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La profesión de político

El Congreso de los Diputados.

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Vivimos en una sociedad abocada al rendimiento. Desde la primera infancia todos los padres y madres intentan que su progenie aprenda todo lo posible. Cualquiera que tenga hijos sabe que una de las grandes preocupaciones es procurar que los pequeños aprendan idiomas, música, natación, danza… y los mayores, másteres y cursos de especialidad, cualquier cosa que les permita tener más que ofrecer, ser más competitivos en un futuro en el que tendrán que enfrentarse a otros miles de jóvenes que buscan un trabajo bien remunerado o al menos lo suficiente como para poder pagarse un alquiler, tres comidas al día y algunos caprichos.

Para cualquier profesión, para cualquier actividad a la que uno pretenda dedicarse, desde dirigir una empresa hasta conducir una motocicleta todo pasa por hacer uno o varios cursos de aprendizaje y/ o especialización. La vida de casi todos nosotros está o ha estado o va a estar (dependiendo de nuestra edad) llena de exámenes de mayor o menor envergadura, desde las primeras notas escolares hasta las oposiciones más exigentes. Y en muchas ocasiones, una vez conseguido un puesto de importancia, tenemos que seguir saltando obstáculos profesionales, demostrando que estamos a la altura de las exigencias del trabajo que hemos elegido, haciendo cursos de formación, de adecuación a las nuevas técnicas, a los nuevos desarrollos de nuestra especialidad. Siempre aprendiendo, siempre estudiando, siempre demostrando que podemos, que sabemos; siempre ampliando nuestro currículo para poder aspirar a más.

Menos en una profesión. En una de las más importantes de la vida social de un país: la política.

Todos sabemos lo que tiene que estudiar un médico para poder ejercer, un profesor, un funcionario público, una actriz, un músico, una arquitecta, un físico, una bióloga, un mecánico, una peluquera, un periodista… la cantidad de obstáculos que tiene que saltar, la cantidad de exámenes oficiales que tiene que aprobar. Hasta para poder conducir un vehículo hay que estudiar bastante y pasar un examen que no siempre funciona a la primera. Sin embargo, para entrar en política, desde los cargos de menor importancia hasta el Olimpo del Parlamento, los Ministerios y el Gobierno del país, nadie tiene que estudiar nada ni demostrar nada. ¿Han oído ustedes alguna vez que haya exámenes, oposiciones o algo similar para ser concejal, alcalde, diputado, senador, ministro? No. La “carrera política” consiste, en general, en que un chico o una chica, antes de formarse y tener un trabajo estable, entra a los dieciséis años en las juventudes de un partido y con el tiempo, poco a poco, se le van confiando puestos cada vez más altos hasta que en algún momento, ya sobre los veintitantos o treinta años, se le “coloca” en algún sitio donde cobra un sueldo decente por ejercer unas funciones para las que no se ha preparado en absoluto ni ha tenido que demostrar su idoneidad. Lógicamente, lo que se espera de él o de ella es lealtad al partido que le ha colocado en ese puesto. Si la persona es leal, poco a poco va subiendo en el escalafón de la política y, a medida que la altura del puesto aumenta, se va rodeando de técnicos y asesores que suplen sus carencias y le aconsejan sobre todo lo que él o ella no sabe hacer. Lo único importante, a partir de cierto punto, es que tu partido confíe en ti y que la población te otorgue su voto.

Pero, como están las cosas, el voto no es algo que se gane por méritos, ni por preparación para el cargo que va a ocupar el candidato. Se hace una campaña -es decir, se vende un producto (poco importa que se trate de magdalenas, sujetadores, huevos de granja o zapatillas veganas)- para convencer a los votantes de que ese partido es el que mejor va a cuidar de sus intereses, y se presentan al público unos cuantos señores y señoras que, en el mejor de los casos tienen buenas intenciones, ejercen ya un trabajo para el que se han preparado e incluso a veces han terminado una carrera universitaria, y en el peor no han conseguido terminar la educación secundaria, no han tenido jamás un trabajo remunerado al que poder volver si la carrera política, por lo que sea, no funciona, y en las más vergonzosas ocasiones incluso han comprado o plagiado algún título (porque siempre hace bonito tener un máster o un doctorado en el CV). Y son esas personas las que, si gana su partido, se dedicarán durante los años siguientes a hacer las leyes que nos obligarán a todos, y a dirigir el destino de nuestro país, tanto en el interior como en las relaciones internacionales. Si la población vota a ese partido, la cúpula va poniendo a “los suyos” en todos los puestos importantes, sin tener en cuenta qué saben o no saben hacer.

Si esto lo leyera una en una novela de ciencia ficción, ambientado en otro planeta, pensaría que los habitantes del susodicho planeta deben de ser imbéciles. ¿Quién iría a consultar a un médico que no hubiese estudiado la carrera de medicina? ¿Quién se dejaría operar por un cirujano que ha asistido como espectador a muchas operaciones y conoce a muchos médicos, pero nunca ha aprendido a operar? ¿Quién compraría entradas para un concierto donde los músicos hubieran conseguido su plaza en la orquesta porque eran muy fieles a una asociación y les gusta mucho la música?

Por fortuna, no todas las personas que se dedican a la política son de este tipo, pero hay muchos que sí lo son. Demasiados. 

Mi pregunta en estas circunstancias es: ¿por qué en una sociedad donde todos los accesos a todas las profesiones están regulados por ley con unos requerimientos concretos de idoneidad y una prueba de nivel, e incluso existe el término y la figura de “intrusismo laboral” para evitar que ejerzan personas no cualificadas, permitimos que para los puestos cruciales de nuestra vida pública sirva cualquiera sin haber demostrado que está cualificado para hacerlo? ¿Cómo es posible que uno o una llegue a político de la misma forma que cualquier influencer de Instagram, simplemente porque le resulta simpático a mucha gente que, sin saber bien quién es y qué sabe hacer, le regala su voto?

Y así pasa luego lo que pasa. Cosas como que alguien que tenía aspiraciones de llegar a presidente y hubiese podido llegar a vicepresidente del gobierno no haya sido capaz siquiera de cumplir con un trabajo de la carrera que ha estudiado, pero que, si las cosas hubiesen salido de otro modo, ahora estaría tomando decisiones de importancia para todo el país y cobrando un sueldo del dinero de los contribuyentes por soltar vaciedades y sonreír a las cámaras con su mejor corbata de seda.

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