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Zona Crítica

La ley española Benidorm Fest

Chanel celebra su victoria en el Benidorm Fest.

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El escandaloso fiasco perpetrado por RTVE en el proceso para elegir la canción que nos representará en Eurovisión no deja de ser un asunto menor que solo y nada menos mueve dinero, pero no lo es como símbolo de un hacer patrio con muchas peores consecuencias sobre la vida de los ciudadanos. La larga lista -que personalmente no me canso de denunciar sin mayores reacciones- incluye el destrozo de la sanidad pública o las decisiones ideológicas de algunos tribunales y del Consejo General del Poder Judicial. Véase su informe negativo sobre el proyecto de ley de vivienda aprobado este martes por el gobierno. O de la Junta Electoral Central que en este período ha llegado a convertirse casi en el principal poder del Estado.

No se acaban los ecos del chasco sufrido por millones de espectadores. Parece mentira semejante tirón por tan poco, pero quizás es simplemente llover sobre mojado y debamos definir esa tradición española que hasta ahora se diluye en un conjunto de ambigüedades. Es siempre un algo que huele a tongo, a intereses espurios, a dirigismo, a obviar la voluntad de la gente. La suma de esos y otros factores puede resumirse en la denominación: “Ley española del Benidorm Fest”. Un nombre que no produce rechazo como sí lo haría Ley del Mamoneo español o la clásica Ley “por mis c…….” de la autoridad competente que tan bien encaja con la ancestral actitud española de los abusos de poder. En la aclamada serie La casa de papel hay un personaje definitorio: el coronel Tamayo, que dirige la operación contra el atraco, menciona cada tres palabras a voz en grito el sinónimo más sonoro de los testículos, a ellos invoca como amenaza. Pero esa definición de la ley no nos serviría: asusta, aunque menos que una teta en una pantalla de televisión. Máxime si es RTVE. De hecho en la final no hubo teta a lo de Delacroix.

Es la regla española, la de coroneles de ficción y jueces reales. La de órganos determinantes caducados por más de tres años sin que ocurra nada. La que permite la negativa empecinada de un partido, el PP, a renovarlos, ayudado de la tibieza del gobierno al no adoptar las soluciones posibles. España es el país donde la Fiscalía tan pronto te lo afina como se desentiende hasta de la masacre de los geriátricos. Tantas cosas… Hechos consumados y a silbar a la vía la rabia.

RTVE lo ha saldado con una nota en la que elogian “la grandeza” de “aceptar las reglas hasta sus últimas consecuencias” y anuncian que abrirán un diálogo por lo ocurrido ya para próximas ediciones. Esta respuesta es muy propia de la Ley Benidorm Fest: cortesía en las formas y un trágala sin apelaciones.

Lo peor es que en el concurso las normas están muy en entredicho. Transcurridos los días se comprueban lazos profesionales de parte del jurado con Chanel, la ganadora. Y un totum revolutum con Gestmusic. Y con OT. Y con TVE. Una apariencia de tongo, sustentado en indicios y datos, premeditado y pergeñado con anterioridad. Tejemanejes varios, presiones a la prensa. Los votos, cobrados, del público que apenas sirven para nada. Los precisos movimientos del desigual jurado, volcado el oficial de 5 personas en la candidata de una gran multinacional canta tanto que ésa debería ser la canción del año. Y si esto no provoca destituciones a gran escala es que la Ley española de la impunidad está en pleno apogeo. La confianza se resiente.

El concurso para Eurovisión se ve mucho más claro que los grandes atropellos porque es emocional. El público lo vivió como pocas veces y no podía entender que ante dos opciones magnificas, innovadoras, con un mensaje feminista y de pluralidad se eligiera una invocación a buscarse unos papitos “haciendo doom, doom, con su boom, boom, que vuelve locos a los daddies. Y los tiene dando zoom, zoom… Por Miami”. Esto sí que es tener la seguridad de que en este país cuela cualquier cosa que se haga por la… Ley del Benidorm Fest.

Como todo, el hecho tiene encendidos defensores. Ser una mujer “empoderada” como dice la propia Chanel es hacer lo que quiera -con el boom boom- y eso gusta “al pueblo llano”.  Pueblo llano fue el que votó a Rigoberta Bandini y a Tanxugueiras. Pueblo llano es el que ha vuelto a entender que en España el voto no cuenta como las decisiones arbitrarias de algunos jueces o la propaganda cegadora de ciertos medios.

Esa impotencia ante la impunidad que desarma a los ciudadanos decentes por tanto asunto turbio enquistado. Desde el loado viajero de Abu Dabi a la desfachatez de los corruptos, recién nacidos a la inocencia en cada convocatoria electoral y, asombrosamente, con opciones de voto. La promoción de la ultraderecha con consecuencias. El asalto trumpista ya ha llegado a España en la toma y suspensión de un pleno municipal en Lorca, Murcia. Allí se plantaron los ganaderos de las macrogranjas que no quieren la menor cortapisa a su forma incívica de entender la producción. Y PP y Vox les apoyan y jalean. Y, por el momento, tan solo hay una detención. Ya veremos. Esto se paga muy caro en cuotas de democracia. Parcial el eco mediático. Mínimo para la detención el sábado de un grupo neonazi armado  y con manuales para la fabricación de explosivos. Tantas cosas se rigen por esa Ley no escrita de la bravuconada y la impunidad que por fuerza debíamos formularla.

Es una práctica que llegó a convertir en Ley un abuso. La que otorgó José María Aznar a la jerarquía católica española la facultad de inmatricular a su nombre 35.000 bienes inmuebles. Tras larga batalla han admitido “errores” en apenas mil. Pero el vicedecano del Colegio de Registradores de la Propiedad dice que se escrituraron acordes con la ley (de Aznar por la gracia divina) y que no implica que vayan a devolver nada. De manual es esto.  Al punto de haberse constituido la Iglesia Católica española en un poder fuera del Estado de todos, que se resiste a admitir la investigación de delitos tan graves y repulsivos como la pederastia que empuerca sus filas.  

España votó un gobierno progresista que ha arrostrado y aprobado con nota la gestión de una época durísima en sus dos años de legislatura. Millones de personas tenían puesta su confianza en mejores resultados de los obtenidos. A veces ellos desafinan un poco. Nada que ver con el chabacano grito de las trampas que enfrentan. El jurado de buena parte de los medios -fuertemente adscrito a la oposición- lo puntúa bajo. Ojalá el desconsuelo y la rabia por un concurso que había ilusionado a tanta gente –con mayor o menor fundamento-, haga ver lo que de verdad nos jugamos cada día con tanto desafuero y despotismo sin sanción. Y el llanto y la rabia y la lucha sean por valores esenciales que hemos perdido o estamos en camino de perder. 

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