La Coleccionista trae artesanía y comunidad a uno de los barrios más antiguos de Sevilla
En el barrio de San Julián, uno de los más antiguos de Sevilla, quiere abrir sus puertas La Coleccionista, una tienda taller que será, al mismo tiempo, proyecto colectivo, manifiesto artesanal y espacio cultural. Impulsada por tres mujeres creadoras —Rocío Conesa, María Reyes y Esperanza Covarsí—, la tienda busca consolidarse como un punto de encuentro para la producción y venta de piezas hechas a mano. Su apertura no solo responde al deseo de sus fundadoras de tener un lugar propio, sino también a una transformación más amplia del barrio, donde los oficios van tímidamente abriéndose paso frente a la homogeneidad comercial.
“Yo creo que negocios como este no hay muchos”, dice Rocío, ceramista con más de quince años de experiencia. Estudió en Granada, trabajó en una alfarería tradicional que participó en la reforma del Hotel Alfonso XIII de Sevilla, y ha desarrollado su práctica en torno a la cerámica de alta temperatura con una estética marcada por los blancos y azules. A lo largo de su trayectoria, ha combinado la producción con la docencia en su taller, donde imparte cursos y talleres que han pasado por cientos de personas. “Tiendas de diseño hay, pero una tienda hecha por y para artesanas, con una lógica horizontal y comunitaria, eso es otra cosa”, asegura.
María, por su parte, se formó en la Facultad de Bellas Artes de la capital andaluza, donde se especializó en grabado y descubrió la serigrafía, la técnica que se convertiría en la base de su práctica profesional. Pasó varios años en Madrid dedicada al arte contemporáneo, con exposiciones e instalaciones, hasta que decidió canalizar su universo visual en una marca propia, The Printed Rabbit, que aún conserva el espíritu artístico de sus inicios. Volvió a Sevilla justo antes de la pandemia y, por azar, cayó en San Julián, un barrio donde, según ella, la creación artesanal se respira en las calles.
Esperanza llegó también desde el mundo del arte, tras estudiar Bellas Artes en Sevilla y Barcelona, y formarse en ilustración. Desde joven se sintió atraída por el textil: se hacía sus propias mochilas y complementos. Más adelante profundizó en diseño de estampado, una disciplina técnica que le permite volcar su creatividad sobre telas. Su interés por el hacer manual se extiende también a la encuadernación, que hoy enseña en talleres. Aunque muchas veces ha tenido que compaginar estos trabajos con otros oficios, su vocación está clara.
Un punto de encuentro para creadoras
La Coleccionista es, para las tres, un salto necesario. “Yo no tenía punto de venta en Sevilla”, reconoce Esperanza: “Vender en una tienda que además es mía, donde yo coloco mis productos como quiero, con unas comisiones más justas: eso lo cambia todo”.
La tienda permitirá, también, producir piezas conjuntas, mezclar disciplinas y ofrecer recompensas colaborativas dentro de su campaña de crowdfunding en Goteo, con la que esperan financiar la adecuación del local. “Nos entendemos bien trabajando juntas”, explica Rocío, recordando que “ya habíamos hecho colaboraciones, sabíamos que funcionaba y que había confianza”.
Micromecenazgo con alma
La campaña de micromecenazgo, que está activa en Goteo, buscaba reunir 6.400 euros en una primera ronda para habilitar el local, adquirir mobiliario, reformar parte del espacio y poner en marcha un calendario de talleres abiertos al público. En una segunda fase, si se superaba ese umbral, se fijaron alcanzar los 9.200 euros para poder cubrir gastos de comunicación, transporte, materiales y honorarios dignos para las propias artesanas. Ahora, ya han conseguido más de 9.500 euros, pero todavía resta para llegar a la cifra óptima.
Las recompensas para los donantes van desde productos artesanales exclusivos hasta experiencias participativas, como talleres de cerámica, estampación o encuadernación. “No es solo una donación, queremos que quien colabore sienta que también forma parte del proyecto”, afirman.
El valor de lo hecho a mano
El resurgir de la artesanía no es casual. En un mundo saturado por la producción en masa, muchas personas vuelven la vista hacia lo hecho a mano como una forma de recuperar el vínculo con los objetos, con los materiales, con el tiempo que tarda en hacerse algo bien. La Coleccionista se sitúa dentro de este movimiento más amplio, que conecta con valores como el consumo responsable, la economía circular y el slow made: frente a la inmediatez de lo industrial, la paciencia del oficio.
Este nuevo auge artesanal no es solo una moda estética, sino una reacción ética y política ante un sistema de producción global que genera residuos, desigualdad y desconexión. En ese contexto, espacios como La Coleccionista se convierten en pequeños refugios de sentido: lugares donde cada cuenco, cada libreta, cada tela estampada no es un producto, sino el resultado de una historia, una técnica, una mirada. “Quien entra aquí no compra solo un objeto, sino una manera de entender el mundo”, resumen sus impulsoras.
El nombre, La Coleccionista, refleja también una filosofía: poner atención en los objetos, dotarlos de valor, permitir que cuenten algo. “Queremos que quien entre aquí sienta que está rodeado de piezas únicas, que invitan a ser coleccionadas no por lujo, sino por significado”, afirman. Cada una de ellas reconoce ser coleccionista de los objetos que crea la otra. “Nosotras mismas somos nuestro público objetivo”, dicen entre risas.
Una mirada puesta en el futuro
Más allá de abrir una tienda, las tres fundadoras tienen una visión clara de futuro: convertir La Coleccionista en un espacio vivo y transformador. Planean programar talleres abiertos, acoger exposiciones pequeñas, establecer colaboraciones con otras creadoras del barrio y, a medio plazo, tejer una red de tiendas o espacios afines donde la artesanía se sitúe en el centro. “Queremos que esto no sea solo nuestro, sino de muchas otras”, explican, “un lugar que pueda inspirar, sostener y multiplicarse”.
La apertura definitiva está prevista para septiembre, tras un verano dedicado a habilitar el espacio. Aunque Sevilla en agosto no sea la ciudad más amable, ellas no tienen prisa. La belleza, como la artesanía, también necesita su tiempo.
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