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Piedras de papel es un blog en el que un grupo de sociólogos y politólogos tratamos de dar una visión rigurosa sobre las cuestiones de actualidad. Nuestras herramientas son el análisis de datos, los hechos contrastados y los argumentos abiertos a la crítica.

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Piketty en Madrid

José Fernández-Albertos

Ayer tuve la suerte de asistir a la presentación en Madrid de la edición española del ya famoso “El Capital en el Siglo XXI ” de Thomas Piketty (doy las gracias a su editorial, el Fondo de Cultura Económica, por la invitación). En Piedras de Papel Antonio Quero ya escribió una reseña del libro cuando apareció la primera edición en francés. No volveré por tanto a exponer aquí las tesis principales del libro, muy discutidas y debatidas en infinidad de recensiones (déjenme sólo añadir a la lista esta muy recomendable edición especial del British Journal of Sociology). Sí diré, sin embargo, que pese a los esfuerzos por resumir las tesis de un libro de más de 600 páginas, el libro de Piketty se resiste a ser simplificado: es, a la vez, un tratado de historia económica moderna, un extraordinario compendio de datos del distribución del ingreso y la riqueza, un ejercicio teórico de dar sentido a estos datos, y un conjunto de propuestas de política económica para el futuro.

Aléjense de quienes les diga que el libro de Piketty es sencillo, que no tiene un solo agujero, o que es un panfleto. Pueden estar seguros de que quien les diga eso, o no lo ha entendido, o, más probablemente, no lo ha leído. Lo que sigue por tanto no es otro resumen del libro, sino sólo una recolección de los temas (algunos cubiertos en el libro, otros no) que Piketty eligió enfatizar en su presentación en el Círculo de Bellas Artes y en el breve coloquio que siguió.

  1. No todos tenemos la misma r. Uno de los parámetros centrales del libro de Piketty es r, la tasa de rendimiento del capital. Cuando r es mayor que g (la tasa de crecimiento del ingreso), el capital tiende a reproducirse, y la desigualdad a aumentar. En la presentación Piketty incidió en un punto que a menudo se olvida, y es que esa tasa de rendimiento del capital no es la misma para todos, y que su desigual distribución contribuye a concentrar aún más la riqueza. Como muestra su ingenioso análisis de los rendimientos de los fondos de las universidades americanas, los fondos más grandes tienden a tener tasas de rendimiento más favorables (presumiblemente porque se pueden permitir mejores gestores capaces de aprovechar más innovaciones financieras). Dicho de otra forma, todos los ahorradores son iguales, pero unos son más iguales que otros.
  1. Por qué nos preocupa una alta relación capital-ingreso. Que una sociedad tenga mucha riqueza en relación a lo que es capaz de producir en un año no es necesariamente malo. El problema es que, en un contexto de bajo crecimiento demográfico y económico, la distribución de la riqueza (que es mucho más desigual que la de la renta) determina mucho más la evolución de las distribución del ingreso futuro. Así que, cuanto más alta sea la relación capital-ingreso (una relación que ha aumentado en todos los países de forma significativa en las últimas décadas) más dependerá la distribución del ingreso de cuánto de ricos fueron nuestros padres: el pasado determina el presente.
  1. ¿Pagar deuda sin inflación? Ya hemos estado allí. Es bien sabido que la inflación es una forma históricamente “fácil” de deshacerse de grandes cargas de deuda pública. Gracias a la inflación los países occidentales lograron deshacerse de la deuda generada por el esfuerzo bélico de la segunda guerra mundial. Ahora numerosos países europeos, entre ellos España, tienen una deuda enorme y creciente, pero la inflación ni está ni se le espera. Piketty recordó que es una situación análoga a la que experimentó Gran Bretaña tras las guerras napoleónicas del siglo XIX. Los acreedores del estado británico eran poderosos políticamente (lo que hacía inviable un impago), y el país vivía bajo el patrón oro, que impedía los aumentos discrecionales de precios. Durante un siglo, Gran Bretaña dio prioridad a pagar sus deudas que a formar a sus ciudadanos. Y quizá como consecuencia de ello, la productividad del trabajo del país que inició la revolución industrial cayó por debajo de la de los países continentales durante el siglo XX. Pagar la deuda en un contexto de crecimiento bajo y sin inflación no es sólo problemático en el corto plazo, sino que daña peligrosamente nuestra capacidad de crecer en el largo. Piketty insistió en el lastre que esto supone para nuestra principal herramienta para promover el crecimiento y la equidad: la política educativa. En la actualidad, países como España o Italia gastan varias veces más en pagar intereses de deuda que en universidades. “No parece una forma inteligente de afrontar el futuro”, sentenció.
  1. Más impuestos a la propiedad. Piketty enfatizó que él no está a favor de una subida generalizada de impuestos (en España este punto es cuestionable, pues seguimos sin resolver nuestra crisis fiscal), sino un reparto diferente sobre en quién recaen. Su propuesta es sencilla y él la ve poco controvertida: parece de sentido común aliviar fiscalmente a aquellos que apenas se han beneficiado del crecimiento económico en las últimas décadas (las rentas del trabajo medias y bajas) y extraer más recursos subiendo los impuestos a quien más se han beneficiado (las rentas del capital).
  1. Los retos actuales de Europa. Piketty habló también de la actualidad política. Celebró el cada vez mayor cuestionamiento de las políticas con las que Europa ha respondido a la crisis, aunque criticó la tendencia a echar las culpas de todo a Alemania. Ha habido errores de todos, y de lo que se trata ahora es de hacer propuestas sobre cómo construir más y mejor Europa: cómo mutualizar la nueva deuda, cómo limitar la competición fiscal dentro de una unión económica, cómo hacer la integración, en definitiva, compatible con la gobernanza económica (hemos integrado hasta el extremo nuestras economías pero “sin ninguna contrapartida”, afirmó). Rechazó los repliegues nacionales a la crisis, y por eso dio a entender que veía con mejores ojos la aparición de nuevos movimientos políticos críticos del estado de las cosas desde la izquierda (como en Grecia o España) que los procedentes desde la derecha (como en Francia).

