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Opinión - Junts, el bolsillo y la patria. Por Neus Tomàs

¿Quién está al mando?

Fotograma de 'Dunkerque', de Christopher Nolan

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La impactante imagen es de la película Dunkerque de Christopher Nolan estrenada en 2017. Solo un soldado mira la amenaza que viene del aire, solo uno ve. El ejército británico fue acorralado en el puerto francés de Dunkerque durante la II Guerra Mundial, luego vendrían los salvamientos heroicos y las víctimas. Ni siquiera el hecho de ver libra de la catástrofe si muchos otros no lo hacen. La consigna parece ser por el contrario el “no mires arriba”, no mires demasiado al menos, de otro impactante filme.

Las películas bélicas vuelven a recordarnos la catástrofe de las guerras, incluso desde pasados recientes donde parecía que no las había aunque las hubiera. “La guerra es un estado permanente”, me dice un experto, “solo que ahora Rusia dio un paso que nadie creía que daría. A este ritmo cerrarán un acuerdo de mínimos y frenarán la contienda. La entrada a Kiev posiblemente hará que se vuelva a los días de los misiles de Cuba en 1962, pero ambos saben que no van a poder poner el dedo ahí”, responde a las acuciantes preguntas que todos nos hacemos: ¿Qué va a pasar? ¿Llegarán a desatar la guerra nuclear? ¿No hay nadie al mando que sepa y evite la destrucción absoluta que tal decisión implica? Están bordeando el riesgo del macabro juego conocido casualmente como la ruleta rusa.

Avisa el Secretario General de la ONU, António Guterres de que “un conflicto nuclear está dentro del ámbito de lo posible”. Desde múltiples flancos se advierte esta no remota posibilidad. No es probable, pero tampoco algo que descartar. Los ciudadanos responden haciendo acopio de alimentos, con miedo, o instalándose en el “no creo” que pase, basado en sus emociones a menudo traicioneras, o viviendo como si fuera algo muy lejano y a ellos nada pudiera ocurrirles. Son demasiados trallazos los que viene sufriendo esta sociedad.

Es evidente que no es la ciudadanía la que está al mando. Sin duda se están saltando muchas barreras en esta guerra, pero ocurre en el día a día y en muchos países, marcando trayectorias. Dos hechos destacan de forma alarmante en el momento que vivimos. El primero es que se puede obrar con total impunidad desde cargos públicos, aprovecharse hasta del dolor de las víctimas de toda tragedia, sin que pase ninguna factura. Y que tales sátrapas operan a cara descubierta, sin el menor escrúpulo en mostrarse, con una desvergüenza no vista en democracia. No tienen necesidad alguna de disimular. Son cambios determinantes que lastran a una sociedad que ha de enfrentarse a durísimos retos. Llama la atención cómo la guerra de Putin lleva a reacciones altamente viscerales, mientras los caminos menos ostensibles a la barbarie se tragan sin problemas. Y nunca nos habían ocurrido tantas catástrofes juntas en esta generación. Sobre todo desde 2020.

Nos detenemos un momento en España, en donde se ha visto este cambio con mayor crudeza en el Partido Popular. En menos de un mes, han echado al presidente Pablo Casado por haber roto la omertá al denunciar las andanzas del hermano de Ayuso en sus contratos con la Comunidad que preside ella. Han metido a la ultraderecha en un gobierno español. Le quitan importancia. Y el nuevo presidente in pectore Alberto Núñez Feijóo se lava las manos, repite todas las torpes estrategias de acusar hasta de lo inverosímil a Pedro Sánchez y su gobierno y se queja de que todo le cae a él, que acaba de llegar. Como Ayuso en sus inicios. En una encuesta de elDiario.es vemos que solo un tercio de los votantes del PP se ha quedado noqueado por ver al hermano de Ayuso lucrarse a propósito de la pandemia. Y un 52% considera “más bien creíbles” las explicaciones de la presidenta de Madrid. Gran parte de lo que ocurre tiene corresponsables y han de saber que lo son.

Viendo las batallas, las trampas, las mentiras, traiciones e impunidades que se viven cerca, se debería comprender mejor la complejidad de los conflictos que desembocan en una guerra. No digamos cuando amenaza con ser global, como la que enfrenta a dos imperios sobre Ucrania, con todas sus ramificaciones. La visceralidad también. Aun cayendo tan lejos las bombas, se advierten enfrentamientos violentos en las posiciones de esta sociedad, la nuestra y las demás. Qué no será cuando la lucha se libra paso a paso sobre el terreno elegido.

