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La Justicia y sus contradicciones

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La independencia y la imparcialidad son dos de los atributos más emblemáticos que tiene la justicia, y que sirven para proyectar una imagen de ejemplaridad en la sociedad, ahora bien esos mismos atributos cuando se desarrollan a nivel individual son de difícil cumplimiento, puesto que la mayoría de las personas están sometidas a continuas influencias de tipo emocional, profesional, ideológico etc. Los profesionales de la justicia por tanto no pueden sustraerse de las mismas, pero en su caso el resultado podría llegar a ser más grave, ya que lo que está en juego es la privación de libertad en muchos de los asuntos en los que tiene que tratar.

La mayoría de los jueces, pienso que tratan de hacer lo mejor posible su trabajo intentando alejarse de esas influencias, pero al mismo tiempo existe una espada de Damocles que pende sobre los mismos, que es la discrecionalidad, una facultad que se les otorga mediante la que pueden realizar una interpretación subjetiva de la ley y que si bien no supone un cambio radical en los resultados, si que permite ser más o menos benévolo en sus decisiones. Probablemente en los casos que afecten a la propiedad o integridad física no supongan ninguna distorsión significativa, pero cuando se trata de juzgar casos de corrupción en los que haya múltiples variables que analizar y las personas sean representantes públicos, podría darse el caso de que fuera mucho más difícil evitar esas influencias. Supongamos un caso en el que se juzgue a una persona con la que se tiene sintonía ideológica y además afecto personal, ante una resolución que según esa discrecionalidad nos permitiera ser más o menos benévolo sin incurrir en ninguna ilegalidad, lo lógico es que se optara por la primera opción, lo cual sería razonable puesto que siempre se intentaría buscar aquella interpretación más favorable para el acusado. El problema radica en si esa misma persona pudiera obtener un resultado menos favorable, al ser juzgado por un juez ajeno a influencias ideológicas o de simpatía personal , simplemente aplicando una interpretación rigurosa de la ley, en cuyo caso no se habría cumplido el principio de igualdad ante la ley.

A todo ello hay que sumar la creciente politización de la justicia, con la asignación de una determinada adscripción ideológica por parte de la opinión pública y medios de comunicación a la que contribuyen ciertas actitudes de algunos jueces, lo que complica la apreciación de imparcialidad por parte de la sociedad.

Recientemente hemos visto casos de cierta notoriedad que ponen en evidencia contradicciones importantes en la aplicación de la justicia. En el caso de la sentencia de los ERES se deduce, que el ir o no a la cárcel depende del azar que supone que la mayoría de los magistrados interpreten en un determinado sentido los hechos juzgados de tal modo que el resultado queda al albur de factores subjetivos, lo cual es contradictorio con la esencia de la justicia que presupone igualdad ante la ley; también en la reciente ley del “si es si” se nos dice que los delincuentes tienen derecho a beneficiarse de los aspectos más favorables de la misma siendo que el resultado depende de la interpretación de los jueces, lo que nos lleva a cuestionarnos por qué en la decisión final de un juicio, no se aplica la misma interpretación de la ley, y se resuelve en base al criterio más favorable para el acusado o bien se reduce el margen de discrecionalidad en algunos casos de especial dificultad.

Es posible que todas estas cuestiones tengan una complejidad que se escapa a un análisis sencillo de las de las mismas, pero también es verdad que proyectan un halo de desconfianza en los ciudadanos que las perciben y al final se tiene la sensación de que cuando alguien se enfrenta a una decisión judicial, habría que encomendarse a instancias divinas y recurrir al famoso argot taurino, “Que Dios reparta suerte”.

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