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La otra peste

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Antonio Maestre

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El mal olor, la falta de higiene, la discriminación por la capacidad de infección son síntomas de las pestes. La negra, la peor pandemia de todas las sufridas, se caracterizaba por unos bubones en la zona inguinal o axilar que al supurar desprendían un olor nauseabundo. No es causal que el término apestado haya tomado la acepción de discriminado por la mayoría. Y un apestado es pestilente.

En julio de 1995, mientras las fuerzas de Ratko Mladic provocaron el mayor genocidio en suelo europeo desde la Segunda Guerra Mundial, ocurrió un suceso menor que sirve para comprender cómo se expresa el odio. Para comprender de qué forma se conforma: la deshumanización por la palabra. Las fuerzas de los cascos azules holandeses que tenían la misión de proteger a los bosniacos hacinados en Srebrenica dejaron en las paredes de sus barracones cuál era la opinión que tenían sobre los que debían proteger. Cientos de graffitis que cuando fueron encontrados dieron constancia del horror. Una de las pintadas de las tropas holandesas sirve para vislumbrar cómo la asociación de un colectivo a la falta de higiene y el olor es común en cualquier proceso deshumanizador: “Sin dientes, un bigote, huele como una mierda… una mujer bosnia”. Los graffitis en las paredes del batallón de la Dutchbat son ahora mensajes en Twitter de personas que odian y se expresan de la misma forma.

El supremacismo. La creencia de una superioridad por razón de origen lleva aparejado un comportamiento que asocia al elemento que odias con esa caracterización despreciativa del diferente. Una vez que se asocia a un colectivo con la enfermedad, se está dispuesto a desinfectarlo. A deshumanizarlo. Así opera el lenguaje asociado al odio más primitivo que el nacionalismo excluyente de una parte del independentismo catalán está esputando estos días. “Soy español, a qué quieres que te infecte”, “De Madrid al cielo”, “España nos roba, y ahora nos mata”, “Virus para todos”, “Antes infectada que rota”, “Los españoles han pasado de segregarnos a matarnos”, “Tenéis las manos manchadas de sangre”. Estas son expresiones de independendistas catalanes. Algunos de la más alta representación política, como Carles Puigdemont o Clara Ponsatí.

La identificación del mal con el origen es propio de todos los nacionalistas y xenófobos. El virus chino, lo llama Donald Trump. La misma ocurrencia que tuvo el falangista Javier Ortega Smith al hablar de virus chino y lograr la protesta de la Embajada China por el comentario racista. Una embajada que representa a un país que está haciendo más por el final de la crisis que todos esos patriotas fascistas. “No soy un virus”, llevaba escrito en su pecho el modelo chino Putochinomaricón para denunciar el racismo de baja intensidad que los primeros días de la crisis avanzaba más rápido que el coronavirus. Los que querían cerrar las fronteras priorizaban su propio odio por miedo a una infección extranjera, nacionalistas que solo conciben afrontar cualquier crisis apelando a sus naciones imaginadas con trazos de tiza entre iguales. Cerrad España, Cerrad Cataluña. Todo sirve, hasta la muerte de miles de compatriotas para conformar su delirio patriótico. Soberanía über alles.

La crisis sanitaria está mostrando la verdadera cara de muchos elementos que intentaban mostrarse como víctimas de una situación de confrontación inter regiones que ellos mismos han provocado con su odio. Está sirviendo para mostrar lo mejor de nuestra sociedad cada día a las ocho de la tarde, lo mejor de lo que nos une. De lo común. Pero también lo peor, cada minuto de cada hora en el odio vil y descarnado de los que no saben más que saborear su propia hiel. La otra peste, la que perdurará cuando toda esta pesadilla haya pasado.

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