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Calle fiera

Fuertes enfrentamientos entre la Policía y manifestantes el 10 de noviembre de 2020 en Lima, Perú.  EFE/Aldair Mejía

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Hay que estar mal de la cabeza para ser presidente del Perú. En este momento hay dos presidentes presos (Fujimori, Toledo), uno con prisión domiciliaria (PPK), uno con comparecencia restringida (Humala) y otro (Alan) se suicidó para evadir la justicia. Al que gobernaba hace un mes (Vizcarra), un congreso lleno de mafiosos le asestó un golpe legislativo aprovechando que también estaba siendo imputado por corrupción cuando le quedaban solo cinco meses para terminar su gobierno y en plena pandemia. Pero el presidente ilegítimo (Merino) no duró ni una semana gracias a una movilización popular y es de esperarse que esté pronto en búsqueda y captura. Ahora tenemos un nuevo presidente (Sagasti), que va a gobernar transitoriamente hasta las elecciones solo por ocho meses, que nos parece una eternidad para el ritmo que llevamos. 

Me encanta hacer este recuento, cada vez que puedo lo hago para mis amigas internacionales. Qué vergüenza tener esos presidentes mafiosos, pero qué orgullo tener presidentes pagando por sus crímenes en un mundo en que casi todos se van de rositas (Rajoy). Somos la envidia del mundo.

El día que el gobierno usurpador en el Perú escogió como su jefe de gabinete a lo más rancio de la vieja política, un conocido homófobo, machista y racista decrépito del Opus, Flores Araoz, que hace unos años había intentado ser presidente lanzando el reguetón del “gato fiero” (quizá lo único trascendente que haya hecho en su vida), miles de veinteañeros que se habían enterado por TikTok de la convocatoria a una segunda gran marcha nacional corrieron a las calles y se juntaron con todos los demás. La nueva política comenzaba a funcionar. Al día siguiente ya sabían desactivar lacrimógenas, incluyendo a la brigada feminista de desactivadoras de bombas que ocupaba la ya célebre primera línea. A los dos días del golpe, la policía y la terna (la policía secreta del país) había metido más palos que en todo el año, arrinconando a la multitud, y se había llevado a decenas de personas que permanecieron desaparecidas durante días. Ayer apareció el último chico. Pero Inti Sotelo (24) y Bryan Pintado (22) no volvieron más, la policía del Perú los asesinó brutalmente como parte de la asonada represiva. La gente en la calle, indignada, dolida y desesperada, obligó a renunciar a los golpistas y a nombrar un gobierno de salvación de la institucionalidad. 

La democracia es un concepto laxo en mi país. Siendo estrictos, en el Perú se acabó cuando el Estado fue reemplazado sistemáticamente por la mafia bajo la dictadura de Fujimori. Venía de antes, pero es durante esa dictadura que ese mecanismo parasitario se consolidó e infectó todo el sistema. Sí, después hemos tenido elecciones, pero han sido unas elecciones prácticamente saturadas de los capos de la mafia y sus títeres de turno. Los que algunas vez fueron partidos políticos, se terminaron de degenerar gracias al fujimorismo, y todos ellos son los que han parido a los facinerosos que hoy llenan el Congreso y quieren ser presidentes. ¿Acaso es democracia tener la facultad de elegir entre el que roba más y el que roba menos porque las pocas alternativas que intentan hacerles frente son perseguidas, acosadas, silenciadas o sepultadas en avalanchas de desprestigio pagadas con dinero sucio?

El pueblo no salió con semejante potencia esta última semana para defender esa farsa de democracia. No ha salido a defender con sus cuerpos y a recibir perdigones para que vuelvan a entrar los mismos. En el año 2000 el pueblo sacó a Fujimori. Yo tenía 25 años y lo sacamos. Pero ni el gobierno de transición de entonces ni ninguno de los gobiernos que continuaron logró arrancarlo de las entrañas del sistema. Más bien se valió de éste perversamente. Hoy Fujimori todavía es el sistema y lo será mientras su mayor y más funesto legado siga mandado sobre la gente y la Constitución del 93, la suya, la de la dictadura: aquella que convierte los derechos en negocios; que entrega a manos llenas las pensiones de la gente a empresas privadas, su salud, su educación, nuestros recursos y territorios para ser explotados por privados; que le quita soberanía a las comunidades originarias y al Estado; que esclaviza a los jóvenes trabajadores; que nos quita a todas y todos participación y voz. Esos 80 mil muertos de la pandemia no son solo culpa del COVID, también de los que llevan satanizando lo público, precarizándolo y, directamente, haciéndolo desaparecer para vendérnoslo muy caro.

Por eso, aunque el gobierno ilegítimo fue expulsado y hay uno nuevo elegido por ese mismo Congreso presionado por la calle, la gente no ha dejado de salir para exigir, además de justicia para los responsables, reparación para las víctimas de la violencia, reforma de la policía y desaparición de la secreta, nuevas reglas de juego, un nuevo pacto, la refundación del país. Por fin se ha levantado el largo veto que pesaba sobre la necesidad de hablar de una asamblea constituyente y la gente ya no tiene miedo a pedir nueva constitución, como cuando acusaban de terrorista al primero que hablaba contra el régimen. Los pueblos indígenas del Perú, a través de un comunicado, han demandado una asamblea constituyente, popular, soberana, plurinacional y paritaria para construir un nuevo Estado. Y ojalá.

Lo que pasó, lo que sigue pasando en el Perú, no es una cruzada por la democracia, es una revuelta social contra esa manera de entender la democracia, de corromper el mandato popular. Y los esfuerzos de los jóvenes y sus mayores en las calles se dirigen a evitar que el movimiento social sea secuestrado, neutralizado y descafeinado por los que pretenden quitarle su componente transformador, con el viejo método de fagocitar el descontento y desmantelar los procesos autónomos. El peligro es que esta nueva etapa que se abre con vocación conciliadora y normalizadora haga languidecer la protesta y se vuelva a dormir lo que había despertado. Si hay algo que desean los que no quieren que cambie nada, los que quieren que la historia se repita ad nauseam, que todo vuelva a su cauce y todo se mantenga así. Que llegue el pacificador. Que se instale la calma de la parálisis. Que lleguemos a las elecciones de abril de 2021 convencidos de que necesitamos a los mismos del poder económico detrás de la cara nueva de un supuesto independiente. Pero me temo que tendrán que seguir viendo cómo su mundo se extingue porque la regeneración democrática ya no pasa por ellos.   

Por ahora se sale, menos mal. Todavía se sale a la calle. El movimiento está vivo y lleno de juventud y feministas (que son los que nos gustan), organizándose, creando asambleas e iniciativas de resistencia. Dependerá de lo que se haga en estos meses y de lo que emane de la inteligencia colectiva que se impulse, por fin, un proceso constituyente para una consulta popular y diversa en pos de una nueva carta que se refleje en una democracia real. Ese es el verdadero proceso en ciernes en Perú. Y a lo que debemos estar atentas.

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