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¡Joder, qué tropa!

Santiago Abascal y Pablo Casado durante la constitución del Congreso el pasado mes de diciembre

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Hace unos meses, Pablo Casado anunció que “el gobierno Frankenstein” de Pedro Sánchez iba a durar cuatro días. Llegó la pandemia. De inmediato, Sánchez fue diagnosticado como un cadáver político. Llegó el verano y Casado, con la barba que trataba de disimular su bisoñez y le acercaba más a la figura de un indómito vikingo, ya no lo tenía tan claro y en Génova comenzaron las dudas existenciales. ¿Y si Sánchez continúa al frente del Gobierno per saecula saeculorum? ¿Y si este gobierno no es tan endeble? ¿Y si podemitas y sanchistas consiguen mantener la argamasa que les une? Y las elucubraciones siguieron in crescendo. ¿Y si van pasando los meses y vemos que la endeble unidad de la izquierda, a pesar de la pandemia y de casos Dina, supera a la imposible unidad de la derecha?

Y en mayo llegó la traca final. Ciudadanos apoyó el estado de alarma y la gestión de la desescalada. En junio apoyó la convalidación del Decreto Ley que regulaba la “nueva normalidad” tras el estado de alarma después de acordar con el Gobierno la incorporación de una serie de “mejoras”,  y el PP tuvo que apoyarla también. 

Ese mismo mes de mayo, la directora de Salud de la Comunidad de Madrid dimitió porque no estaba de acuerdo en que Madrid pasara a la Fase 1 de la desescalada, en su opinión no se cumplían los criterios epidemiológicos y asistenciales. A partir de ahí la Comunidad entró en barrena.

El 21 de septiembre, el presidente Sánchez visitaba la sede de la Comunidad de Madrid y allí, con el fondo de bonitas banderas colocadas para una sesión de marketing político, una de Madrid otra de España y así hasta el infinito, la descolocaba. “A este virus sólo le podemos vencer unidos”, dijo Sánchez. Luego vinieron el desencuentro, las decisiones judiciales y el pandemónium de restricciones de movilidad, cierres perimetrales o estados de alarma, y cada cual lo vendió como quiso, pero Pablo Casado decidió mojarse de verdad por Ayuso a pesar de presiones en el propio partido y en el gobierno madrileño, y cerró con Inés Arrimadas, presidenta de Ciudadanos, un contrato blindado anti crisis madrileña.

Para colmo, sale el ABC el 5 de octubre pasado con una encuesta de intención de voto y un sangrante titular: “Vox aumenta en 13 diputados desde julio y el PP pierde 18”, y remata con una estocada final el órgano de la derecha monárquica en un editorial fulminante titulado: “Una derecha dividida y perdedora”. Dice ABC: “El PP se enfrenta así a una necesaria revisión de su estrategia política y su comunicación pública, porque ha generado polémicas sobre sí mismo y transmite inseguridad en su forma de encarar el debate con el Gobierno, incluso en la defensa de líderes territoriales que, como Isabel Díaz Ayuso, constituyen el objetivo prioritario de la izquierda.”

“Necesaria revisión de su estrategia política”. “Transmite inseguridad en su forma de encarar el debate con el Gobierno”. ¡Menudo diagnóstico! La barba vikinga no ha surtido efecto y ahora se impone tomarse esto en serio. ¿El problema es Pablo Casado? ¿El problema es su gabinete de oposición? O quizá, ¿el problema es la falta de un verdadero gabinete de oposición? 

Barones del partido deciden políticas propias en sus comunidades autónomas separadas de la línea de enfrentamiento de Ayuso, desde su nacionalismo madrileño, con el poder central. “No todo es Madrid”, se quejan con razón. Dirigentes populares parecen ir por libre en sus decisiones sobre la pandemia, las restricciones y las posibles soluciones a este guirigay sanitario para el que nadie tiene la varita mágica. Y a todo ello, para darle un poco más de colorido al sainete, llega la moción de censura planteada contra el gobierno de Pedro Sánchez por Vox. Al principio Pablo Casado lo tenía claro, no iba a apoyar esa moción de censura. Pero sale Esperanza Aguirre, no se sabe de dónde, y se pronuncia a favor de la moción. Hay que unirse con Vox, nos dice la ex jefa de Ayuso. Cayetana Álvarez de Toledo, expulsada al youtube ese, se muestra a favor de la abstención y el expresidente José María Aznar se declara partidario del no. Así que en esta división de opiniones, ¿qué hacer? 

