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El nuevo ciclo electoral en Euskadi, Galicia y Catalunya dibuja un calendario letal para Pablo Casado

Pablo Casado, esta semana, en el Congreso de los Diputados.

Iñigo Aduriz

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Tras encajar una nueva derrota en las elecciones generales del 10 de noviembre –aunque el PP mejoró el resultado del 28A, el peor de su historia, al lograr 89 escaños, 23 más que en los comicios anteriores–, en las que se volvió a quedar sin opciones para recuperar el Gobierno, el presidente del Partido Popular se fijó como gran objetivo para la legislatura consolidar a su formación política como la hegémonica de un autodenominado “centro derecha” dividido en tres –PP, Ciudadanos y Vox–, y sobre todo reforzar su liderazgo interno, que en los últimos meses se ha visto cuestionado por algunos de los barones del ala moderada del partido.

Uno de los puntales de su estrategia de oposición pasa, además, por utilizar el poder autonómico que mantienen los populares y ejercer de contrapesos, cuando no directamente de látigos contra el Gobierno central. Casado ya anunció que se enfrentará al Gobierno desde las comunidades autónomas que controla –Andalucía, Galicia, Castilla y León, Madrid y la Región de Murcia– bajando impuestos cuando los suba el Ejecutivo central y apelando a la “libertad” para no aplicar allí algunas de las medidas sociales del Ejecutivo, como la ley de memoria histórica o la nueva ley educativa que busca aprobar el Gobierno.

Las pretensiones del líder del PP chocarán, sin embargo, con la realidad de un nuevo calendario electoral que se aventura endiablado para sus intereses. Habrá comicios en Euskadi y Galicia el 5 de abril. Y aunque aún no hay una fecha concreta, también se celebrarán elecciones en Catalunya, donde el president de la Generalitat de Catalunya, Quim Torra, ya ha anunciado que las adelantará en cuanto se aprueben los Presupuestos de la comunidad. Los tres son territorios en los que Casado tiene poco que ganar y mucho que perder, siempre que se cumplan las previsiones de las encuestas y las expectativas que manejan los propios dirigentes populares.

País Vasco y Catalunya son las dos comunidades autónomas donde el PP se encuentra en una situación más debilitada, rozando incluso la irrelevancia. En Euskadi, 2019 fue un año especialmente aciago para los populares vascos. En las generales del 28A no lograron ni un solo escaño por ninguna de las tres provincias vascas. El resultado dejó fuera del Congreso a Javier Maroto, uno de los hombres fuertes de Casado, que figuraba como cabeza de lista por Álava, la provincia en la que tradicionalmente el PP es más fuerte.

El PP vasco, al borde de la ruptura

Esta situación forzó a la dirección nacional de los populares a recolocar a Maroto como senador por designación autonómica, aunque no por el País Vasco, sino por Castilla y León, una comunidad con la que el exalcalde de Vitoria no tenía ninguna vinculación conocida hasta que tuvo que empadronarse ex profeso en la localidad segoviana de Sotosalbos unos días antes de su elección por parte del parlamento castellano y leonés.

La decisión de nombrar a Maroto como senador a través de esa fórmula improvisada no gustó nada en la dirección del PP vasco, cuyo líder, Alfonso Alonso, ha mantenido varios enfrentamientos con el equipo de Casado por la deriva derechista emprendida por el líder del PP tras su triunfo en las primarias de 2018 y por la imposición de candidatos cercanos a Génova 13 en las distintas citas electorales.

La última batalla y la más grave se producía esta misma semana por la negociación de la coalición con Ciudadanos para las elecciones vascas, hasta el punto de que Alonso se negó a suscribir el acuerdo y plantó a la dirección nacional tras ser convocado a Génova. Una vez suscrito el acuerdo con el partido de Inés Arrimadas, el comunicado conjunto que enviaron los dos partidos no mencionó en ningún momento el nombre de Alonso, pese a ser aún el candidato de la alianza.

Al PP vasco le molestó sobremanera enterarse “por la prensa” de que el partido de Inés Arrimadas presumiera de haber conseguido que la dirección de los populares les diera los números dos de las candidaturas por Bizkaia y Álava, algo que la dirección de Alonso consideró “inasumible”, aunque el equipo de Casado hizo oídos sordos y cedió esos “puestos de salida” a Ciudadanos.

En cuanto a los resultados electorales, el escenario para el PP vasco no mejoró especialmente en las generales del 10N, aunque en ese caso el recuento final de los votos de los españoles en el extranjero sí dio al PP un escaño por Bizkaia, el de la joven Beatriz Fanjul, impuesta por Casado, que arrebató ese asiento en el último momento al PNV.

Las perspectivas electorales

El hundimiento de los populares vascos se reflejó también en los comicios municipales del 26 de mayo. Entonces, el PP logró apenas 66.000 votos (el 5,87% del total), solo dos alcaldías –las de las minúsculas localidades alavesas de Baños de Ebro y Navaridas– y 55 concejales de los 2.651 que estaban en juego en toda Euskadi. Son 24 menos que los que obtuvo en 2015.

A este complicado escenario se suman las perspectivas electorales para el 5A, a las que los populares concurrirán en coalición con Ciudadanos forzados por las sucesivas debacles en las urnas. La última encuesta publicada, la elaborada por la radiotelevisión pública EiTB que salió a la luz el 13 de febrero, auguraba que, de ir en solitario, el PP pasaría de los nueve escaños que tiene en la actualidad en el Parlamento Vasco a cinco o seis.

