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Estamos jodidos

Ramón Lobo

Es un todos contra Pedro Sánchez y sus últimos leales que resisten dentro del Álamo. Escasean los víveres, el agua y las municiones. Alrededor del fuerte se mueve entre gritos de guerra y disparos de Winchester una extraña coalición de soldados del Séptimo de Caballería, siux, comanches, apaches, cheyenes, empresarios, banqueros y editorialistas. Solo falta Donald Trump.

Sánchez se ha convertido en el enemigo público número uno, en el responsable de todos los males patrios. Y todo por no hacer caso a sus mayores que le exigen que permita un Gobierno de Mariano Rajoy en aras de la estabilidad. Hubo quien escribió que no se puede consentir que esto siga así y que unas terceras elecciones serían una burla a la democracia. ¿Qué estamos pidiendo? ¿Un golpe de Estado?

Pues el golpe de Estado ya está en marcha. Sus consecuencias serán imprevisibles a medio y largo plazo para un PSOE que ha envejecido tan mal como los logros de la Transición y alguno de sus padres y padrastros fundadores. El fantasma del PASOK de Grecia se mueve entre los pasillos de Ferraz y San Telmo. Es una tragedia para toda la izquierda, que quedará muy debilitada para poder gobernar.

Sánchez, que acumula más errores que aciertos, ha osado desobedecer al mundo económico que controla la política y la mayoría de los medios de comunicación. Aquí no cuentan las urnas ni los militantes del PSOE ni los ciudadanos. Que estén todas las corrientes contra Sánchez no dice mucho en favor de su gestión. No estamos ante un debate político de altura, sino en una guerra por el poder. Y quien más lo anhela no habla claro. Susana Díaz prefiere las bambalinas, que el escenario es para lucirse.

La abstención total o parcial es una opción, y es probable que sea mejor que volver a las urnas para calcar el resultado o mejorar la posición del PP. Lo que resulta difícil de entender es que nadie se pregunte qué ha hecho Mariano Rajoy para conseguir esa abstención. La única oferta sobre la mesa la puso el líder de Ciudadanos, Albert Rivera, con su pacto contra la corrupción, pese a que la mitad de sus seis puntos eran humo porque no dependían de él. Pero al menos se esforzó: buscó en Google, cortó y pegó. El presidente en funciones, ni eso.

¿Qué hubiera sucedido si Sánchez obedece a sus barones y baronesas en armas y se abstiene gratis, total o parcialmente, en la segunda investidura de Rajoy? ¿Qué cara se le habría quedado con el nombramiento cinco minutos después, con nocturnidad y alevosía, del ministro Soria? ¿Qué cara se le habría quedado a los militantes que pagan la cuota? ¿Y a los votantes que están hartos de corrupción e impunidad? ¿Qué hubiera pasado si a lo más que se llega en esa lucha contra la corrupción es al paripé de la baja del PP de Rita Barberá?

Para que arranque la legislatura con un Gobierno de Rajoy es necesario algo que permita simular que nos lo creemos. Por ejemplo, la dimisión del ministro espía que anda condecorando a todos sus amigos, sean jueces, policías o vírgenes, que el Gobierno en funciones se someta a control parlamentario o que RTVE deje de ser TelePP pagada por todos los contribuyentes. No entender que el uso de un servicio público en beneficio de un partido, sea el que sea, es corrupción es no entender qué es una democracia. Pero ahí estamos, en predemocracia y bajando.

El PSOE no puede facilitar gratis un Gobierno que es incapaz de comprender que un mentiroso no puede representar a España. ¿Pero cómo saber qué es una mentira si se vive en ella, en el no rescate bancario a unos bancos que no devolverán el dinero? ¿Cómo escandalizarse de la corrupción del otro cuando uno vive feliz en la suya? Nos falta de todo, sobre todo decencia intelectual. Y líderes capaces.

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