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Lo que no se entiende no funciona

El presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez y el rey Mohamed VI de Marruecos durante un encuentro mantenido en 2018

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Constituye un principio básico de la comunicación política: si no se entiende no lo hagas, porque no funcionará. Empieza a ser el problema de Pedro Sánchez y su Gobierno: hacer demasiadas cosas que no se entienden. Da igual las veces que lo cuentes, o que salgan todas las ministras y ministros en procesión a repetir el argumentario. No es que no te hayan oído o no se hayan enterado; simplemente no se entiende y por eso no lo podrás explicar. Si además cometes el error de asociar con la extrema derecha a quienes protesten porque no te entienden, solo es cuestión de tiempo que la cosa se estropee definitivamente.

Retrasar la toma de decisiones contra la insoportable especulación con la que nos castigan los insaciables oligopolios energéticos, mientras devoran los ahorros de las familias y los márgenes de los productores y disparan los costes y la inflación, no se entiende y, por mucho que te empeñes, no lo vas a poder explicar. Aguardar a que se tome una decisión europea a final de esta semana puede que tenga toda la lógica burocrática del mundo, pero carece de lógica política. 

En primer lugar, nada garantiza que vaya a tomarse una decisión comunitaria y aún menos que sea una cuyo contenido se ajuste a las necesidades acuciantes de la economía española. En segundo lugar, nuestros vecinos, Francia y Portugal, ya han anunciado o tomado medidas y no existe lógica burocrática en el mundo que impida a un gobierno adoptar medidas provisionales a la espera del marco comunitario. En tercer lugar, es el propio Ejecutivo quién afirma que tomará medidas con o sin Europa, dejando en el aire la pregunta sobre a qué estamos esperando. En cuarto lugar, es el mismo Sánchez quien va por Europa exigiendo la misma celeridad y capacidad de reacción que le reclama la gran mayoría de sus propios ciudadanos, empezando por sus votantes. 

Lo mismo sucede respecto al súbito cambio de postura respecto al Sáhara: no se entiende y por mucho que te esfuerces, te costará explicarlo. En primer lugar, los vínculos morales y afectivos que nos unen a los saharauis desde que los abandonamos a su suerte en el 1975 se asientan en la sociedad, no en un gobierno o una administración. La lógica del interés estratégico no funciona ni sirve en el territorio de las obligaciones éticas; más bien acaba produciendo el efecto contrario. Además, se supone que tenemos un gobierno que representa y defiende unos determinados principios, no los cambia porque tiene otros si no gustan.

En segundo lugar, puede que el Gobierno haya obtenido garantías de Marruecos sobre todo cuanto afirma. Pero lo cierto es que Rabat solo se ha felicitado en público por su éxito; ni una palabra sobre lo nuestro. Puede que iniciemos una nueva etapa basada en la colaboración y la renuncia a actos unilaterales. Pero lo cierto es que el primer acto de esa nueva fase ha sido una decisión unilateral del régimen marroquí: filtrar la carta de Pedro Sánchez, sin avisar.

En tercer lugar, tan estratégicos como Marruecos resultan Argelia y su gas. Rehacer una relación estratégica arriesgando otra no resuelve un problema, lo traslada. Argelia ya nos cerró un gasoducto para demostrar que puede chapar otro si quiere; por mucho que el ministro Albares garantice lo contrario. Lo cierto es que, a día de hoy, la embajadora de Marruecos ha vuelto pero el embajador de Argelia ha sido llamado a consultas.

Como habrán apreciado, la lógica política no se diferencia demasiado del sentido común, como ya dejó demostrado en su día Mariano Rajoy.

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