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Navidad con los tópicos justos o menos

Navidad en el Jardín Botánico de Madrid. CSIC

Rosa María Artal

Hoy es una de las pocas fechas en las que parece pararse el mundo, aunque en modo alguno lo haga. Para muchos será aún más patente la zozobra de todos los días ante la alegría decretada. Es una proclama de gozo universal, o casi. Como daño colateral logra que a algunos les haga sentirse más solos de lo que están. Ocurre, sin embargo, mientras no se ha sobrevolado y dejado atrás la intensa propaganda que convierte los ríos libres en canales para llega a destinos predeterminados.

Y es que, claro, la Navidad deja todos los tópicos en carne viva. Créanme, las Nochebuenas del pasado no fueron tan idílicas como recuerda. También disertaban imparables los cuñados. Mamá y las mujeres de la casa se cargaban con todo el trabajo. Y había lágrimas de nostalgia por los que se habían ido. La enfermedad se ha cruzado en los hogares sin respetar el calendario. Muchos hemos cenado o comido solos alguna Navidad, dándole importancia o quitándosela por completo. Con luces y sin ellas. Hemos estado lejos y más lejos, o demasiado cerca. Hemos echado de menos y de más. Personas, cosas, logro de sueños si nos quedaba hueco en el mantra navideño.

Pero, eso sí, de celebrarla, se echaba la casa por la ventana en el menú, cada cual según “la casa” que tuviera que a veces no andaba boyante ni mucho menos. Al menos, el pollo sabía pollo. Y hubo tiempos en los que hasta las angulas llegaban pródigas a la mesa, porque no se pagaba el duro coste de su obtención y no se pensaba en extinciones de nada. Los más afortunados, cenábamos sin la televisión encendida porque todavía no había invadido los hogares. Y se conversaba, y se contaban chistes, y se discrepaba igualmente si venia el caso.

Este año la Navidad ha venido dura. Los cuñados de Ciudadanos se han vuelto de Vox y, diciendo las mismas incongruencias, se sienten doblemente orgullosos de sí mismos. El tiempo, o mejor, la deseducación, la propaganda, los problemas mal entendidos, les han dado la razón, creen. Y el monstruo de siete cabezas lleva además coleta: los demonios saben mejor que nadie cómo meter miedo a los niños de todas las edades, desde los bebés hasta la ancianidad. En las calderas de Pedro Botero nada puede ofender más que la diferencia a la cuadrícula de las tradiciones hecha norma. Tal es así que a los cuñados se les habrá atragantado hasta la propia cabeza de las gambas, obstruyendo momentáneamente el precario riego que llega a las suyas. Lo peor es que esta Nochebuena también se habrán visto platos casi vacíos y temores por el futuro más esencial que no se contemplan en la religión de los tópicos.

“Nunca toca, pero hay que mantener la ilusión”, dicen invariablemente para iniciar el día 22, con la lotería, las celebraciones. Mantener la ilusión a expensas del azar puro y duro. Se diría que muchas personas se comportan con ese rigor en asuntos cruciales de su vida, a tenor de lo que comprobamos. Para lograr objetivos es mucho más efectivo poner los medios que comprar un billete de lotería a ver si toca. “Sueña de forma pragmática”, dicen que dijo Aldous Huxley, el autor inolvidable de “Un mundo feliz”. Una medida aconsejable si se intenta convertir los sueños en realidad.

Por eso, no cabe ilusionarse con que se imponga la paz en el mundo y se erradique el hambre y la injusticia –no va a suceder-, pero sí en establecer caminos eficaces para avanzar algo en su logro. Ni siquiera, si no se quiere, hay obligación de estar alegre porque toque hacerlo en unas fechas concretas y menos no creyendo en que se vaya a conseguir algo. Ahora bien, la ilusión viene a ser como las alas y con ellas rotas es imposible volar.

Así que, siquiera por compensar lo de estos días, o porque son estados fijos cuando no se decae, mantengo algunas ilusiones que quiero compartir con ustedes, mejor que el prosaico turrón envuelto en un Feliz Navidad.

Para empezar que los ciudadanos miren y que, al mirar, vean. A los demás, a los que no mira nadie en particular, a uno mismo y las preguntas que tenga sin responder. Que las evaluaciones vengan de observar la realidad sin prejuicios. Que lean mucho más allá de las memorias inventadas y recortadas de un ex presidente convertidas en best sellers. Para informarse, documentarse, o lanzarse sin cortapisas a las emociones literarias que enriquecen. Que miren y sigan mirando sin dejarse engañar. Que oigan y que, al oír, escuchen.

Sueño, espero, que haya el gobierno progresista que este país tan lastrado de fallos estructurales se puede permitir antes de profundizar más. Que cubra los objetivos imprescindiblemente necesarios. Destrabando nudos y celdas de barrotes oxidados. Y que las políticas sociales que benefician a la ciudadanía tengan más valor que las soflamas de falso patriotismo (la patria está en las personas). Que corten de raíz los ruidos de sables, sotanas, togas y cuentas sepias, aplicando la pertinente respuesta que prevé la democracia. Pidamos que la más alta jerarquía del Estado, por mor de la Constitución, hable con franqueza y hable para todos. Y, a ser posible, que erradique precisamente los tópicos, profusos en su discurso de Navidad. Los tópicos siempre transportan una cierta oquedad.

Sueño con las mujeres sentadas a la mesa de la igualdad y el respeto. Con detener, por completo, la doble violación de las víctimas atacadas por el machismo salvaje con el que cerramos este año en el que, precisamente, crecimos las mujeres en la masiva seguridad de nuestros derechos. Exijo, absolutamente, terminar con el abandono mortal de los desplazados.

Aguardo, quiero, que, como venimos diciendo unos cuantos, se animen a derribar el muro del miedo porque, tras él, caen todos los demás. Que abran la mente, que dejen que entre lo nuevo. Y que vuelen los tópicos, que se vayan como esos papeles que salen por la ventana y desaparecen volando sin ruido, en caída libre.

Con alas para ayudarnos, elevemos los sueños más alto y busquémoslos más cerca del corazón. La Navidad emociona en los abrazos del regreso temporal de los seres queridos que tuvieron que irse lejos por falta de oportunidades. Evitemos que quienes las cercenan sigan haciendo daño. Rompamos la cadena de hipnosis venenosa de sus ojos, apartando la vista. Brindemos por las emociones, si es el amor quien las guía; derrotemos el odio. Completamente no es posible siquiera, pero aislarlo, sí.

Abracen las realidades que les ilusionan. Y los sueños que las películas buenas nos acercan como posibles, dado que alguna vez ocurren. Eso ya echando las alas a volar por las ventanas, ahora de las ilusiones menos vinculadas a las certezas que al azar. Si no está ya, soñemos con ver llegar una noche por las calles de Lisboa, o de cualquier otro lugar, a quien se espera con la emoción temblando, sin temor a expresar los sentimientos ante una multitud. Porque a veces lo que realmente hace la Navidad de todos los días es el tú de cada uno. O el uno mismo. Con o sin almíbar. La ilusión viene a ser, ya les digo, como las alas y con ellas rotas es imposible volar. Con las alas en forma es algo más fácil alcanzar los sueños.

Y, por eso, con la venia por el día y por si acaso, un tópico navideño que suele servir de reconstituyente para el tema que nos ocupa.

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