Resulta altamente preocupante la belicosidad emocional que brota de muchos corazones. Los rusos están teniendo problemas en España. En la calle, en los comercios, en los colegios y más... Tras el acuerdo de la Conferencia de Rectores de las Universidades Españolas llamando a suspender toda relación de las instituciones académicas con las rusas, la Rectora de Valencia insta a los estudiantes rusos a volver a su país, diciéndoles que si se quedan “será bajo su responsabilidad”, según El Mundo. Las actitudes racistas que cargan a toda la sociedad de un país por lo que hagan sus dirigentes muestran el grado de violencia e inhumanidad capaz de iniciar cualquier contienda armada. Y le pueden pasar a cualquiera. Con el ascenso de los fascismos nadie está libre de algo así.

Esta es la guerra “de los huevos” con encendidos defensores y defensoras desde una simplicidad más cerca de lo pueril que de la edad adulta. Deberíamos saber o intuir que hay que dar un par de vueltas más antes de colocar los títulos de héroes y villanos. Guiarse por informaciones fiables y cuanto más completas mejor (sin descartar a ningún bando). Y, desde luego, que embestir a la brava como el toro tan español, como el pobre toro abocado a hacerlo en realidad, acaba en la estocada o en intentar saltar detrás del burladero.

¿Qué va a pasar con la guerra? De entrada, ha acentuado estas crisis de entendimiento. Y la explosiva combinación de miedo e impotencia real que desemboca en errores que en muchos casos acaban refugiados en teorías absurdas como los negacionismos. Hace tiempo que la sociedad transita por esa deriva. El tiempo de los idiotas, evidenciamos ya hace años. Daniel Innerarity, desde la altura de su cátedra de Filosofía Política, nos habla de la Sociedad del Desconocimiento. Con un análisis pausado que rechaza enfrentarse a los atrapados en ella, eligiendo mejor el tratar de incorporarlos. Porque en el fondo es como dice: “Nunca el conocimiento había sido tan importante y a la vez tan sospechoso; nunca lo habíamos necesitado tanto y desconfiado al mismo tiempo de él; nunca habíamos depositado tantas esperanzas en el conocimiento como solución mientras se convertía él mismo en un problema”. Y, al final, “la dimensión de los problemas a los que tenemos que enfrentarnos nos convierte a todos en ignorantes” dice Innerarity.

Siguen cayendo las bombas y la manipulación de los hechos. Los muertos y los que buscan refugio en el exilio son ciertos. Las devastadoras consecuencias económicas de esta guerra para millones de personas, mientras las compañías armamentistas obtienen beneficios extraordinarios. Basta con mirar el ascenso de su cotización en bolsa. Por ejemplo de la multinacional estadounidense Lockheed Martin a la que Alemania le va a comprar 35 cazas F-35 capaces de alojar y lanzar bombas nucleares, como contó el corresponsal en Berlín de TVE, Miguel Ángel García.

Los silos de misiles balísticos con cabezas nucleares de Rusia y EEUU apuntan a 30 ciudades de ambos países, según fuentes informadas. Nadie ganaría con pasar a esa fase. Los dos mandatarios, los dos, pueden caer en esa tentación. Y, a salvo de imprevistos, lo saben. Están previstos mecanismos de control para que el pronto irreflexivo de un presidente no arruine a la Humanidad apretando el botón estratégico. Pero una desescalada a tiempo podría haber atenuado las terribles consecuencias que pagan y pagarán millones de personas. La mayoría, a excepción de los que siempre ganan. Aún cabe echar el freno y armar un acuerdo. Y no estaría mal que nos movilizáramos para eliminar esas armas cuanto antes, explica con exhaustivo detalle alguien que sabe, José Enrique de Ayala, quien entre otras cosas es General de brigada retirado y fue segundo jefe de la División Multinacional Centro Sur de Irak en 2004.

La guerra fría se basó en el convencimiento de lo que supondría una conflagración nuclear, no olvidemos lo ocurrido en Hiroshima y Nagasaki con las bombas atómicas enviadas por el presidente estadounidense Harry S. Truman que pondrían fin, tan malamente, a la Segunda Guerra Mundial. La contención funcionó con altibajos, con la idea latente del desarme impulsada desde los años 70 del pasado siglo. Primero con Nixon y Brézhnev; después con los grandes acuerdos de disuasión nuclear de Mijaíl Gorbachov y Ronald Reagan que terminaría firmando George H.W. Bush. En ellos suscribieron compromisos de importantes reducciones del arsenal nuclear. La tensión nunca ha terminado, cuajada de incidentes y más que incidentes. Hubo una vuelta a los nacionalismos intensos y excluyentes y se paga. ¿Qué hacen volviendo a comprar más armas de realmente destrucción masiva? ¿Seguro que el problema es Ucrania? ¿Seguro que se soluciona con bombas, cada vez más bombas, más muertes, más dolor?

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