De momento no hay datos empíricos que evidencien que la suma con Ciudadanos vaya a aportar a los populares vascos mejores cifras en los comicios de dentro de dos meses, ya que el partido de Inés Arrimadas no tiene por ahora ningún tipo de representación en Euskadi. Así, si las urnas no aportan ninguna mejora a la coalición PP+C's respecto al resultado que lograron los populares en solitario hace cuatro años, la nueva debacle volverá a interpretarse como un fracaso más de Casado, que es quien desde Madrid ha pilotado toda la estrategia de alianzas en las últimas semanas.

El panorama tampoco es nada optimista en Catalunya, donde el PP cuenta en el Parlament con tan solo cuatro diputados de 135. Allí el equipo de Casado también buscará una alianza con Ciudadanos, que en las últimas elecciones autonómicas de 2017 fue la fuerza más votada. El polémico aterrizaje de Cayetana Álvarez de Toledo como cabeza de lista por Barcelona en los comicios generales del 28A y del 10N no sirvió de revulsivo para un Partido Popular catalán condenado prácticamente a la irrelevancia.

Catalunya como eje de oposición al Gobierno

En abril solo obtuvieron un único escaño, el de la propia Álvarez de Toledo, cinco menos que los que lograron en 2016. Fue, así, el peor resultado de la historia del PP en Catalunya. El 10N mejoró levemente y consiguió dos escaños, lo que desde Génova 13 se leyó como un gran triunfo que, sin embargo, siguió manteniendo a los populares catalanes muy lejos de los resultados conseguidos en otras citas electorales anteriores. Allí, la última encuesta publicada, la elaborada por el Gabinet d'Estudis Socials i Opinió Pública (GESOP), augura que el PP podrá mejorar su presencia en el Parlament, aunque tan solo le da uno o dos escaños más que los cuatro que obtuvo en 2017.

Esa nueva debacle se interpretaría también como otra derrota del propio Casado, que ha hecho de la política sobre la crisis que vive Catalunya desde hace casi una década uno de los grandes ejes de la estrategia de oposición contra el Gobierno de Pedro Sánchez.

El líder del PP está en contra del plan de “apaciguamiento” –así le llama él– puesto en marcha desde el Ejecutivo progresista y ha rechazado el diálogo entre el Gobierno y la Generalitat impulsado por Sánchez –la primera reunión será el próximo miércoles 26–, a quien llegó a acusar de ser “responsable del golpe de Estado” perpetrado en Catalunya –en alusión al referéndum que tuvo lugar el 1 de octubre de 2017– y de haber sido investido presidente del Gobierno gracias a los “golpistas” de ERC, que facilitaron la reelección del socialista gracias a su abstención.

Unos malos resultados como los que auguran las encuestas incluso aunque el PP se presentara en coalición con Ciudadanos –según el GESOP, la suma de las dos fuerzas lograría, como máximo, 25 escaños–, en el frente “constitucionalista” que busca construir Génova 13, se interpretarán como un claro fracaso de la estrategia de confrontación de Casado en Catalunya.

En busca de otra mayoría absoluta en Galicia

El escenario es completamente diferente en Galicia. Aunque por la mínima, todos los sondeos sitúan al PP como la fuerza favorita para mantener la Xunta con mayoría absoluta. En caso de confirmarse, sería la cuarta mayoría absoluta consecutiva que lograría el líder de los populares gallegos. Pero lejos de interpretarse como un triunfo de la estrategia Casado, la victoria solo serviría para reforzar internamente a Feijóo, que precisamente se ha esforzado mucho en mantener un perfil propio frente a la estrategia de derechización de Génova 13 y que ha pedido reiteradamente al líder del PP que vuelva a situar al partido en la moderación.

De hecho, el presidente gallego –que como en el caso vasco también ha adelantado las elecciones al 5 de abril– ha dibujado una campaña personalista, alejada de las siglas del PP, precisamente para tratar de pescar votos más allá del electorado de derechas. Resulta muy difícil encontrar las siglas del partido en sus primeras imágenes de la precampaña para los comicios gallegos y Feijóo sostiene que él es solo “militante de Galicia” y no de “ningún partido”, ni siquiera el suyo.

Desde la época de las mayorías absolutas de Manuel Fraga –el ya fallecido fundador del PP–, en Galicia los populares han aglutinado tradicionalmente un voto más transversal en las elecciones autonómicas. Se trata de un voto vinculado más al autonomismo gallego que a la tradicional pugna entre izquierda y derecha que marca la política estatal. Por eso Feijóo trata de mantener las distancias con la estrategia de Casado. Y esa es la razón, también, por la que el presidente de la Xunta se negó de plano a aceptar una coalición con Ciudadanos similar a la planteada en Euskadi y Catalunya.

Como insiste una y otra vez el presidente gallego, en su comunidad “el centro derecha ya está aglutinado en el PP”. Si revalida su mayoría absoluta, Feijóo se verá reforzado internamente como contrapeso a la deriva derechista de Casado. Si la pierde, es probable que culpe de la caída también a la estrategia de Génova 13. Así, el líder nacional del PP no verá posible rentabilizar la victoria en Galicia para sus propios intereses, aunque todo apunta a que sí tendrá que encajar una posible derrota.

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