Excursiones populares a Bruselas
La de insultos que ha tenido que escuchar la presidenta del Congreso, Meritxell Batet, por no haberse doblegado ante las presiones del PP para que repitiera la votación de la reforma laboral. Que prevaricó, que avaló un fraude informático, que atentó contra la democracia, etc. Y todo porque uno de los diputados conservadores -el hasta entonces desconocido y hoy estrella fulgurante del esperpento nacional Alberto Casero- se había equivocado por cuarta vez en un mismo día al pulsar el botón de la votación. Cuánta indignación la de una derecha que, con el propósito mezquino de dañar al Gobierno, había tramado con dos tránsfugas tumbar una ley fruto del primer consenso de sindicatos y patronal en tres décadas.
Por fortuna para millones de trabajadores, el voto del despistado Casero salvó la iniciativa, que fue publicada el martes en el BOE. La derogación de la reforma laboral habría tenido además consecuencias negativas para la recepción de los fondos europeos, cuya obstaculización se ha convertido en uno de los más desquiciados caballos de batalla de Pablo Casado contra el Gobierno. Pero el líder popular no se da por vencido. Ha perdido un asalto, mas no el combate; quedan aún muchos rounds por delante. En medio del enfriamiento de las expectativas electorales en Castilla y León, Casado y varios de sus alcaldes han peregrinado en los últimos días a Bruselas para seguir esparciendo dudas en las instituciones europeas sobre la capacidad del Gobierno para gestionar los recursos, sin que parezca importarles un higo que su ofensiva podría acabar perjudicando los intereses del conjunto de los españoles. Su único objetivo es evitar a toda costa que el dinero siga llegando a manos de Sánchez y pueda servirle como instrumento para afianzar su poder político.
Las imágenes que se han divulgado de estos afanosos viajeros no pueden ser más patéticas. Los altos cargos de la Comisión relacionados con los fondos rehusaron recibirlos. Les hicieron saber vía Eurocámara que Bruselas dispone de mecanismos fiables para supervisar el reparto de los recursos y que de momento no encuentran reparos a la gestión de los recursos por parte del Gobierno. El alcalde madrileño, Martínez-Almeida, abanderado de la última delegación de representantes territoriales en acudir a la capital comunitaria, reconoció que la Comisión se había limitado a “tomar nota” de sus planteamientos, lo que traducido de la jerga burocrática significa que pasaron olímpicamente de ellos. Lo más que lograron fue ser recibidos por representantes afines a la familia popular, como el vicepresidente de Estilo de Vida Europeo y la comisaria de Reto Demográfico, con quienes se tomaron una linda fotografía en grupo, como es tradición en las excursiones turísticas organizadas. A propósito, sería interesante saber si el periplo, de evidentes intenciones políticas, lo sufragó el PP o corrió a cargo de los contribuyentes.
Todavía hay quienes se empeñan en hablar de polarización en España, cuando lo que hay es una derecha fuera de sí, desesperada porque pasan los días y el Gobierno que consideran ilegítimo no salta por los aires. Todo forma parte del mismo cuadro: el tramposo intento por tumbar la reforma laboral, la agitación ambiental previa a la asonada de ganaderos en Lorca, las acusaciones contra Zapatero de ser comisionista de Maduro, las idas a Bruselas para enredar con el envío de los fondos bajo el pretexto de que su objetivo es garantizar la transparencia en el reparto del dinero…
Casado ha perdido su oportunidad de construir un proyecto moderado de derechas, homologable con los partidos conservadores europeos. Muy atrás quedó aquel célebre alegato por la sensatez que hizo en el Congreso cuando Abascal promovió la moción censura contra Sánchez. El tiempo ha demostrado que, más que por sinceras convicciones políticas, actuó movido por el rencor contra el advenedizo que intentaba arrebatarle el liderazgo de la derecha. Desde entonces, Casado ha entrado en una deriva de ruido y confrontación que difícilmente tendrá marcha atrás. Más aún si no logra encontrar su lugar entre una ultraderecha vociferante que lo humilla sin contemplaciones y un Gobierno estable, decidido a consumar su mandato, como lo dejó claro el presidente en una entrevista con el director de este periódico.
Los spin doctors del cuartel general de Génova, como los asesores de cualquier partido, seguramente disponen de encuestas propias con base en las cuales trazan la estrategia del partido y orientan las actuaciones del líder. Ellos sabrán lo que hacen, que para eso les pagan, pero lo que estamos viendo es a un Casado tan desatado que el portavoz de Vox en el Congreso, Iván Espinosa de los Monteros, le aconsejó recientemente “no exagerar” las críticas al Gobierno en el extranjero porque hacen daño a España. Lo que faltaba por ver: el partido más radical del país (no lo digo yo; lo dicen los encuestados en los barómetros del CIS) invitando al líder conservador a la mesura.
No nos engañemos. En este momento, más que polarización, hay una derecha cargada de rabia, decidida a demoler cualquier iniciativa del Gobierno sin la menor consideración por las consecuencias que puedan tener sus actos. La actitud crítica que se espera de una oposición en democracia se ha transfigurado en una implacable campaña de acoso y derribo contra el Ejecutivo en la que vale todo, desde la manipulación descarada de las palabras de un ministro hasta el bloqueo de la renovación del Consejo General del Poder Judicial, cuyo mandato lleva ya tres años caducado. Y la de expediciones a Bruselas que nos quedan por ver.
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