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Entre la España oficial y la España real

El diputado del PP Teodoro García Egea.

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España no es diferente. No en lo que respecta al COVID-19. Europa afronta la segunda ola, que vuelve a golpear con fuerza en Francia, en Reino Unido, en Bélgica, en Alemania, en los Países Bajos... Y todos aplican medidas drásticas, incluso los que están gobernados por los liberales que siempre fueron referente de la derecha española. Aquí decretan el estado de alarma en Madrid para armar jurídicamente el confinamiento de una veintena de ayuntamientos de 179, donde las restricciones consisten en reducir los aforos de los establecimientos, recortar los horarios y limitar las salidas del municipio y se monta una zapatiesta de ruido ensordecedor al grito de ¡Madrid, secuestrado!

Llevamos semanas enzarzados en una guerra entre gobiernos por eso que ahora llaman el relato y en la que uno hace gala de una irresponsabilidad fanática y el otro, de un exceso de cálculo político mientras Macron -que debe ser tan dictador como dicen Ayuso y Casado que lo es Pedro Sánchez- ha decretado el toque de queda en París y otras ocho ciudades entre las nueve de la noche y las seis de la mañana. Esto, después de que ya haga varias semanas que las autoridades locales ordenaron el cierre de todos los bares. España ya va tarde. Lo dicen todos los científicos.

“Sin salud no hay economía”, ha declarado la viróloga Margarita del Val, directora de la plataforma Salud Global del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) en una entrevista con elDiario.es. Los negacionistas -no del virus sino de la preocupante evidencia sanitaria- exigen que se escuche a los expertos pero cuando estos hablan se tapan los oídos para pasarse sus recomendaciones por el forro. Del Val lo ha dicho alto y claro: “Si las medidas más fáciles no se aceptan, tendremos que volver al confinamiento domiciliario”. 

No parece que los españoles lo vean muy distinto, a tenor de lo que responden cuando el CIS pregunta si habría que tomar medidas de control y aislamiento más exigentes ante la pandemia o permanecer como hasta ahora. La respuesta del 62,4% de los encuestados ha sido a favor de que se adopten cuanto antes. 

Cuanto más tardemos en escuchar y actuar, peor nos irá. Ayuso se pasa el día hablando de ETA, filoterroristas,  bolivarianos, reformas judiciales y “dictaduras sanchistas”, pero no dice nada de la falta de rastreadores, médicos o PCR  mientras aumenta el número de muertos e infectados y su gobierno oculta durante días los datos para falsear la estadística.

Dicen que su estrategia frente a la pandemia -si es que la tuviera, más allá de erigirse en verdadera oposición a Sánchez, junto al rey y el Poder Judicial- pasa por que aumente la inmunidad de rebaño -cuantos más infectados, mejor- protegiendo si acaso a mayores y grupos de riesgo. Una práctica que la OMS esta misma semana ha calificado de “inmoral”, ya que significaría “permitir infecciones, sufrimiento y muertes innecesarias”.

¿La del Gobierno? Dejar que la inquilina de Sol se cueza en la salsa de sus disparates. El último: “Si cierras restaurantes, haces que el contagio se vaya a las casas”. La presidenta madrileña habla mucho y no dice nada. Sánchez habla poco, pero tampoco hace lo que sus homólogos europeos. Y todo mientras el Parlamento ha decidido sustituir el verbo por el grito y el insulto en un constante e insoportable vocerío chabacano en el que ya cabe todo. Incluso que una diputada del PP, Ana Vázquez, sustituya los puntos suspensivos por la palabra “puta”, que es lo que llamó desde su cuenta de twitter a la ministra de Igualdad.

Este es el estado de nuestra democracia. Y no, no es cuestión de crispación, que ya sabemos que en otras épocas también la hubo y que cualquier tiempo pasado no siempre fue mejor. Pero en esta España actual hay en la Carrera de San Jerónimo un escaso nivel de respeto, tolerancia y reconocimiento del adversario. Es la clase política con menos clase de  hecho de cuantas se recuerdan.  

Es cierto que generalizar es injusto porque siempre hay quien guarda las formas, no patalea y cada vez que sube a la tribuna intenta desmentir aquello de que el Congreso es ese lugar donde la España oficial prescinde de la España real y se dedica a sus asuntos, en este caso y mayoritariamente, a la ofensa y el insulto. Y luego se preguntarán por qué la gente vuelve a mirar con desdén a la política. Pues por eso: porque la España oficial, señores, no tiene nada que ver con la España real ni parece preocupada por sus problemas. Entre el virus y la ruina, esto es lo que hoy tenemos: unos políticos a los que hay que exigir ya que en lugar de discursos hagan cosas. Y que las hagan ya.

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