El cardenal de Chicago ve “sorprendentes y absurdas” las acusaciones de encubrimiento contra el Papa
Mientras el Papa opta por el silencio respecto a las acusaciones del exnuncio Viganò, quien asegura que Francisco encubrió los abusos del cardenal McCarrick, otro de los implicados en la carta, el cardenal de Chicago, Blase Cupich, ha emitido un comunicado en el que califica la carta de Viganò de “sorprendente” y “absurda”.
En su carta, Viganò explica que en 2013 fue el mismo pontífice quien le preguntó: “¿Cómo es el cardenal McCarrick?”, y que el nuncio le informó de que “corrompió a generaciones de seminaristas y sacerdotes y el papa Benedicto XVI le ordenó retirarse a una vida de oración y penitencia”, así como que le informó de que había un informe de todo ello en la Congregación para los obispos. También asegura que Francisco, con la colaboración del propio McCarrick y el cardenal Maradiaga, colocaron en puestos de responsabilidad al Cupich y a otros obispos aperturistas, para reemplazar a otros críticos con el pontificado, como el cardenal Burke, máximo responsable de la oposición al Papa. Una acusación que Cupich desmiente con rotundidad, a la vez que niega que Viganò hablara con él sobre los abusos de McCarrick.
En la carta, el exnuncio opositor a Francisco afirma textualmente que “los nombramientos de Blase Cupich a Chicago y Joseph W. Tobin a Newark fueron orquestados por McCarrick, Maradiaga y Wuerl (implicado en el caso de abusos en Pensilvania), unidos por un malvado pacto de abusos por el primero, y de encubrimiento de abusos por los otros dos. Sus nombres no estaban entre aquellos presentados por la Nunciatura para Chicago y Newark”. Para Cupich, “estas observaciones son sorprendentes”, puesto que “la única conversación sustancial que he tenido alguna vez acerca de mi nombramiento a Chicago con el exnuncio fue el 11 de septiembre de 2014, cuando él llamó para informarme del nombramiento”. Precisamente, fue el exnuncio quien impuso el palio de arzobispo a Cupich.
Cupich también desmiente que Francisco solo escuchara a McCarrick antes de nombrarle para Chicago. “La idea de que algún papa, y mucho menos el papa Francisco, tomaría la palabra de una sola persona cuando se trata de nombramientos episcopales es absurdo. Además, el papa Francisco ha dejado claro que quiere obispos pastorales”, añade, pidiendo estudiar de forma “exhaustiva” el resto de acusaciones del exnuncio “antes de que se haga cualquier evaluación de su credibilidad”.
En cualquier caso, las acusaciones de Viganò han vuelto a poner en evidencia el fracaso de la política comunicativa de la Santa Sede, que en este y otros casos ha optado por la no respuesta, entendiendo que así los problemas acabarían diluyéndose. Así se hizo cuando los cuatro cardenales ultraconservadores publicaron un documento tildando al Papa de hereje por su apertura a los divorciados vueltos a casar, o cuando, más recientemente, algunos obispos y cardenales (entre ellos, el propio Viganò, o el ex prefecto de Doctrina de la Fe, el cardenal Müller), se reunieron en un hotel romano para plantear cuándo era el momento más idóneo para desobedecer a Francisco, al que acusaron de conducir a la Iglesia a su autodestrucción.
Las palabras de Francisco en el avión (“No diré una sola palabra. La carta habla por sí sola”), apelando a la responsabilidad de los medios de comunicación, no dejan de ser un acto de fe para los periodistas. “Creo que el documento habla por sí solo. Ustedes tienen la capacidad periodística suficiente para sacar conclusiones, con su madurez profesional”, añade el Papa, a quien la carta de Viganò sorprendió, y mucho, por el momento elegido y por la crudeza de las acusaciones. Unas acusaciones, por otro lado, que se sostienen solo en su propio testimonio y que se produjeron en pleno viaje a Irlanda, cuna de miles de casos de pederastia, y antes de la anunciada rueda de prensa del vuelo papal.
Fuentes vaticanas niegan credibilidad a las acusaciones, y al acusador, que en el pasado filtró la documentación que dio origen al caso Vatileaks, que permitió conocer numerosos abusos en la Iglesia. Ese caso acabó con la renuncia de Benedicto XVI.