El durio, durián o durian, reina de las frutas que muchos occidentales aborrecen pero que es muy apreciada en el sudeste asiático, mueve millones y despierta intensas pasiones, y no sólo entre los orangutanes. Un grupo de científicos de Singapur ha investigado los secretos de su intenso, penetrante e inconfundible aroma que en temporada empapa las calles en países como Tailandia, Camboya o Vietnam pero que resulta tan peculiar que en los hoteles y transportes públicos está prohibido entrar llevando esta fruta.
Descrito como carne en putrefacción o ropa interior sucia, entre otras imágenes aún más repugnantes, el olor del durian es tan rechazable como deliciosos y nobles son los sabores que evoca en el paladar con componentes como cocolate, vino tinto, putrefacción noble, quesos fermentados u hongos que convierten su consumo en una experienca gastronómica de poco frecuente intensidad y novedad.
El equipo de investigadores singapurenses, todos ellos declarados aficionados a su consumo, ha descubierto el gen responsable de los compuestos sulfurados que dan su particularidad al característico olor que los orangutanes y otros simios son capaces de percibir a kilómetros, abriendo así la posibilidad de crear variedades de la fruta sin ese particular aroma.
Claro que para los puristas, que en el sudeste asiático no son pocos, sería como hacer un queso de Cabrales, o un Munster, sin sus aromas característicos; una herejía gastronómica. Para muchos tailandeses o indonesios la predilección por una variedad o un estado de madurez de esta fruta única están tan marcados y gozan de tanto predicamen como en Europa la preferencia por una región vinícola o un determinado queso sobre otro: la esencia del buen gusto y del conocimiento gastronómico y de la sofisticación en el comer.
Imagen de Hoola Van Nooten (fl 1863-1885), Dominio públicode Hoola Van Nooten (fl 1863-1885), Dominio público
Sobre este blog
@Retiario estudió biología pero siempre quiso aprender y contar historias reales. En tiempos remotos fue paleontólogo, pero desde hace décadas es periodista y profesor de periodismo. Cree en la ciencia, la tecnología y el poder de la humanidad para cambiar las cosas para bien, si se aplica. Pasa la mayor parte de su tiempo en Internet y es un firme defensor de la pluma (y la red) frente a la espada.