Es evidente que esa moción de censura de Vox contra Pedro Sánchez, que no tiene ningún recorrido, está pensada para dar caña al PP de Casado. Se le obliga a pronunciarse, y cualquier pronunciamiento es peligroso. Votar 'sí' significa reconocer la gran labor de Vox ante la derecha recalcitrante, votar 'no' es quedar muy mal ante una inmensidad de votantes de esa derecha recalcitrante, y abstenerse es eso, ni fu ni fa. Vaya problemón. Estos de Vox nos la han colado. Hay un equipo del PP estudiando con lupa las reacciones de fieles y simpatizantes en los foros de las redes sociales para tratar de desentrañar lo que de verdad palpita en el alma de la derecha civilizada, pero los foros, de civilizados suelen tener poco y quizá ahí no se encuentre la solución.

Quien sí la ha encontrado es, nuevamente, Esperanza Aguirre. Ahora nos enteramos de que ella se pone en contacto con Santiago Abascal, líder de Vox, para sondearle sobre una posible unión con el PP. Esa unión, en opinión de Aguirre es crucial “si no queremos que Sánchez gobierne durante 20 años”. La tesis del miedo a una unión de izquierdas eterna comienza a ser un mantra asumido en el seno del PP, que ya había sido expuesto por el órgano de pensamiento del partido, la fundación FAES.

Para solucionarlo, Aguirre lo tiene muy claro. “Vox es de centroderecha, por supuesto. Es un partido, a mi juicio, totalmente constitucionalista, todo lo contrario que el Gobierno”, asegura. “Lo que tiene que unir Pablo Casado es el centro y la derecha. Más a la izquierda está Ciudadanos, nosotros más en el centro y Vox más a la derecha. Es así”. Toma análisis político. Más claro agua, Casado.

A todo esto, el portavoz nacional del partido, y alcalde de Madrid, José Luis Martínez Almeida, no dice “esta boca es mía”. En el organigrama del partido, aparece como número tres, al mando directo de Casado, en un puesto cuya función es la pelea del día a día. Comparado con la anterior portavoz Cayetana Álvarez de Toledo, parece el mudo de los Hermanos Marx. Almeida ha optado por un perfil bajo, demasiado bajo para los tiempos que corren, dicen algunos. Queremos saber del PP por boca de su portavoz nacional, pero sólo nos informa de las cosas de Madrid, y lo que nos dice es que se ha reunido con los representantes de los quiosqueros de prensa de la capital. Ya, pero queremos caña política. La comunicación es tanto lo que dices como lo que no dices. El alcalde sigue ese proverbio chino que dice no abras los labios si no estás seguro de que lo que vas a decir mejora tu silencio. Si Almeida en esta situación, con Ayuso blandiendo la cimitarra contra todos los elementos, no nos dice nada, ¿qué nos quiere decir?

Quizá encontremos algo de luz en el hombre que nombró como caballero a Pablo Casado para que luego dirigiera el Partido Popular, el expresidente José María Aznar. “Si alguna vez me tiene que renovar alguien, que me renueve Casado, que es un tipo estupendo”, dijo de él el expresidente, con quien Casado fue jefe de gabinete. Ahora Aznar no parece verlo tan claro: “Dejé unido todo lo que estaba a la derecha de la izquierda”. Y ha sentenciado en referencia a Pablo Casado: “Ganarse los galones es cosa de cada uno”. Ya lo dijo el Conde de Romanones, y años más tarde su discípulo Mariano Rajoy: “¡Joder, qué tropa!”

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