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¿Por qué la evaluación de la asignatura de Religión no debe contar para la nota media?

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Una vez más, asistimos al debate sobre el peso que debería tener la calificación obtenida en la asignatura de Religión (sea esta la católica, la judía, la musulmana o la evangélica). Dado que la mayor parte de los alumnos matriculados en esta materia confesional lo están en Religión Católica, prestaré especial atención a esta. Las otras confesiones son elegidas por porcentajes muy reducidos de alumnos. De acuerdo con los datos del Ministerio de Educación de 2019; Religión Evangélica la cursa el 0,39% del alumnado de primaria y el 0,24% del de secundaria; Religión Islámica –para los mismos niveles y respectivamente–, el 0,52% y el 0,03%; y Religión Judía, el 0.01% –en ambos niveles–.

Las particularidades de esta asignatura son tan marcadas que hacen que lo más sensato es que su nota no cuente en la calificación media del alumnado. La primera de tales peculiaridades es que sus contenidos son elaborados por las autoridades religiosas de cada una de las confesiones –y publicados en el Boletín Oficial del Estado (BOE)–. Los de la materia de Religión Católica no dejan lugar a muchas dudas sobre su carácter excluyente. La persona, se dice en el BOE, “tiene que reconocer que las cosas, los animales y el ser humano no se dan el ser a sí mismos. Luego Otro los hace ser, los llama a la vida y se la mantiene”. Es decir, todo ser humano –no solo los cristianos o los creyentes– ha de creer que Dios creó el mundo, pese a lo que se pueda decir en las clases de Física o de Biología. Pero no solo esto, el no creyente no sale muy bien parado: “No obstante, el ser humano pretende apropiarse del don de Dios prescindiendo de Él. En esto consiste el pecado. Este rechazo de Dios tiene como consecuencia en el ser humano la imposibilidad de ser feliz”. No se puede ser más claro: solo cabe ser feliz si se es creyente o, mejor dicho, católico. No acaba aquí la cosa. Se indica que “una educación con religión es una formación completa”. ¿Significará esto que quienes no optan por Religión tienen una formación incompleta?

La segunda peculiaridad de esta materia es que sus profesores son seleccionados por las autoridades religiosas respectivas, y su salario es abonado por el Estado. Se podría alegar que esto no es una excepción, ya que los profesores de los centros concertados y privados son elegidos por sus titulares –que en muchas ocasiones son también entidades católicas–. La particularidad reside en que se exige, amén de la titulación correspondiente, estar bautizado. No basta con una formación académica, sino que además hay que demostrar identificación con el catolicismo.

Vistos estos precedentes, resulta un tanto llamativo que la Iglesia considere que esta asignatura no es una catequesis. Con ello, la Iglesia quiere dejar claro que no se pretender adoctrinar. Sin embargo, lo que se publica en el BOE apunta claramente a que justamente de esto se trata. Así, y entre otros muchos ejemplos, se indica que el alumno debe argumentar “el origen del mundo y la realidad como fruto del designio amoroso de Dios”. Se considera como uno de los estándares de aprendizaje evaluables lo siguiente: [el alumnado] “Reconoce con asombro y se esfuerza por comprender el origen divino del cosmos y distingue que no proviene del caos o el azar”. Si esto no es inducción en la fe, ¿qué cosa es? Por otro lado, ¿cómo se puede evaluar el asombro? Y, por si fuera poco, el alumno de bachiller “se esfuerza por comprender el origen divino del cosmos”.

Por lo que se ve, no basta con que exista la asignatura de Religión. Además, se pretende obligar a cursar una materia alternativa a quien no la elija. Esto lo dejaba muy claro Caballero Gracia –presidente de la Confederación Católica Nacional de Padres de Familia y Padres de Alumnos– cuando declaraba que “si desaparece la alternativa, ¿para qué vamos a dar Religión?”. ¿Cómo se puede afirmar esto? ¿No se considera que la fe mueve montañas? Parece que tenía razón Nietzsche cuando escribía que en realidad la fe pone montañas allí donde no las hay. El mensaje parece consistir en que para que los míos sean religiosos, necesito “castigar” de algún modo a los infieles.

Estamos hablando de una asignatura que goza de gran aceptación. Así sucede, para los centros públicos (en el curso 2016-17), con el 56,6% del alumnado de primaria y con el 44,5% del de la ESO. Las variaciones por comunidades autónomas son enormes. Extremadura y Andalucía son las que cuentan con un mayor porcentaje de alumnos matriculados en Religión (respectivamente, 84,5% y 78% en primaria; y 72% y 61% en la ESO) y Cataluña la que menos (18% en primaria y 9,8% en la ESO). En todo caso, no parece que esta asignatura dé los frutos deseados. De acuerdo con el barómetro del CIS de julio de 2019, el 40,4% de los jóvenes de entre 18 y 24 años se declara católico y de entre ellos el 67,6% no acude a misa nunca o lo hace en muy raras ocasiones. Para ese grupo de edad, la suma de quienes se consideran agnósticos, indiferentes y ateos alcanza el 52,9%.

Pese a lo dicho hasta aquí, es bastante probable que, en la práctica, la enseñanza de esta asignatura sea más flexible de lo que se anuncia en el BOE. Al menos esa es la impresión –pero solo es eso: una impresión– que he tenido cuando al hilo de mis visitas a diferentes centros educativos he tenido ocasión de hablar con profesores de Religión, los cuales de un modo unánime hacían referencia a la apertura, al diálogo. Sin embargo, que tal flexibilidad dependa del talante de su profesorado y no de los contenidos oficiales es algo que habría que subsanar.

Con los argumentos hasta aquí esgrimidos, cabría ir más lejos y atreverse a sacar esta asignatura del horario escolar. Esto es lo que ya se ha intentado en comunidades con un bajo porcentaje de alumnado que la elige, como el País Vasco.

Y concluyo con un aviso para navegantes. Con un currículo tan sobrecargado como el que tenemos y con tantas asignaturas, me parece una temeridad introducir, a modo de solución, una materia de historia de las religiones o cómo se quiera llamar. Por otro lado, no se olvide que una asignatura supuestamente neutral sobre esta cuestión no apagaría la demanda de una educación acorde con los valores de las familias, es decir, la catequesis (que, muchas veces, no va más allá de la primera comunión).

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