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El virus no sabe de economía

Turistas con mascarilla en la Plaza Mayor de la ciudad de Salamanca  durante la pandemia de COVID-19

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Pasó durante la primera ola. Había que batir el récord autonómico de desescalada a la aventura porque la sociedad y el sistema económico no podían seguir más tiempo parados. Había que reabrir las playas y las fronteras porque el turismo es uno de los motores de una economía que pasa más tiempo hablando de prepararse para la nueva economía que tiempo real dedica a preparase de manera efectiva. Había que saltarse fases y echarse de bruces en la nueva normalidad para salvar los sueños y las ilusiones de miles de emprendedores, ahogados bajo unas restricciones que ya solo se mantenían por politiquería.

Así nos ha ido. Fuimos líderes anticipados en los rebrotes y ahora nos consolidamos como líderes absolutos, la temporada turística acabó con otro liderazgo abrumador en el desastre, el retroceso de nuestro PIB también fue líder indiscutible para ocupar ahora una de las últimas plazas en indicadores de la recuperación.

Vuelve a suceder en la segunda ola. La economía no puede parar y hay que seguir funcionando cueste lo que cueste porque si no será el caos, repiten muchos una y otra vez. Hay que resistirse con uñas y dientes a las restricciones, sembrar dudas y desconfianza sobre cuanto digan los científicos que no se adapten al principio de que aquello que es bueno para el mercado es bueno para la ciencia y atribuir todas las decisiones que no gustan a la politiquería y los intereses espurios de los rivales.

Mientras, esos mismos que convierten los indicadores sanitarios en materia de combate partidista se escandalizan de que la gente no se los tome en serio y pase de las recomendaciones. Mientras esos mismos que proclaman que quienes alertan de la gravedad de la situación solo quieren tener a la gente asustada para someterla, como sostiene Isabel Díaz Ayuso, reclaman más policías y más militares, no médicos o personal sanitario, para vigilar a la misma gente que dicen querer liberar, al parecer a base de multas y sanciones.

Volvemos a tropezar en la misma piedra: pensar que nos hallamos en la tesitura de tener que resolver un dilema entre salud y economía cuando, en realidad, no hay nada que resolver porque no existe tal dilema: sin salud pública no hay economía. Es probable que hasta el convaleciente Donald Trump lo haya entendido ya y esté experimentando la misma conversión de otro convaleciente, Boris Johnson, al padecer en carne propia que ni el mercado, ni el espíritu liberal, ni el gen emprendedor, curan la COVID-19. El virus no sabe de economía, igual que no entiende de cuestiones competenciales o elementos simbólicos.

El respetado economista y profesor de políticas de Berkeley Barry Eichengreen lo explica mejor que nadie: la forma de la recuperación dependerá del curso del virus y eso es algo que puede prever mejor un epidemiólogo que un economista. Si se mantiene contenido en Europa y Asia y en Estados Unidos se controla, la recuperación será en forma de V y rápida. Si se descontrolan los rebrotes en el hemisferio norte, será en W y el sufrimiento será mayor. Barry Eichengreen está convencido de que, al menos, hemos aprendido eso en una crisis que no se parece en nada a las demás. En España, está claro que aún lo estamos aprendiendo.

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