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En el laberinto con Putin

Vladímir Putin en una imagen de archivo.

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A estas alturas de la invasión queda poca duda que el autócrata corrupto Vladímir Putin tenía en mente tres objetivos cuando ordenó asaltar Ucrania; después de darle una lección de “real politik” a toda la comunidad internacional y dejar noqueados para un buen rato los conceptos de diplomacia y diálogo. Putin quería tomar Ucrania en una guerra relámpago al estilo “Anschluss” nazi en 1938, cortar de raíz cualquier tentación de integración entre la OTAN y sus países fronterizos y dar un golpe definitivo a su némesis natural y peor pesadilla: la Unión Europea y los valores de la democracia representativa y pluralista que representa. 

Semana y media después no sólo no parece haberlo conseguido, sino que más bien tiene pinta de haber provocado exactamente lo contario. La guerra relámpago que iba a ser barata y eficaz se parece cada día más al verdadero y desastroso Anschluss, magistralmente desmitificado en apenas un centenar de páginas por Érik Vuillard en la soberbia “El Orden del Día”. Va camino de convertirse en una calamitosa guerra de desgaste de inimaginable coste para la autocracia rusa y los dos pueblos, el ruso y el ucraniano. 

Lejos de desanimar a los países con los cuales Rusia tiene frontera, parece haberles animado. Por primera vez en décadas los países escandinavos reabren el debate de integrarse o no en la OTAN; con la clara disposición de hacerlo, que irá creciendo aún más conforme la campaña de desgaste en Ucrania se prolongue y las imágenes del horror se tornen parte diaria de los noticieros. 

En el caso de la UE la acción militar de Putin ha provocado una unidad que no presenciamos siquiera cuando la pandemia, además de un salto en la política de defensa de la Unión que la mayoría pensábamos que se tardaría al menos una década o dos en ver. Con la ventaja colateral de haber evidenciado y desacreditado a sus mayores y mejores sicarios en el continente: la extrema derecha europea, Vox incluido, a pesar de la torpeza de algunos. Ahora sólo falta que las sanciones empiecen a aplicarse de modo que castiguen a los oligarcas que sostienen a Putin, no sólo a la población que lo soporta.

La prueba más sólida en favor de esta tesis del triple fracaso de Putin la suministra él mismo. Sus obvios intentos por convertir la invasión a una cruzada contra los nazis, escalar luego hasta el riesgo de una amenaza nuclear, con supuesta bomba nuclear sucia en manos de los ucranianos incluida, y finalmente sus amenazas “urbi et orbi” para convertir su guerra en una agresión multinacional contra Rusia, buscan escalar el miedo para mantener el apoyo y la legitimidad frente a las protestas de la sociedad rusa y lograr por fin la ansiada división internacional. 

Se atreven porque creen que no pasará de Ucrania, si ven el riesgo en las puertas de sus casas el miedo les dividirá; parece la lógica que guía a Putin desde hace unos días. Disparar el miedo para frenar las sanciones y el apoyo a Ucrania. Es la otra guerra de resistencia para ver qué aguanta más: nuestro miedo a una contienda a gran escala o nuestra voluntad de ayudar a un pueblo que está siendo privado de sus derechos más fundamentales. Putin va perdiendo y se ha metido en su propio laberinto. La mala noticia sigue siendo que nos ha metido a todos con él. 

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