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Menudo fondo de armario

El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy. / Efe

Maruja Torres

Nunca había resultado tan aterrador como ahora el vértigo ante la pantalla en blanco, pues inevitablemente la comentarista, que no puede dejar a un lado los hechos consuetudinarios que acontecen en la rúa, va a tener que elegir entre mierdas para rellenar su espacio. Ah, aquellos tiempos en que te ibas de viaje y contabas cuán lindas se mecen las palmeras a orillas del Nilo, sin que ello supusiera un desperdicio para el bien común. Por no hablar de las autocomidas de ombligo, que daban para tanta lírica.

Hoy tenemos que pechar con el inagotable fondo de armario de Mariano el Deleite de un Freudiano –pues ¿qué otra cosa es, si no, un Negador Nato?–, y, sin darte cuenta, se te llenan los dedos de una pringue asquerosa alimentada por los diferentes vertidos tóxicos que manan sin cesar de las perchas vivientes que dominan nuestras vidas, de sus bancos expoliados, de sus bancos avalistas, de sus cínicos abogados y de sus inenarrables declaraciones y excusas.

Y encima viene el presidente del CGPJ a quejarse de que la Ley de Enjuiciamiento Criminal data de 1882 y no sirve para hincarles el molar a estos chanchos. Ay, cariño, por qué me haces esto tan tarde, que es como descubrir el Punto G cuando ya no sabes ni dirigirte a él en metro. Bien que tuvo cuidado Gallardón, el extinto, en no actualizar esa ley: no les convenía ni a los suyos ni a quienes, perteneciendo a otros partidos y sindicatos, participaron gozosamente de la misma corrupción sistémica y disfrutaban del, privilegio de la complicidad.

Pero hay que hurgar en la porquería, sacudir la fetidez, expandirla y saturarnos con ella, porque sólo de esta forma, por hartazgo y no por blindaje escapista, la despejaremos a escobazos, la empujaremos a manguerazos, y la convertiremos en un ayer, siempre presente para no repetirlo, ya limpio de gases fétidos. Un país en el que podamos respirar y ver la luz al final del WC, que yo con eso me conformaba: en el puto túnel, si lo limpiamos, puedo empezar de nuevo, entregada al honesto cultivo del champiñón.

Entre tanto, el individuo que gobierna, o lo que fuere, anda golpeando frases hechas –acuñar es un verbo noble, como saben los coleccionistas de monedas– convertido en el Lapso Viviente y la Elipsis que no Cesa. ¿Cómo demonios se las arregla para peinarse la barba todos los días, para mirarse al espejo y no comerse las gafas? “Ese señor por el que usted se interesa”, “Haré lo que tenga que hacer” y “Estos son los presupuestos de la recuperación” no sólo son frases que denotan una enorme y mendaz decadencia declamatoria –él, que presumía de orador cuando los culpables eran los otros–, sino también un pobre, pobrísimo concepto de sí mismo.

A lo mejor, lo que le ayuda a dormir tranquilo es saber que despertará y las gafas seguirán allí, junto con la barba. Porque de lo contrario se encontraría con un huevo mondo y lirondo en el espejo. No un huevo útil, sino caducado, de esos que flotan en una vasija llena de agua, con moquillos incoherentes en su interior.

Lo estáis viendo, no. Empiezo con la mierda y termino en las heces.

Qué bonicas eran las palmeras del Nilo.

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