Lo que son y lo que creen ser
Es muy frecuente creer ser algo que no se es. O hacerlo pasar por real al punto de convencerse de que es así y, si cabe peor, lograr que otros caigan en su mismo error. El PP, por ejemplo, cree ser honrado o eso mantiene con firmeza. Pero la sentencia de la Audiencia Nacional le condena por corrupción por mucho que el partido lo niegue. El tribunal firma por unanimidad que los Papeles de Bárcenas “reflejan acontecimientos cuya realidad ha quedado acreditada”. Con consecuencias para todos, ya que queda probado que el dinero negro llegó al PP con donativos ilegales de grandes empresas y constructoras. Esos donantes –de 7,5 millones de euros en total– recibieron más de 6.600 millones de euros en contratos públicos, como explica Ignacio Escolar.
Sin embargo, Mariano Rajoy, el presidente del partido que se financiaba con dinero negro, pagaba en negro y cobraba sobres en negro no ha sido siquiera investigado, y solo fue a declarar como testigo. El retrato de España muestra por tanto unos tribunales que se supone imparten justicia dejando peligrosas lagunas. Como ocurrió también con “el carpetazo a la Kitchen: una operación parapolicial cuyo único objetivo era salvar al soldado M. Rajoy”, en palabras de Ignacio Escolar que suscribo.
La otra gran raíz del problema son los autores de informaciones sesgadas que creen hacer periodismo. En todos los casos –política, justicia y periodismo- ocurre como con el símil de los embarazos que suelo emplear. O se está gestando o no, no cabe el embarazo a medias.
El PP dice que todo pasó antes y que ya han hablado cuanto tenían que hablar. Antes, cuando varios de los prebostes del partido asistían a esta encendida soflama de M.Rajoy:
Es que en el PP nunca mienten. Y los medios les ayudan a extender esa creencia. En TVE, televisión pública, han afirmado incluso que el PP está condenado “por los delitos que cometió su tesorero Luis Bárcenas”. Tan sensible Rajoy, que en su día le pedía al bueno de Luis, ya encarcelado, ser fuerte. De cualquier forma el Partido Popular elige mal a sus tesoreros porque todos han acabado imputados, salvo uno, Romay Beccaría. Aunque todavía tienen peor suerte los testigos en los múltiples juicios por corrupción, su salud acaba siendo muy precaria. No deben tener los nervios tan templados como los llamados a grandes responsabilidades en el partido y eso quema mucho.
Ocho causas de envergadura por corrupción le quedan aún al Partido Popular. Y a pesar de que “El PP tiene el apoyo de la mayoría de la carrera judicial”, como dijo uno de sus piezas destacadas en ambos campos, y de que ni siquiera han llegado a saber quién era el M. Rajoy de los probadamente ciertos papeles de Bárcenas, hay quien cree que el PP es suficientemente honrado y que la justicia en España es independiente. Sus magistrados lo defienden así con la fuerza de su autoridad incontestada. No tienen más que verlos cuando se enfadan y mandan cartas a políticos que manifiestan sus dudas. Cartas, con suerte.
Los diagnósticos equivocados sobre uno mismo y los demás proliferan. Juan Carlos Rodríguez Ibarra cree ser socialista. Obrero imaginamos que no, pero sí pertenecer a un partido que se llama Partido Socialista Obrero Español por algo. Y ser una voz tan autorizada dentro de esa formación para que todavía le entrevisten en prime time cuando hace 14 años que dejó de ser presidente de la Junta de Extremadura. A Rodríguez Ibarra le parece que Yolanda Díaz es peligrosa, incluso más que Pablo Iglesias. No ha especificado para quién, pero se deduce claramente del contexto.
Como Rodríguez Ibarra, hay muchos miembros del PSOE que se consideran socialistas aunque en la práctica estén a un abismo de serlo. Se les eriza la piel cuando se proponen medidas de izquierda. Felipe González, sin ir más lejos, el padre del PSOE moderno, modernizado ya desde Suresnes, en aquellos días de 1974 en los que se gestaba nuestra bonita Transición del borrón sin cuenta nueva.
