurren más problemas recientes: ¿revancha conservadora contra los derechos de minorías oprimidas? Siento repetirme, pero de nuevo la respuesta es Bolsonaro, el presidente misógino, homófobo y racista que no solo con sus palabras, también con sus políticas, ha alentado el aumento de la violencia contra estos colectivos.
Ya digo: Brasil con Bolsonaro ha concentrado, reconcentrado todas las calamidades de nuestro tiempo, y de manera hiperbólica. Veremos qué pasa el domingo: si la respuesta democrática de la ciudadanía brasileña es igual de hiperbólica, y con la victoria de Lula se pone fin a la oscura etapa de Bolsonaro. O si la respuesta de este a su posible derrota es tan hiperbólica como lo ha sido su gobierno, y deja en anécdota los sucesos del Capitolio. Esperemos que, en tal caso, la comunidad internacional sea igual de hiperbólica en su defensa de la democracia y contra el golpismo.
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