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De rupturas y reencuentros

Pablo Iglesias y Teresa Rodríguez, en una imagen de archivo.

Esther Palomera

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Las hay tempranas, tardías, buscadas, no deseadas, sonoras, silenciosas, valientes, cobardes, explosivas, prudentes, impostadas… E incluso inevitables. La ruptura entre Pablo Iglesias y Teresa Rodríguez es de estas últimas. Estaba cantada. Lo que no puede ser, nunca es. Dos no siguen juntos si uno no quiere, y la líder de Unidas Podemos en Andalucía hacía tiempo que barruntaba el final de una relación para la que demandaba una autonomía que el secretario general de los morados no estaba dispuesto a darle.

En realidad, como en las parejas que saben que el final es inexorable pero cohabitan en la distancia, los dos buscaban la mejor forma de acabar con un vínculo desde hace tiempo no deseado porque la unión solo provocaba ya tensión y desorden. De hecho, ambos han reconocido que había importantes diferencias, aunque hayan tratado de poner en valor que la de Rodríguez haya sido una salida respetuosa.

“No es bonito, no es hermoso, pero entre los que defendemos la justicia social no hay un adiós, hay un hasta luego para seguir trabajando por lo que nos une”, ha afirmado un idílico Iglesias. Lo malo de la poesía es que tras ella siempre llega la prosa y ésta rara vez entiende de lirismo. Los anticapitalistas nunca vieron con buenos ojos la alianza entre Iglesias y Sánchez, ni el gobierno de coalición, ni la mano de hierro con la que el secretario general de Unidas Podemos ha llevado la organización en los últimos tiempos. Y lo peor no es esto -los hiperliderazgos han llegado para quedarse en todos los partidos del actual mapa político-, sino las contradicciones sobre las que tendrá que cabalgar una formación nacida desde los movimientos sociales y que hoy forma parte del Gobierno de España.

Cuando uno pasa de la calle a hacer oposición en el Parlamento, y de éste a la mesa del Consejo de Ministros, inevitablemente cambia la perspectiva de la realidad y desciende en ocasiones al terreno de lo imposible. Una cosa es redactar una proposición de ley y otra, asumir que no todo es legislable o que, cuando lo es, no siempre se puede en los términos que antaño se han defendido.

Por eso, digan lo que digan, no hay reencuentro posible. Las motivaciones son y serán ya siempre distintas. Iglesias se ha imbuido de tal modo de la institucionalidad que le otorga su presencia en el Consejo de Ministros que ha antepuesto los intereses de la amalgama de sensibilidades que integraba Podemos a los límites de la agenda social que puede desplegar desde el Gobierno y también, cómo no, a los suyos propios.

De no haber fructificado la coalición con los socialistas, hoy Iglesias estaría ya impulsando su propio relevo al frente del liderazgo de Podemos. La entrada en el Ejecutivo lo ha cambiado todo. Y, aunque en Vistalegre III salga reelegido como secretario general, tendrá que resetear el proyecto político del partido. En lo orgánico y en lo político. Lo primero es sencillo teniendo en cuenta que lo que queda en la organización bebe desde hace tiempo de su mano. Lo segundo, no tanto porque cualquier matiz respecto al acuerdo de gobierno provocará un auténtico seísmo que utilizaría sin duda la derecha, pero también una parte de la izquierda que le acusaría de incongruente.

El equilibrio no es fácil porque Iglesias está obligado a mantener un espacio de distancia respecto al socialismo pero sin que parezca una desavenencia nuclear. De no hacerlo, arrastraría a un lento suicidio a la organización o en su defecto a la absorción por otras siglas.

Con matices, pero también es algo así a lo que se enfrenta el PP de Casado respecto a Vox al hacer seguidismo de la agenda y el discurso de los de Abascal. Por eso en este caso tampoco es posible que el presidente de los populares participe de “la agenda para el reencuentro” que le ofrece Pedro Sánchez. Claro que el presidente del Gobierno parece relativamente cómodo con esta línea de oposición dura del PP, ya que de un lado le sirve para aglutinar a la izquierda frente al enemigo exterior y de otro, mantiene a los populares distraídos en una guerra por la hegemonía de la derecha en la que cada día pierden más fuerza.

Lo dicho: que hay rupturas inevitables y reencuentros imposibles.

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