Casi con toda seguridad, muchos difusores de las estrategias de la derecha –del establishment que es derecha pura en este país- saben que no ejercen de periodistas, pero otros están convencidos de serlo y de tener razón. Una de los más chirriantes análisis que se están dando esto días se fija en las discrepancias del gobierno de coalición. Para algunos comentaristas hay un único culpable: el socio minoritario. Y no solo por la diferencia de objetivos, leemos que practican el canibalismo. Como la recurrente e ingeniosa película La vida de Brian, hacen facciones, mientras desde la serenidad del PSOE se les hace ver que los gobiernos no se comen con tuits sino con cuchillo y tenedor (tienen experiencia en las normas de protocolo). Bien es verdad que al socio minoritario se le va la mano a veces con los tuits, creyendo que son más efectivos que una destitución arbitraria o unos buenos amaños para las instituciones. En general muchos periodistas que se estiman ecuánimes tienen dificultades para entender que el PSOE no podría gobernar sin Unidas Podemos, ni Unidas Podemos sin el PSOE. Son añoranzas bipartidistas que no recuerdan los votos de las comunidades nacionalistas ni las puñaladas traperas de aquel que miente más y traiciona más. En estos casos tan trascendentes conviene estar más pegado a la realidad que a la fe que, por definición, es creer sin bases que lo justifiquen.
Tampoco es realista hablar de divergencias sin atender al fondo. El empleo ha experimentado una subida récord, regresando a cifras prepandemia e incluso precrisis de 2008, pero sigue siendo precario y temporal. Se debe a la ley de Rajoy principalmente. Quien piense en los trabajadores no puede abordar la reforma laboral como una cuestión baladí.
Todos los países creen ser el mejor del mundo, lo que crea un conflicto de intereses una vez que se enteran de que existen otros con las mismas pretensiones al título. Aquí los grandes valedores de la España suprema obvian la cantidad de ladrones que alberga esta tierra con un porcentaje superlativo por metro cuadrado. Desde meter la mano en el erario a comisiones, cursos bajo mano y todo lo susceptible de trincar. Un antiguo refrán ya lo decía: “abierto el cajón, convidado está el ladrón”. Refrán español, naturalmente. Y es algo que se sabe en medio mundo, una seña de identidad española, con cómplices generalizados. Un estudio en 2010 demostraba que el 78% de los alcaldes españoles implicados en casos de corrupción fueron reelegidos y algunos aumentaron apoyos.
Hay quien presume de patriota ejemplar cuando va a Europa a ponerle zancadillas a España. Los hay que piensan que el centro está en la extrema derecha y que ser demócrata es puro extremismo de izquierdas. Tenemos a ultras ejerciendo de sex symbols: como odalisca en el modelo femenino, como musculoso con gesto de mala leche en la versión masculina. Y todos ellos convencidos de que son la esencia de España. Desde la izquierda creen que pasito a pasito, sin zancadillas, conseguirán revertir la lacra marmórea que pesa sobre este país. Y muchos ciudadanos se sienten de clase media y propietarios cuando viven en un piso hipotecado a un banco. O imaginan que están informados siguiendo las tertulias y las noticias por algunas radios y televisiones.
Es como la pandemia. Al cansarse del coronavirus millones de personas han decidido dar por hecho que se ha pasado el peligro, cuando no es así. Repuntes graves en Rusia y Reino Unido, notable en Alemania, demuestran a dónde conduce relajar las medidas de protección. Creer lo que no es puede tener gravísimas consecuencias para uno mismo y la colectividad. Otras creencias sin sentido dañan básicamente a sus usuarios, aunque no solo. Quienes no creen en la ciencia, ni en la medicina, ni las vacunas, ni la racionalidad, ni la ética.
En el PP creen ser honrados; en el PSOE, socialistas. Los manipuladores, que hacen periodismo; los tribunales, que imparten justicia aunque sea parcialmente. Con excepciones mínimas en todos los casos y algunos más. Los análisis erróneos son causa de graves disfunciones.
El drama filosófico de la irrealidad o de la realidad camuflada preocupa desde la Antigua Grecia. “Sueña el que afana y pretende, sueña el que agravia y ofende, todos sueñan lo que son aunque ninguno lo entiende” decía Calderón de la Barca por boca de Segismundo, ya en el siglo XVII.
En conclusión, lo peor que le puede pasar a una sociedad es engullir las trolas monumentales de quienes gestionan los grandes pilares de su país, sus egos que les auto justifican en sus tropelías, su escandalosa indecencia que les permite hasta la crueldad y la impunidad. Una ciudadanía adulta no debería engañarse tampoco. Comprender y tolerar a los sinvergüenzas es el último estadio de la estupidez.
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