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Adaptarse a lo inevitable y reducir emisiones: retos de agricultura en COP25

Fotografía cedida por la Organización de la ONU para la Alimentación y la Agricultura (FAO), solo para uso editorial. Agricultoras prueban nuevas técnicas agrícolas en Nepal, uno de los países más golpeados por la crisis climática. Crédito: ©Chris Steele-Perkins/Magnum Ph / FAO.

EFE

Roma —

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Adaptarse a una crisis climática “inevitable” y reducir sus propias emisiones para evitar que el problema vaya a más: esos son los mayores retos a los que se enfrenta la agricultura y que estarán presentes en la próxima cumbre del clima de Madrid.

“El cambio climático es inevitable hasta el punto de que la temperatura ya ha crecido un grado (centígrado respecto a los niveles preindustriales). No queremos el peor escenario, el de un aumento de cuatro grados. Hay que trabajar para no ir a peor”, sintetiza a Efe el director de Clima de la Organización de la ONU para la Alimentación y la Agricultura (FAO), Alexander Jones.

El futuro en el que habrá olas de calor extremo, graves inundaciones, sequías y huracanes cada vez más intensos ya está aquí. Esos impactos, que vienen repitiéndose en diversas zonas, se agravarán a medida que el planeta siga calentándose.

El Grupo Intergubernamental de Expertos en Cambio Climático (IPCC) ha pronosticado en un informe que, si no se toman acciones a una escala “sin precedentes”, los rendimientos agrícolas caerán en regiones tropicales y se incrementarán en las templadas, agrandando las desigualdades entre países ricos y pobres.

“Incluso una pequeña diferencia de temperatura puede tener un gran efecto, modificando procesos como el crecimiento de cultivos o impactando en la reproducción de especies marinas”, comenta Lorenzo Brilli, uno de los autores del informe, que argumenta que “los ecosistemas necesitan más tiempo para adaptarse”.

ADAPTACIÓN A LA FUERZA

Según la ONU, la agricultura acapara el 22 % de todos los daños causados por los desastres naturales en países en desarrollo, los más afectados por la crisis climática pese a emitir muchos menos gases de efecto invernadero en proporción.

Jones asegura que están apoyando a las naciones más vulnerables para que adopten nuevas políticas y gestionen el conocimiento, puesto que el tradicional no funciona como antes frente a riesgos cada vez más altos y menos predecibles.

Entre otras cosas, les asesoran para obtener financiación como la del Fondo Verde para el Clima, que acaba de aprobar proyectos en Chile, Nepal y Kirguistán por valor de 161 millones de dólares (unos 145 millones de euros).

Los planes favorecidos por la cooperación internacional se multiplican: desde una iniciativa para fortalecer la agricultura y el pastoreo ante las recurrentes sequías en Chad hasta otra de restauración de semillas en Mozambique, Zimbabue y Malaui con el fin de evitar daños en los cultivos como los que dejó el ciclón Idai el pasado marzo.

Expertos del Consorcio de Centros Internacionales de Investigación Agraria (CGIAR) trabajan, por ejemplo, en frijoles con más contenido de hierro, yucas resistentes a enfermedades, forrajes adaptados a condiciones duras o sistemas de alerta temprana.

La directora de Investigación en políticas de cambio climático del CGIAR, Ana María Loboguerrero, destaca las “mesas técnicas agroclimáticas”, espacios de diálogo en los que participan científicos, agrónomos y medio millón de productores que se informan y pueden tomar mejores decisiones en países como Nicaragua, Guatemala, Honduras y Chile.

CAMBIAR EL SISTEMA PRODUCTIVO

En 2015 fue aprobado el Acuerdo de París, ratificado por 187 de las 197 partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático.

Los países firmantes deberán aplicarlo a partir de 2020 mediante sus planes de reducción de emisiones, por ahora insuficientes para lograr el objetivo de mantener el aumento de la temperatura global por debajo de los 2 grados y, si es posible, en 1,5.

Los científicos del IPCC reclaman mayor ambición y, en el terreno de la agricultura, una transformación profunda de la producción de alimentos, con dietas más saludables y menor despilfarro de comida.

El sector primario es responsable de una cuarta parte de las emisiones de gases de efecto invernadero (hasta 12 gigatoneladas equivalentes de CO2 al año), sobre todo por la deforestación, la ganadería y la degradación del suelo.

El especialista de la FAO explica que también están ayudando a los países a “hacer todo lo posible para cumplir sus obligaciones y mitigar el impacto del cambio climático”, ya sea midiendo sus emisiones, buscando modos de reducirlas, desarrollando políticas o negociando sus posiciones.

En su opinión, la 25ª Conferencia de las Partes (COP25), que se celebrará entre el 2 y el 13 de diciembre en Madrid, servirá para dar seguimiento, con negociaciones más formales, a lo que él denomina “soluciones adaptadas a la naturaleza”.

Un concepto que algunos están poniendo en práctica por iniciativa propia. En varias comarcas del sur de España, la asociación AlVelAl trata de frenar la desertificación con franjas de infiltración para el agua, cubiertas y abonos vegetales que dan fertilidad al suelo, diversidad de plantas y leguminosas para fijar nitrógeno y carbono.

“Necesitamos otros valores añadidos que no sea la mayor producción. Uno de ellos es la agricultura ecológica y restauradora del suelo y el paisaje, respetuosa con el medioambiente y capaz de ofrecer a las personas alternativas de desarrollo en el entorno rural”, detalla el responsable de agricultura regenerativa de esa agrupación, Miguel Ángel Gómez.

Para Jones, no hay vuelta atrás en la estrategia contra el cambio climático. “Incluso si paramos de emitir mañana dióxido de carbono, este se habrá liberado a la atmósfera durante cien años y tendremos que abordarlo por mucho tiempo”, augura.

Belén Delgado

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