No nos cuenten cuentos. Váyanse
Ahora salen Esperanza Aguirre y Mariano Rajoy pidiendo excusas y diciéndose muy avergonzados. Ahora los partidos entran en pánico y se disputan las declaraciones públicas más taxativas y la manera más rápida de dar de baja a sus militantes sospechosos. Todas esas cautelas que guardaban hace dos días, que si la imputación es una garantía para el imputado, que si tiene que haber comenzado el juicio oral, que si tiene que haber condena, que si ésta tiene que ser firme… Todo eso ha desaparecido tragado por el miedo a que la marea suba tanto que termine por ahogarles a ellos. Ahora llegan las prisas y las carreras por ver quién expulsa antes y a más gente. Es el último truco de magia antes de la debacle (de su debacle). Los partidos claman contra la corrupción, pero la corrupción es una de las patas del sistema. Ninguna de las medidas que proponen los dos grandes partidos (grandes hasta ahora, por poco tiempo) puede hacer ni siquiera un rasguño en el magma pringoso de la corrupción. ¡Expulsar a los corruptos! ¡Qué gran castigo! A estas alturas yo les pido que nos ahorren el espectáculo, que no nos cuenten más cuentos. Lo que tienen que hacer es dimitir y marcharse a su casa.
Para empezar, pretender que la corrupción desaparezca es una entelequia porque las políticas de austeridad impuestas a los países del sur de Europa, cuyo objetivo es laminar todo lo público, son un robo en sí mismas. Además, este es un país que apenas ha podido disfrutar de verdaderos valores democráticos, como una buena educación pública igualadora o una ética pública decente. Aquí nos regimos desde siempre por el puro privilegio y la herencia familiar conseguida de la manera que sea. Este es el país de la desigualdad y la incultura. Y en cuanto al sistema político que tenemos es uno que se basa en una carrera enloquecida por transferir a unas pocas manos privadas multitud de servicios y de bienes que son públicos. Es una enorme cantidad de recursos y de bienes, hay mucho dinero en juego y quien reparte ese enorme negocio, los políticos, no van a hacerlo sin llevarse su parte. En la lógica del sistema en el que vivimos los encargados de repartir juego no van a hacerlo gratis. Digamos que cobrar comisiones, directas o indirectas, por transferir dinero o bienes desde lo público a lo privado es uno de los trabajos más codiciados. Es lo que hace o hicieron Aznar, González, Granados, Güemes, muchos alcaldes, muchísimos concejales y consejeros… Una fina línea separa lo que se hace legalmente de lo que es ilegal. Todo es un robo, se trata de repartir el botín entre amiguetes. Ser consejero de Sanidad, por ejemplo, y acabar sin estar imputado por algo parece una entelequia.
Los políticos no pueden luchar de verdad contra la corrupción porque todo el sistema saltaría por los aires. Lo que en realidad tenemos es un sistema pantalla. Un sistema que en apariencia trabaja por el bien público pero que tiene el corazón y las tripas preparadas para la rapiña privada. ¿Cómo se hace compatible una política que es un robo con la salvaguarda del bien público? No se puede. Un funcionamiento de lo público que consiste en conceder prácticamente a dedo grandes negocios, una ley de contratos de la administración que deja el poder de repartir enormes negocios a los empresarios amigos, un funcionamiento de los servicios en los que el único criterio es el económico, unas maquinarias electorales (los partidos) que necesitan mucho más dinero del que tienen, unos sindicatos que son empresas, una ley del suelo que permite que alcaldes y concejales vendan hasta el más mínimo resquicio de terreno… Tenemos un sistema político ideado para que los que dirigen el cotarro se hagan ricos. Y se hacen ricos, algunos traspasando esa delgada línea de la ilegalidad. Y cuando la cosa parece que explota y que la ciudadanía exhausta no puede más, los políticos salen y echan unas lagrimitas. No nos cuenten cuentos ¿Quieren que se cumpla ley? ¿Quieren luchar contra esa corrupción que nos anega? Expulsar del partido a los corruptos es un castigo de broma, las penas a las que se enfrentan son una broma. Que Aguirre diga que no sabía nada o que Rajoy se muestre sorprendido es una broma cuando su propio partido se ha financiado ilegalmente y cuando tanto el gobierno de Aguirre en su momento como el de Rajoy ahora mismo está lleno de gente sospechosa.
Es una broma también ese teatro parlamentario en el que se echan en cara las corruptelas ajenas e ignoran las propias. Dejen de tomarnos el pelo. Destinen muchos más millones al funcionamiento de la justicia; convoquen miles de plazas a la judicatura (miles de jueces más), aprueben leyes que refuercen su independencia y no al contrario como vienen haciendo desde hace décadas. Aumenten exponencialmente el número de policías destinados a luchar contra la corrupción y los delitos económicos; hagan lo mismo con los inspectores de hacienda. Aumenten drásticamente las penas por corrupción en lugar de aumentar las penas de quienes se manifiestan contra la corrupción o son las víctimas de sus desmanes. Y finalmente, y es una de las cosas más importantes de las que nadie habla, democraticen el funcionamiento de la economía. Impongan una total transparencia a las cuentas públicas y al manejo del dinero; al fin y al cabo es nuestro dinero. Si los ciudadanos y ciudadanas pudiéramos conocer al dedillo cuánto cuesta esa rotonda, ese monolito o esa obra pública, qué ofertas se han presentado para gestionar esa escuela infantil y, además, pudiéramos decir algo sobre ello, ya verían que rápido se acababa todo. Mientras vivamos en un sistema que entiende como normal que una escuela infantil la gestione Florentino Pérez y no una cooperativa de especialistas en educación infantil, por poner un ejemplo, la corrupción no es que esté servida. Es que el sistema es corrupto. Para acabar con la corrupción ha que cambiar el sistema.
Así que, señores del PP y del PSOE, menos lobos. Dimitan todos y dejen que la ciudadanía indignada les explique cómo hay que hacerlo y en qué consiste la democracia.