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María Magdalena según Cristina Fallarás

Portada El Evangelio según María Magdalena

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Ella estaba allí. Las mujeres estaban allí y en muchos otros lugares y tiempos de la historia. Pero las borraron. Solo podían ser reinas, vírgenes y madres –a veces al mismo tiempo- o prostitutas. Toda mujer molesta había de cargar invariablemente con el apelativo de prostituta. Cristina Fallarás le ha dado voz a María Magdalena para que contara su versión del Evangelio, de un cristianismo que aparece como un movimiento social, político y religioso de enorme trascendencia. De un tiempo en el que las mujeres también estaban allí, en la sombra. María de Magdala era principal. Libre, valiente, culta, rica, descendiente de una estirpe, los asmoneos, que tuvo la única reina de los judíos: Salomé Alejandra. 

Cómo no haber pensado que las agresiones que hoy, en el siglo XXI y por todos los siglos de los siglos han sufrido las mujeres por serlo, no ocurrían también entonces. La casa regia de María acogió a mujeres víctimas y a quienes las curaban. Parteras, doctoras, maestras en salud y vida, que dispusieron hospital y escuela. La casa del padre de María, dueño de una potente industria conservera que ella continuó. La infancia de María Magdalena huele a El perfume de Patrick Süskind, aunque no a hedor, a hogar. “Habitar en los aromas. Es la infancia”, escribe.

Cristina Fallarás es periodista y escritora. Con una prosa lírica de enorme riqueza impregnada de la intensidad de la propia autora. Como ella dijo alguna vez, para escribir hay que leer inmediatamente antes, y Fallarás es indispensable para contagiarse de la exuberancia de su literatura. La historia de Jesucristo y el nacimiento del cristianismo se ha contado mil veces, desde todos los enfoques posibles. Prácticamente siempre faltaban las mujeres. Apenas María, la madre, y María, la compañera, a la que algunos autores han situado como la apóstol número 13.

El papel de las mujeres es la principal aportación de El Evangelio según María Magdalena que he leído como una crónica viva en la que los hechos aparecen de otro modo. No hay milagro que resista ante la ciencia, ni reparto de panes y peces a una previsión de las mujeres. Y es la historia del crecimiento de un mito, de la adoración arrolladora que despierta, de oportunistas y rencillas, de abandonos y soledades, del Poder cuando se ve amenazado, de la determinación de trascender al momento hacia la historia. Del Nazareno, siempre llamado así, observado más desde una distancia analítica que desde la pasión que se da por hecha.

“En algunos momentos sí que consideré que nuestros actos podían transformar lo que vendrá, las cosas que sucederán”, dice María siempre consciente de su papel de madre… del Nazareno. Aunque avanzando a lo que hoy nos planteamos tras años de mirar y ver, de luchas y de cansancio.

“Yo conocí al Nazareno. Fui la única que jamás se separó de su lado”, cuenta María al comenzar su relato. Conoció al Nazareno y fue así: “Cuando nos retiramos a descansar, ya sabía que aquel hombre iba a arraigar en mí. La palabra fue el principio. Y decidí no apartarme. Mucho después fui entendiendo que la palabra es la vida, la vida frente al cuerpo, sobre el cuerpo o el cuerpo mismo. Es el cuerpo. Se trata del cuerpo. Destrozan los cuerpos. Se desahogan en el interior de los cuerpos. Amar no es algo posible ahí fuera”.

El esperado, el que había de venir. “El gentío se apiñaba a su alrededor. De golpe alguien entraba en éxtasis o sufría algún tipo de fe convulsa. Con el tiempo se fue volviendo más y más habitual hasta el punto de resultar peligroso. Parecía que podían acabar con su vida, que una ola humana podría engullirlo y, una vez convertido en objeto mágico, despedazarlo y repartirse los restos. Y no era ajeno a aquello”. Así iba creciendo y así convierte Fallarás el misterio.

Y la historia camina hacia su final o hacia su principio cuando el Nazareno parte en una barca por el Mar de Galilea, un lago grande. Sin retorno. “En ese centro no estábamos nosotras sino aquella multitud fiel, pertinaz, los miles de hombres y mujeres que permanecían allí, instalados, hambrientos de una esperanza, algo a lo que agarrarse para que la vida tuviera un sentido más allá de ser sufrida”. Ese hambre de luz en la desolación.

Cristina Fallarás transita de reflexiones la historia que va más allá de los personajes míticos o a pie de calle, de los que nos son queridos o apenas pasan de la indiferencia. La historia grande y la de todos los días. Las raíces de los frutos que vivimos una y otra vez. La violencia, de qué forma golpea lo comprensible. ¿Qué siente el verdugo? ¿Qué le lleva a hacerlo? ¿Qué le impide parar? ¿Qué le empuja a seguir? ¿Y qué le lleva al otro, la víctima, a considerar que tal entrega al mal extremo puede reportar, a él o a cualquier otro, un beneficio?

Una María Magdalena que se viste de racionalidad y se indigna al leer lo que escriben los antiguos colegas de apostolado. Pablo de Tarso. Los que “fueron convirtiendo la vida del Nazareno en un arma”.  

“Siempre hay un antes. Pero todo pensamiento acaba siendo convertido en mercancía para su propio beneficio por los comerciantes de ignorancias”, concluye en algún momento del libro Fallarás,  y se queda a través de las páginas para seguramente servir como resumen.  De las historias de todo tiempo. Las mujeres estaban allí. Y están aquí para advertirlo y no permitir que se olvide.

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