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A vueltas con la corrupción: El error del PP y el tú más
El Partido Popular, con Feijóo a la cabeza, se equivoca de plano. Apropiarse los partidos conservadores del discurso de la extrema derecha, hasta ahora en toda Europa, solo ha servido para dar aún más pábulo a la misma, aunque solo sea por aquello de que entre el original y la copia la gente prefiere quedarse con el original.
Es cierto que lo contrario ese famoso cordón sanitario impuesto en países como Alemania o de manera más reciente en Portugal tampoco han surtido demasiado efecto frente a esa alternativa radical pero, al menos, impedir que toquen poder puede generar mejores expectativas a tenor de lo que nos enseñara la historia durante la primera mitad del siglo pasado cuando muchos partidos conservadores acabaron cediendo ante el auge del fascismo.
Además esa actitud tan visceral acentuada por los populares a partir del debate de la pasada semana en el Congreso puede volverse incluso en su contra ya que su votante más moderado lo que espera de su partido es una serie de propuestas definidas y no una enmienda a la totalidad del actual sistema democrático en la línea de Vox, su más directo competidor.
Tal actitud está probado que genera desafección entre esos votantes más próximos al centro político o lo que es lo mismo les lleva a la abstención mientras que los más reaccionarios acaban abrazando opciones más extremas.
Después de ver la primera intervención de cada uno de los grupos en el hemiciclo, la que ha resultado más decepcionante ha sido la del Partido Popular –de Vox ni se le espera-, que ha tenido una magnífica ocasión ante los casos de corrupción del PSOE y el enésimo aviso de las autoridades comunitarias, de emitir al menos un juicio sobre las propuestas de Sánchez.
Por el contrario, el líder popular se limitó a una retahíla de insultos, incluso más allá del terreno político, contra el presidente. Y que ha corroborado en los días posteriores su nueva portavoz que ha llegado a afirmar que ni tiene pruebas ni las necesita para lanzar órdagos de cualquier tipo contra su figura. Vulnerando no solo la presunción de inocencia sino todas las bases del sistema democrático.
No arrancó mal Pedro Sánchez su intervención –probablemente la más importante de su carrera-, presentando nuevas propuestas al objeto de erradicar en lo posible la corrupción política –la mayoría procedentes de Sumar, su socio de coalición-, aunque paso por alto otras de carácter social. Pero al menos no entró de primeras en el reiterado “y tú más”, con los que habitualmente intentan PP y PSOE tapar sus respectivas miserias.
Yolanda Díaz, desde Sumar le exigió no solo medidas contundentes contra la corrupción sino su implementación y ejecución de facto y que no acaben, como en tantas otras ocasiones durante los gobiernos de PP y PSOE, en agua de borrajas.
A la vez, con todavía mayor contundencia, que medidas laborales y sociales –vivienda, vivienda y vivienda, les espetaría más tarde Gabriel Rufián-, que son las que necesita verdaderamente la ciudadanía y que, al fin y al cabo, son las que sustentan y dan validez a la política y en su caso a la legislatura.
España, hoy por hoy, resulta en la práctica el último gobierno de carácter ciertamente progresista del continente. Motivo por el que era más que previsible que en un contexto global cada vez más reaccionario, toda una poderosa artillería mediática pusiera en entredicho cada una de sus acciones y buscara el más mínimo resquicio desde donde hacer daño.
Un contexto cada vez más difícil desde la vuelta de Donald Trump a la presidencia de los EE.UU. convertido en auténtico emperador y que está desarrollando toda su agenda, cada vez menos liberal y más autocrática, sin pudor ni rubor alguno mientras es jaleado por todas las fuerzas reaccionarias de occidente que se ven más fuertes y espoleadas por su sombra.
Pero España aun sin ser una superpotencia sí es un país de primer orden que puede tener cierta influencia en la esfera internacional. Pero si el actual gobierno de España no es capaz de generar ilusión entre sus votantes, combatiendo con firmeza la corrupción y promoviendo a su vez medidas de calado en beneficio de la población no quedará nada que salvar.
Sencillamente, porque ahondar todavía más en el modelo ultra capitalista que ha copado toda la escena política, económica y social de los últimos 40 años, vistas sus extraordinarias fallas, nos abocará irremediablemente a un trágico final.
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