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CRÓNICA

Mohamed VI, el rey que nunca estaba allí

Mohamed VI junto a su hijo, el príncipe heredero Mulay Hasán, en 2019.

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En 2018, los marroquíes llevaban algún tiempo sin noticias de su rey, lo que tampoco era una novedad. De repente, en febrero descubrieron gracias a una foto que Mohamed VI se encontraba en París. En concreto, en un hospital. Había sido operado de una arritmia cardíaca. Quizá de algo más serio. Una foto le mostraba en la cama rodeado de sus hijos, pero no de su esposa, de la que poco después se supo que se había separado sin que hubiera ninguna confirmación oficial.

Aparecieron unas pocas fotos más del rey de forma algo misteriosa –no fueron publicadas originalmente por el Gobierno o los medios de comunicación–, y no volvió a su país hasta casi dos meses después. Luego volvió el secretismo sobre su paradero. La gente no se engañó. Dieron por hecho que estaba en Francia, que es desde hace tiempo el lugar en el que pasa más tiempo.

La ausencia de Mohamed VI de la cumbre hispano-marroquí no es por tanto una sorpresa. Indudablemente es un revés para la imagen del Gobierno español, que la había vendido como la culminación del periodo de acercamiento que se inició con el apoyo a la propuesta marroquí de autonomía para el Sahara, nunca concretada, y el abandono del referéndum de autodeterminación. Pedro Sánchez había asumido un alto coste político en España, en especial con su socio de Gobierno, y en las relaciones con Argelia.

A cambio de esta cesión, el Gobierno ha obtenido la primera cumbre ministerial desde 2015, un descenso del 25% de las llegadas irregulares de inmigrantes, y decenas de acuerdos económicos de futuro incierto. Los beneficios logrados no son de momento muy grandes. El acuerdo político básico fue resumido por Sánchez: “Hemos asumido un compromiso de respeto mutuo por el que, en nuestro discurso y en nuestra práctica política, vamos a evitar todo aquello que sabemos que ofende a la otra parte”.

Supone poner el listón un poco bajo entre países que se dicen aliados. Significa que el Gobierno español hablará lo menos posible del Sahara y el marroquí hará lo mismo con Ceuta y Melilla.

Cualquier acuerdo entre ambos gobiernos está sometido al carácter imprevisible de la política marroquí. El único centro de poder real está formado por el monarca y los políticos y empresarios que ejecutan sus deseos. Mohamed VI controla los ministerios más importantes con independencia del resultado de las elecciones. Desde las últimas, en las que el partido islamista sufrió una clara derrota, todo el Gobierno está en manos del Palacio. Las ganó Aziz Ajanuch, actual primer ministro, un empresario multimillonario al frente de un partido sin más ideología que el sometimiento a la voluntad real y una aspiración genérica a la modernización del país. Modernización que nunca se termina de producir.

Ahora más que nunca, el rey sabe que no tiene que temer sorpresas procedentes del Gobierno. Eso le permite prolongar sus estancias fuera del país dando la imagen de un rey ausente, más interesado en cuidar de su maltrecha salud a sus 59 años y de disfrutar de la vida.

En esta ocasión, Mohamed VI se encontraba en una mansión en Gabón desde finales de diciembre. En otras épocas del año, prefiere residir en Francia, donde cuenta con varias propiedades. En la localidad de Betz, a 65 kilómetros de París, tiene un castillo y 70 hectáreas comprados por Hassan II en 1972. La última adquisición en París fue en 2020, una mansión que había pertenecido a la familia real saudí y que el rey compró por 80 millones de euros. Un precio asequible para el hombre más rico de Marruecos.

La representación teatral de la cumbre exigía la presencia de Mohamed VI desde el punto de vista de los intereses del Gobierno de Sánchez. Se tuvo que conformar con una llamada telefónica de media hora. Son las consecuencias de tratar con alguien como Mohamed VI. Lo más realista era contar en voz baja a los medios españoles que no habría audiencia con el monarca salvo cambios de última hora. Quizá eso hubiera molestado a los marroquíes. Es posible que hubiera posibilidades de que se celebrara hasta el último momento. Pero el Gobierno no podía estar seguro de que apareciera.

El Partido Popular quedó encantado. Es lo único que le interesó de la cumbre. “España ha dado imagen de debilidad”, dijo Elías Bendodo. “Es difícil hacer más el ridículo”.

En España existe la idea de que es intolerable que los gobiernos no impongan su voluntad a esos molestos marroquíes que no tienen ni media bofetada y que deberían proteger la frontera sur de España para hacernos la vida más fácil. Y estar agradecidos por esa labor de mayordomo.

Siempre se olvida que los países más pobres no están totalmente indefensos ante los más ricos cuando comparten una frontera. Como ocurre entre México y Estados Unidos, el vecino más pobre tiene muchos instrumentos para obtener un trato de favor. Nunca renuncia a exportar a muchos de sus ciudadanos para los que no tiene posibilidades de encontrar puestos de trabajo. Si hay una gran diferencia económica entre ambos países, esa tensión siempre existirá.

Casi hay algo tan preocupante como mantener malas relaciones con Marruecos, lo que ningún Gobierno español se puede permitir. Una alternativa no menos irritante es tener buenas relaciones con Rabat, porque supone tragar con mucho. Actualmente, hay que aceptar la realidad de que el servicio de inteligencia marroquí tiene como misión espiar a los gobiernos español y francés con o sin Pegasus. O que el escándalo de corrupción del Parlamento Europeo tenga más que ver con la influencia y favores que reparte Marruecos que con los de Qatar (aunque su nombre, Qatargate, diga lo contrario). O que Rabat nunca renunciará a su reivindicación sobre Ceuta y Melilla, aunque ahora se haya comprometido a no hablar mucho del tema.

Marruecos cuenta con una economía con niveles mediocres de crecimiento, un sistema educativo y sanitario mal financiados, un alto nivel de corrupción al servicio de las grandes corporaciones ligadas a la monarquía, un jefe de Estado que perdió hace tiempo el interés por gobernar, y un Gobierno actual que llegó al poder fundamentalmente por la gran fortuna de sus responsables y el descrédito del Gabinete anterior.

Lo único que no se le puede negar es su posición en el mapa, que no va a cambiar. Suficiente para que nunca deje de ser un vecino incómodo para España. Uno que obliga a tragar sapos más grandes que una vaca.

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