Piketty trasmite una apabullante seguridad al hablar de los datos, es prudente a la hora de derivar implicaciones políticas -su papel sólo es, dice, “proveer conocimiento económico” para “contribuir a la conversación democrática”- y es sorprendentemente optimista acerca de nuestra capacidad de cambiar las cosas en el futuro, en abierta contraposición a lo que muchas lecturas deterministas de su libro sugieren.

Personalmente, es esto último lo que encuentro menos satisfactorio del libro. Mientras que algunas de las causas de los patrones de aumentos de la desigualdad son claramente políticas o ideológicas (la aceptación de la movilidad internacional de capitales, la decisión de tratar fiscalmente más favorablemente a las grandes fortunas), no hay en Piketty un análisis político convincente que explique por qué las fuerzas que lograron imponer estos cambios van a dar su brazo a torcer ante las demandas de una sociedad que (supuestamente) exige más igualdad. No hay tampoco un análisis de cómo esa sociedad que debería exigir políticas económicas redistributivas (pero que hoy no las exige, o lo hace de forma inefectiva) va a ser capaz de superar sus diferencias internas y articular un programa político capaz no sólo de “vencer” políticamente a los grupos económica y políticamente poderosos que se benefician del actual estado de las cosas, sino de colaborar internacionalmente para llevar a cabo las reformas supranacionales que las nuevas políticas redistributivas necesitan.

Ante estas críticas, Piketty no ofrece respuestas convincentes: su libro tiene un modelo político extremadamente impreciso (y discutible) que aspira a explicar algunos de los cambios que hemos observado en las últimas décadas, pero no tiene ninguno que explique cómo sucederán los cambios que su optimismo anticipa. Todo lo que nos dice es que cambios políticos tan o más radicales que los que hoy necesitamos han sido posibles en el pasado, y que por tanto no hay que desechar que se produzcan en el futuro. A mí eso me parece bastante insuficiente, pero claro, que a día de hoy no tengamos un modelo político que nos diga cómo se van a producir esas transformaciones no quiere decir que ese modelo no se pueda construir en el futuro. ¿Material para su próximo libro?

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