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Feijóo juega con el scattergories de Ayuso

La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, y el líder del Partido Popular, Alberto Núñez Feijóo.

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El 28 de mayo están en juego los gobiernos de 12 comunidades autónomas, 8.131 ayuntamientos y 41 diputaciones. ¿De verdad el Partido Popular no tiene nada más que ofrecer a los ciudadanos que volver a agitar a ETA en la campaña? ¿Alguna idea sobre los importantes retos que tienen por delante las autonomías, los ayuntamientos y el mundo en general, aparte de la llamada a “derogar al sanchismo'” que, pase lo que pase el último domingo de mayo, va a seguir en el poder hasta final de año?

El gestor de gestores que, según se escribía no hace tanto, es Alberto Núñez Feijóo, con sus cuatro mayorías absolutas en Galicia, ¿no tiene recetas exportables al resto de España para presentar en unas elecciones autonómicas sin tener que recuperar el discurso de la ETA como si fuera un vulgar Acebes o Zaplana, de los que tanto renegaba cuando trataba de construir su imagen de dirigente centrista? 

¿Tiene el líder del PP alguna idea para afrontar los desafíos tecnológicos, el reto de la despoblación y la emergencia climática? ¿Alguna solución para arreglar el problema de las residencias de mayores o la sanidad, que hicieron aguas durante la pandemia en un país cada vez más envejecido? ¿Algo que no sea seguir la agenda de Vox o Isabel Díaz Ayuso (valga la redundancia), competiciones en las que el líder del PP solo puede perder? 

Es cierto que EH Bildu ha servido en bandeja algunos argumentos a la derecha. Más allá de que las leyes lo permitan, es legítimo el reproche moral a un partido que decide presentar en las listas a exterroristas que colaboraron en crímenes. No hay que militar en PP, Vox o Ciudadanos para empatizar con las víctimas y compartir los sentimientos que pueden despertar en ellas ver a esas personas en las candidaturas. En este episodio EH Bildu solo ha acertado al rectificar. Pero no es ese el planteamiento que hace el PP, siguiendo la estela de Vox. Isabel Díaz Ayuso ha pedido la ilegalización de EH Bildu y sus candidaturas, que el Tribunal Constitucional rechazó ya en 2011, solo unos meses después de que la banda dejase de matar. Los medios afines a la presidenta madrileña agitan argumentarios abracadabrantes de la derecha según los cuales ETA en 2023 está más viva que nunca. 

La idea es presentar a Sánchez –ya no digamos a Ione Belarra, a Irene Montero y a Pablo Iglesias– como amigos de los terroristas. Da igual que el PSOE cuente por decenas los funerales de sus cargos públicos. Sánchez es aliado de los terroristas, como lo fueron José Luis Rodríguez Zapatero y Alfredo Pérez Rubalcaba, en aquellas manifestaciones de Colón, con las que Feijóo marcaba distancias desde Galicia cuando pretendía erigirse en el nuevo Gallardón del PP.  

El líder de los populares ha llamado a Sánchez “inmoral” después de exigirle que rechace cualquier acuerdo con EH Bildu en los ayuntamientos tras el 28M.  Es un argumento casi infantil, porque en las investiduras de los alcaldes los concejales o votan a favor de su investidura o votan en contra. Según su tesis son ilegítimos los votos de EH Bildu si apoyan la investidura de un candidato socialista, pero valen cuando vota en contra de ese mismo edil junto a concejales (pongamos por caso) del PP. Tal y como repite, es absolutamente inaceptable que el Gobierno apruebe la ley de vivienda con los escaños de EH Bildu, y lo repite el mismo PP que no hubiese tenido ningún inconveniente en tumbar con esos mismos votos la reforma laboral (si el diputado Casero no hubiese confundido las teclas de su ordenador en el voto telemático).

Habrá quien defienda, con un razonamiento un poco más sofisticado, que los votos de EH Bildu debieran ser neutros y no decantar votaciones ni a favor ni en contra. Pero, ¿no choca semejante conclusión con los mensajes que la inmensa mayoría de los partidos, de izquierda a derecha, enviaron al mundo de la izquierda abertzale durante las décadas de plomo? Entonces se repetía que en ausencia de violencia todo se puede defender, sin armas, haciendo política. 

Puede sonar duro al leerlo, pero 13 años después del último crimen de ETA, escuchando determinados discursos cunde la sensación de que los únicos que echan de menos a la banda terrorista son sectores de la derecha que recurren a ella cada vez que tienen dificultades electorales. 

¿Cómo alguien con un mínimo respeto por la verdad y por la historia puede decir en 2023 que ETA sigue más viva que nunca? ¿Qué tipo de respeto pretenden demostrar a las víctimas que dicen defender?

Un año después es pertinente preguntarse en qué ha cambiado el PP de Feijóo, quien dijo que no venía a insultar al Gobierno sino a ganarle, si se le compara con el de Pablo Casado. En su primer curso completo, tras escalar hasta la cima del partido, Feijóo ha perdido la mitad de su valoración en las encuestas, y cada vez más analistas se preguntan qué le ha pasado al barón de barones del PP para que un día sitúe a Badajoz en Andalucía, al siguiente a Orwell en 1984, y casi siempre al partido en las posiciones más duras contra el Gobierno. Todo a base de errores no forzados, porque sus lapsus se dan siempre en sus discursos, no son las preguntas las que lo ponen en aprietos, puesto que tampoco acostumbra a convocar ruedas de prensa. 

La respuesta está en los márgenes de la política: por primera vez en su vida Feijóo tiene que competir con un partido en la derecha. En Galicia ni Vox ni Ciudadanos fueron nunca una amenaza. Pese a lo que se escribió repetidamente, tampoco eso fue mérito de Feijóo. Quien quiera bucear en las razones puede estudiar el comportamiento electoral de Galicia, un feudo conservador pero poco dado a los experimentos políticos. O la estructura de los medios de comunicación (los públicos, pero sobre todo los privados). 

Veinte años después de que el PP lo reclutase para la Xunta y tratar de salvar a un partido que amenazaba con naufragar junto al Prestige, la trayectoria de Feijóo permite concluir que ni fue el dirigente moderado que trató de vender alguna prensa ni se ha convertido en un exaltado tras la mudanza a Madrid. Su ideología política entronca más con el oportunismo. 

Pero por primera vez no solo tiene un partido rival en la derecha, también ha descubierto una amenaza latente dentro de su propia formación que se llama Isabel Díaz Ayuso. 

Y para su desgracia, el scattergories de los medios de comunicación que siempre le permitieron jugar con sus reglas tampoco es suyo ahora. En 2023 en Madrid se juega con el de Ayuso, que ya sabe lo que es hacer caer a un líder nacional del partido.

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